viernes, 30 de junio de 2017

Estos últimos metros


La mujer ha aparcado.
Baja y, con lentitud, saca del coche
una silla de ruedas.
Después, coge al muchacho,
lo sienta y le coloca bien los pies.
Se aparta algún cabello de la cara
y, sintiendo ondear su falda al viento,
va empujando la silla en dirección al mar.
Entra en la playa por el paso
de tablas de madera que, de pronto,
a unos metros del agua, se interrumpe.
Muy cerca, el socorrista mira al mar.
La mujer alza al chico:
lo coge por debajo de los brazos
y camina de espaldas hacia el agua,
mientras los pies inertes
dejan dos surcos en la arena.
Ha llegado muy cerca de las olas
y lo deja en el suelo para volver atrás
a por el parasol y la silla de ruedas.

Estos últimos metros.
Los malditos, crueles metros últimos.
Estos te romperán el corazón.
No hay amor en la arena, ni en el sol,
ni tampoco en las tablas, ni en los ojos
del socorrista, ni en el mar.
El amor son estos últimos metros.
Su soledad.

Joan Margarit
Gente en la playa
De: Se pierde la señal, 2012
Incluido en “La sombra del otro mar”
Ed. Nordica Libros 2016

Fot. Judith in den Bosch

Ojos negros


Ella tenía los ojos más negros que jamás hubiera visto. Dos piedras líquidas y tenebrosas, hasta donde es posible que la inercia más mineral se conjugue con la más húmeda languidez. Ojos que se veían pasar en un instante de un simulado letargo a un ataque fulminante, asomándose bajo la visera de las larguísimas pestañas con el serpentear de un reptil que asalta el alimento.

Gesualdo Bufalino

Foto: Ilse Bing

Por un pelo


Explícame cómo es posible no haberse acostado con alguien "por un pelo". Y sobre todo: por qué razón puede uno no haberse acostado con alguien "por un pelo". Estoy convencida de que sólo los hombres son capaces de hacer una cosa así. Probablemente pensaste que podrías "consolar" a tu ex novia llevándola a la cama. Pero ella lo notó un instante antes y te susurró al oído: "No, Leo, ahora no nos haría bien. Echaría por tierra toda la confianza que hemos recuperado esta noche". Y tú pensaste: "Qué pena, qué pena, por un pelo...".


No eres tú


No eres tú. Es cualquiera. A veces no quiero a nadie alrededor. Algunas tardes me tumbo en mi cama y la luz entra a través de las contraventanas y se refleja en el suelo y creo que nunca más querré salir de mi habitación.

Joan Didion
Run, River

Fot. Philomena Famulok
Beginning Of The Dark

Mús. Greg Haines
The Spin

Tu faz


Nada quedaba de ti en mí, sólo tu faz en mi subconsciente, difusa y perpetua, en un tono sepia que me confundía y me confirmaba como un parásito reclamando su hábitat.

Franz Kafka
La metamorfosis

No sé de qué manera


No sé de qué manera
entras
al territorio secreto
que me habita.
Mientras caminas
-como reconociéndome-
destellos de junio pueblan mi mirada.
Te dejo recorrerme,
te cuento mis secretos,
te envuelvo con mi risa.
Sé que vas de paso.
No te detendré.


A woman is a mirror for a man Series, 1975

Secretos


No sé qué es mejor, si ir por la vida cargado de secretos hasta que explotas por la presión que ejercen, o que vayan arrancándotelos párrafo a párrafo, frase a frase, palabra a palabra, hasta que al final te quedas vacía de todo lo que en otro momento era para ti tan precioso como el oro en polvo, tan tuyo como tu propia piel -todo lo que considerabas de la mayor importancia, todo lo que te avergonzaba y deseabas ocultar, todo lo que sólo te pertenecía a ti- y tienes que pasar el resto de tus días como un saco vacío sacudido por el viento, un saco vacío con una etiqueta fluorescente para que todo el mundo sepa qué clase de secretos guardabas dentro de ti.

Margaret Atwood
El asesino ciego

Mús. The Promise
Alexis Ffrench

Rehacer


Estoy en el punto donde ya no toco a la vida, pero tengo en mí todos los apetitos y la titilación insistente del ser. Sólo tengo una ocupación: rehacerme.

Antonin Artaud

Fot. Frank Vic

Buena justicia



Es la ardiente ley de los hombres
De la uva hacen el vino
Del carbón hacen el fuego
De los besos hacen los hombres

Es la dura ley de los hombres
Quedar intactos a pesar
De las guerras y la miseria
A pesar de los peligros de muerte.

Es la dulce ley de los hombres
Transformar el agua en luz
El sueño en realidad
Y los enemigos en hermanos

Una ley antigua y nueva
Que se va perfeccionando
Desde el fondo del corazón infantil
Hasta la razón suprema.

Buena justicia

Fot. Paul Éluard
manuscrito circular de Bonne justice

jueves, 29 de junio de 2017

Irse


quisiera marcharme
donde desde siempre
nos esperan
abiertos
puertos sin naves
de regreso


¡Cuidado!



¡Cuidado!

Hay una parte de mí 
que es intocable.
No te metas con ella.
Estoy dispuesta a defenderla
con uñas y dientes
patadas y puños.
Con la vida misma.
Porque es la esencia de mi vida
es mi explicación
es el punto de partida
es el comienzo,
Para defenderla
no distingo amigos de enemigos.
La indecisión se vuelve certeza.
Allí no hay dudas.
Todo es firme.
Para defender ese bastión
el precio a pagar
es la vida misma.
No. No me vas a cambiar.

Fanny Becerra Vergara

Fot. Fernando Pasta
Ritratto di una giovane donna che punta una pistola
1940-1950 ca

Palabras olvidadas


Pronunciar palabras olvidadas,
sostenerlas en la punta de la lengua.
(Ba que li ta)
Soltarlas al aire,
(Ju ní pe ro)
como pompas de jabón,
(Nic tá lo pe)
mientras algo te atraviesa.
(Ci cér cu la)
Y cierras los ojos y abres la boca.

N.C.

La mujer rota


La juventud y eso que los italianos designan con una palabra tan bella: la stamina. La savia, el fuego que permite amar y crear. Cuando has perdido eso, lo has perdido todo.

Simone de Beauvoir
La edad de la discreción
en "La mujer rota".
Trad. Dolores Sierra y Neus Sánchez

Una gran aventura


Diciendo esto, él había atado ya la cola de la cometa en torno de la niña. Ella se agarraba a él y se negaba a irse sola, pero Peter Pan, diciendo un “Adiós, Wendy”, la empujó fuera de la roca, y unos minutos después la niña y la cometa se perdieron de vista. Peter se quedó solo en la laguna.
Ahora la roca era muy pequeña y pronto quedaría sumergida. Pálidos rayos de luz avanzaban sobre la laguna; poco después se oyó un sonido, el más musical y el más melancólico del mundo. Eran las sirenas llamando a la luna.
Peter Pan, aunque no se parecía a los demás niños, se asustó. Un temblor lo sacudió, como el estremecimiento con que el viento azota las aguas del mar; pero los estremecimientos del viento en el mar se suceden unos a otros hasta sumar cientos de ellos, y Peter tembló sólo una vez. Un momento después se hallaba de nuevo erguido sobre la roca, con aquella sonrisa en su rostro y un repique de tambor en su alma . Aquel repiquetear decía: "La muerte debe ser una gran aventura!"

James Matthew Barrie
Peter Pan

Foto: Ansel Adams

Romance fronterizo


¿Sientes gemir la mano en la baranda, sientes también la mano aunque no gima aferrada a los hierros ferroviarios, tanteando las puertas más inhóspitas, adrede empavonadas de hollín y cardenillo? ¿No ves de súbito la sombra surcando los andenes, la estás viendo reptar bajo la marquesina donde un anónimo viajero se despide de nadie, donde tú mismo esperas la llegada de un tren que ya se ha ido?

José Manuel Caballero Bonald
Romance fronterizo
de "Laberinto de fortuna"

Fot. Deborah Turbeville


A veces puede bastar


La pasión decae y en su lugar aparecen el cariño, el respeto, la lealtad… todo eso que ya estaba ahí, pero que no se hacía notar mucho, porque se daba por supuesto. Todo eso que es la otra parte del amor. A veces puede hasta bastar, ser suficiente para seguir adelante. Pero otras veces no; entonces la tragedia entra en las casas.


Por la noche


por la noche te llamo en silencio
como llamo al espíritu de quien se fue hace poco
por la noche te toco, sin manos,
con todo el cuerpo enterrado bajo una almohada de sueños
por la noche te duermo,
sin voz,
y entre plumas te escribo signos transparentes
y te leo páginas en blanco
por la noche te invoco desde el vacío original
mientras todo descansa
excepto el deseo y el olvido,
la obsesión,
el celo
por la noche nada parece existir


miércoles, 28 de junio de 2017

Por el camino de tu lengua



Por el camino de tu lengua yo podría llegar 
hasta la negra Abisinia
o cabalgar hasta Bengala o Nankin
porque ella es sabia como un viejo maestro que
enseña sobre el cielo
las rutas de los pálidos cometas

porque tu lengua es poderosa como la de la mantis
que da vida y da muerte
y sabe tejer formas como la poesía
y es diestra en lides y ducha en argucias
y canta una canción remota y mágica que invita al extravío

Pero por el camino de tu lengua viajo más hondo
hasta el lugar donde naces gimiendo con un tremor antiguo
y me sientes flotar reciente y húmeda

hasta el origen
donde sueña la bestia su sueño más profundo
y el placer es un banco de peces que relumbra
entre sales marinas

hasta mi centro
donde veo lo que no ven mis ojos cegados por las
luces del mundo
donde no existe la palabra

la torpe mercenaria

Todos los amantes son guerreros


Toda la noche


Toda la noche me alumbres 
desnudo contra el sueño: 
con la luz que reluces 
hazme más verdadero. 
Con la luz que reluces 
toda la noche me alumbres.


Nue sur le drap, 1955

La sed


Toda la sed resbalaba
en sus manos
secas por el deseo.

Felicidad clandestina


Al llegar a casa no empecé a leer. Simulaba que no lo tenía, únicamente para sentir después el sobresalto de tenerlo. Horas más tarde lo abrí, leí unas lineas maravillosas, volví a cerrarlo, me fui a pasear por la casa, lo postergué más aún yendo a comer pan con mantequilla, fingí no saber dónde había guardado el libro, lo encontraba, lo abría por unos instantes. Creaba los obstáculos más falsos para esa cosa clandestina que era la felicidad. Para mí la felicidad siempre habría de ser clandestina. Era como si ya lo presintiera. ¡Cuánto me demoré ! Vivía en el aire... Había en mí orgullo y pudor. Yo era una reina delicada.
A veces me sentaba en la hamaca para balancearme con el libro abierto en el regazo, sin tocarlo, en un éxtasis purísimo.
Ya no era una niña con un libro: era una mujer con su amante.

Clarice Lispector
Felicidad clandestina
Ed. Grijalbo, 1988
Trad. Marcelo Cohen

Fot. Harold Knight

Una chica


El árbol ha entrado por mis manos,
la savia ha subido por mis brazos,
el árbol ha crecido en mi pecho –
hacia abajo,
las ramas salen de mí, como brazos.

Árbol eres,
musgo eres,
y las violetas en el viento.
Un niña – tan alta- eres,
Y para el mundo todo esto es un delirio.

Una chica

Fot. anónima del autor

Febrero


Sin hojas, descarnados, inmemoriales,
los árboles han contemplado fijamente la hierba desolada.
Bajo la nieve han dormido las colinas
y el corazón del verano hace tiempo perdido.
Escondida en el centro
de las hondonadas y las tierras altas
espera, sólo espera, como el cielo y la tierra,
la silenciosa y hermosa niña Primavera.

Febrero
Versión de Hilario Barrero


Leyendo



Principios


- Pero ¿crees en algo? 
- ¿Yo? Bueno, intelectualmente, creo en tener buen corazón, un pene alegre, una inteligencia viva, y valor para decir “¡mierda!” delante de una dama.

D.H.Lawrence
El amante de Lady Chatterley

Fot. Scottish Man in Tartan Kilt  c1910

La lentitud


Mientras conversa, Madame de T. va cercando el terreno, va preparando la siguiente etapa de los acontecimientos, dando a entender a su acompañante qué debe pensar y cómo debe actuar. Lo hace con finura, con elegancia e indirectamente, como si hablara de otra cosa. Organiza no sólo el futuro inmediato, sino también el futuro más lejano, insinuándole al caballero que de ningún modo ella quiere entrar en competencia con la Condesa, de la que él no debería querer separarse. Le da una clase condensada  de educación sentimental, le enseña su filosofía práctica del amor, que hay que liberar de la tiranía de las reglas morales y proteger mediante la discreción, la suprema virtud de todas las virtudes.

En semejante espacio tan razonablemente organizado, acotado, trazado, calculado, medido, ¿hay algún resquicio para una espontaneidad, para una ‘locura’?, ¿dónde está el delirio, dónde la ceguera del deseo, l’amour fou que idolatraron los surrealistas, dónde está el olvido de sí? ¿Dónde quedan todas esas virtudes de la sinrazón que han formado nuestra idea del amor? No, aquí no tienen nada que hacer. Porque Madame de T. es la reina de la razón.

La veo conduciendo al caballero en la noche de luna. Ahora se detiene y le enseña los contornos de un tejado que se desdibuja en la penumbra; ¡ah, de cuántos momentos voluptuosos habrá sido testigo este pabellón, qué pena, le dice ella, que no lleve encima la llave! Se acercan a la puerta y (¡qué raro! ¡Cuán inesperado!) ¡el pabellón está abierto!

¿Por qué habrá dicho que no llevaba encima la llave? ¿Por qué no le habrá informado enseguida de que ya no cierran el pabellón? Todo está concertado, maquinado, todo es artificial, todo está puesto en escena, nada es sincero, o, por decirlo de otra manera, todo es arte; en tal caso, arte de prolongar el suspense, mejor aún: arte de mantenerse el mayor tiempo posible en estado de excitación.

Milan Kundera
La lentitud
Ed. Tusquets, 2005
Trad. Beatriz de Moura

Fot. Isabel Pérez Navarro

martes, 27 de junio de 2017

El exilio de lo Imaginario


Al decidir renunciar al estado amoroso, el sujeto se ve con tristeza exiliado de su Imaginario.

Tomo a Werther en ese momento ficticio (en la ficción misma) en que habría renunciado a suicidarse. No le queda ya entonces más que el exilio: no alejarse de Carlota (lo ha hecho ya una vez, sin resultado), sino exiliarse de su imagen, o peor todavía: terminar con esa energía delirante que se llama lo Imaginario. Comienza entonces «una especie de largo insomnio». Tal es el precio a pagar: la muerte de la Imagen contra mi propia vida.

La pasión amorosa es un delirio; pero el delirio no es extraño; todo el mundo habla de él, está ya domesticado. Lo que es enigmático es la pérdida del delirio: ¿se entra en qué?

En el duelo real, es la «prueba de realidad» lo que me muestra que el objeto amado ha cesado de existir. En el duelo amoroso, el objeto no está ni muerto ni distante. Soy yo quien decido que su imagen debe morir (y esta muerte llegaría tal vez hasta a escondérsela). Durante el tiempo de este duelo extraño, me será necesario, pues, sufrir dos desdichas contrarias: sufrir porque el otro esté presente (sin cesar, a pesar suyo, de herirme) y entristecerme porque esté muerto (tanto, al menos, como lo amaba). Así, me angustio (viejo hábito) por una llamada telefónica que no llega, pero debo decirme al mismo tiempo que ese silencio, de todas maneras, es inconsecuente, puesto que he decidido despreocuparme: pertenece solamente a la imagen amorosa de tener quien me telefonee; desaparecida esa imagen, el teléfono, suene o no, retoma su existencia fútil.
¿El punto más sensible de este duelo no es que me hace perder un lenguaje, el lenguaje amoroso? Se acabaron los «Te amo».

El duelo de la imagen, si lo pierdo, me angustia; pero, si lo logro, me pone triste. Si el exilio de lo Imaginario es la vía necesaria de la «curación» debemos convenir que aquí el progreso es triste. Esta tristeza no es una melancolía, o al menos es una melancolía incompleta (de ningún modo clínica), puesto que no me acusa de nada y no estoy postrado. Mi tristeza pertenece a esa franja de la melancolía en que la pérdida del ser amado permanece abstracta. Carencia redoblada: no puedo siquiera investir mi desdicha, como en el tiempo en que sufría por estar enamorado. En ese tiempo deseaba, soñaba, luchaba; un bien estaba ante mí, simplemente retardado, atravesado por contratiempos. Ahora ya no hay resonancias; todo es calmo, y es peor. Aunque justificado por una economía —la imagen muere para que yo viva—, el duelo amoroso tiene siempre un remanente: una expresión regresa sin cesar: «¡Qué lástima!».

Prueba de amor: te sacrifico mi Imaginario —como se hacía la dedicatoria de una guedeja—. De ese modo tal vez (al menos así se dice) accederé al «amor verdadero». Si hay alguna similitud entre la crisis amorosa y la cura analítica, me despreocupo de quien amo como el paciente se despreocupa de su analista: liquido mi transferencia, y parece que así es como la cura y la crisis terminan. Sin embargo, se ha hecho notar, esta teoría olvida que también el analista debe despreocuparse de su paciente (a falta de lo cual el análisis amenaza con ser interminable); del mismo modo, el ser amado —si le sacrifico un Imaginario que sin embargo lo embadurnaba—, debe entrar en la melancolía de su propia decadencia. Y es preciso, concurrentemente con mi propio duelo, prever y asumir esta melancolía del otro, y yo la sufro, porque lo amo todavía.
El acto verdadero del duelo no es sufrir por la pérdida del objeto amado; es comprobar un día, sobre la piel de la relación, esa menuda mancha, llegada allí como el síntoma de una muerte segura: por primera vez hago mal a quien amo; sin quererlo, es cierto, pero sin volverme loco.
Trato de arrancarme a lo Imaginario amoroso: pero lo Imaginario arde por debajo, como el carbón mal apagado; se inflama de nuevo; lo que había sido abandonado resurge; de la tumba mal cerrada retumba bruscamente un largo grito. Celos, angustias, posesiones, discursos, apetitos, signos, de nuevo el deseo amoroso ardía por todas partes. Era como si quisiera estrechar una última vez, con locura, a alguien que iba a morir, a quien yo dispondría a morir.

Roland Barthes
Fragmentos de un discurso amoroso
Ed. Siglo XXI, 2004
Trad. Eduardo Molina

Fot. Vincenzo Bianco
Guardando il mare, 1940-1950 ca.
Archivio Alinari

Ella. Él.


(Ella)

Miraba hacia atrás, hacia los años que había vivido con él, y le parecía que su historia común no podría haberse cerrado mejor de lo que se había cerrado. Si aquella historia la hubiera inventado otra persona, no hubiera podido terminarla de otro modo.
Él llegó un día a su lado sin que lo hubieran invitado. Otro día, del mismo modo, se fue. Habían pasado muchos años de su vida juntos y ahora comprobaba que aquellos años eran más hermosos en el recuerdo que cuando los había vivido.
Me la imagino abriendo la cerradura de la casa y sintiendo en el corazón la orfandad de la soledad que la envolvía al abrir la puerta.
Las ganas de abrazarlo habían desaparecido. Le parecía que estaba frente a él en medio de una planicie nevada y que los dos temblaban de frío.

(Él)

El amor que había existido entre él y Teresa era bello, pero también fatigoso: tenía que estar permanentemente ocultando algo, disfrazándolo, fingiendo, arreglándolo, manteniéndola contenta, demostrando ininterrumpidamente su amor, siendo acusado por sus celos, por su sufrimiento, sintiéndose culpable, justificándose, disculpándose. Aquel esfuerzo había desaparecido ahora y permanecía la belleza.
Se acercaba la noche del sábado, por primera vez paseaba solo por Zurich y aspiraba el perfume de su libertad. Detrás de cada esquina se escondía la aventura. El futuro había vuelto a convertirse en un secreto. Su vida de soltero le había sido devuelta (...)
Su paso era ahora, de pronto, más ligero. Casi flotaba. Se hallaba en el campo mágico de Parménides: disfrutaba de la dulce levedad del ser.

Milan Kundera,
La insoportable levedad del ser
Ed. Tusquets, 1993
Trad. Fernando Valenzuela

Lo que perdura


El rasgo esencial de lo erótico es la drástica modificación del curso del tiempo. Eros alumbra nuestros momentos áureos y, simétricamente, estos entretejen nuestra constelación erótica. Se exige, así, una suerte de doble nacimiento según el cual la fuerza de un instante, siendo imprescindible como acción, todavía es más importante si logra traspasar el filtro de la evocación. Lo erótico conlleva deseo y poder, pero estos únicamente sobreviven si son capaces de superar la prueba de la memoria.
La tensa espera de un determinado acontecimiento, la caricia sobre un cuerpo, la contemplación de algo bello o terrible, sólo llegan a incorporarse a nuestro espacio mítico si permanecen y crecen en nuestro recuerdo. A este respecto la criba es gigantesca: aquello que pareció único y singular, aquello que al ocurrir parecía que marcaba para siempre nuestras vidas puede desvanecerse frecuentemente en el olvido más absoluto. Para que el poder perdure se necesita que continúe ensanchándose la onda expansiva, se necesita que continúe escuchándose el eco. La pasión no radica en lo que sucedió sino en lo que, salvando las trampas del laberinto, sigue sucediendo.

El cazador de instantes.Cuaderno de travesía 1990-1995
Ed. Destino

El sabor de lo insulso


En el aparcamiento había un solo coche. Mike se bajó y fue al despacho a pagar mi entrada.
Yo nunca había estado en un campo de golf. Había visto partidos por televisión, una o dos veces y nunca por decisión propia, y tenía la vaga idea de que a ciertos palos se los llamaba hierros, o a ciertos hierros palos, que uno en especial era el niblick y el campo se llamaba link. Cuando le dije eso a Mike, contestó:
—A lo mejor te aburres espantosamente.
—Si me aburro me daré un paseo.
Eso pareció gustarle. Me apoyó en el hombro una mano cálida y dijo:
—Verás cómo te dan ganas.
Mi ignorancia no importaba —desde luego que no tuve que hacer de caddy— y no me aburrí. Mi única tarea era seguir a Mike por donde fuera y mirarlo. En realidad ni siquiera tenía que mirarlo. Podría haber mirado los árboles que bordeaban el campo; eran unos árboles altos de copa plumosa y tronco esbelto, de cuyo nombre yo no estaba segura —¿acacias?— agitados de vez en cuando por un viento que allí abajo no se sentía. También había bandadas de pájaros, mirlos o estorninos, que volaban con una urgencia comunitaria, aunque sólo de una copa a otra. Recordé entonces que eso hacían los pájaros; en agosto o a fines de julio empezaban a celebrar bulliciosas reuniones en masa, preparándose para volar al sur.
De vez en cuando Mike hablaba, pero rara vez a mí. No había necesidad de que yo respondiera, y de hecho no habría podido hacerlo. Me pareció, sin embargo, que hablaba más que si hubiera estado jugando sin compañía. Sus palabras inconexas eran reproches, elogios prudentes o advertencias para él mismo, y en ocasiones no eran casi palabras sino esos sonidos que quieren comunicar un significado, y lo comunican, en la larga intimidad de las vidas vividas en cercanía voluntaria.Se suponía pues que yo debía hacer eso: proporcionarle una noción de sí amplificada, extendida. Una noción más cómoda, podría decirse, un sentido tranquilizador de la soledad propia por donde cada humano se mueve sin hacer ruido. De haber sido yo un hombre, él no habría tenido la misma expectativa, o la solicitud no habría sido tan natural y espontánea. Tampoco si hubiera sido una mujer con quien no creía tener un vínculo establecido.
Todo eso no era producto de mi imaginación. Estaba allí, entero, en el placer que me inundaba mientras caminábamos por el link. Las dolorosas descargas de deseo que me habían recorrido por la noche se habían domesticado y limitado a una delicada llama piloto, atenta, conyugal. Yo lo observaba colocarse, elegir, calcular, ojear, balancearse, y luego miraba el trayecto de la pelota, que a mí me parecía siempre triunfal y a él problemático, hasta el lugar del reto siguiente, de nuestro futuro inmediato.
Caminábamos casi sin hablar. ¿Lloverá?, decíamos. ¿No has sentido una gota? A mí me pareció que sí. A lo mejor no. No era la típica y dudosa charla sobre el tiempo; pertenecía al contexto del juego. ¿Crees que acabaremos la vuelta?
El caso fue que no la acabamos. Hubo una gota de lluvia —indudablemente una gota—, luego otra y por fin un golpeteo. Por encima del campo, Mike miró hacia donde las nubes habían cambiado de color, del blanco al azul plomizo, y sin especial alarma ni decepción dijo:
—Aquí está nuestra lluvia.
Luego se puso a ordenar metódicamente la bolsa.

Alice Munro
Ortigas
Incluido en Odio, amistad, noviazgo, amor, matrimonio
RBA Libros, 2010
Trad. Marcelo Cohen

Fot. Alex Colville
Waterville, 2003

¿Qué dirías?



¿Qué dirías si hoy te invitara a mis sueños?
Tus labios de manzana
sobre la piel golosa de mis ingles
toda la noche -di, ¿qué pensarías?-,
tu saliva frutal levemente aromando
el hambriento contorno de mi vientre...
Qué cosecha tan dulce
(semillas, caricias y extravíos)
para un mundo sin sol.
Dime, ¿no acudirías
si también esta noche te convoco a mis sueños?


Lo que perdura


El rasgo esencial de lo erótico es la drástica modificación del curso del tiempo. Eros alumbra nuestros momentos áureos y, simétricamente, estos entretejen nuestra constelación erótica. Se exige, así, una suerte de doble nacimiento según el cual la fuerza de un instante, siendo imprescindible como acción, todavía es más importante si logra traspasar el filtro de la evocación. Lo erótico conlleva deseo y poder, pero estos únicamente sobreviven si son capaces de superar la prueba de la memoria.
La tensa espera de un determinado acontecimiento, la caricia sobre un cuerpo, la contemplación de algo bello o terrible, sólo llegan a incorporarse a nuestro espacio mítico si permanecen y crecen en nuestro recuerdo. A este respecto la criba es gigantesca: aquello que pareció único y singular, aquello que al ocurrir parecía que marcaba para siempre nuestras vidas puede desvanecerse frecuentemente en el olvido más absoluto. Para que el poder perdure se necesita que continúe ensanchándose la onda expansiva, se necesita que continúe escuchándose el eco. La pasión no radica en lo que sucedió sino en lo que, salvando las trampas del laberinto, sigue sucediendo.

El cazador de instantes.Cuaderno de travesía 1990-1995
Ed. Destino

Argolla


Quiero que la argolla que rodea nuestros corazones sea guía, no terror

Escrito en el cuerpo
Ed. Lumen, 2017


Duele


Se me ha incrustado
como hielo en la roca
y me rompe desde dentro,
desde el primer beso
hasta la última caricia
convertida en sangre.
Y duele.
Duele cuando me lo arranco.
Cuando tiro de él,
apenas sin fuerzas
con las que levantarme.
Cuando reniego de los pasos que no di,
mientras se filtraba por cada uno de mis huecos
para invadirme en silencio.
No soporto pensar
en los días y en las noches que no corrí,
en los golpes que no esquivé,
en los gritos que se ahogaron
antes del llanto.
Y duele que vuelva a ser agua.
Que las heridas se abran
para expulsar las agujas
con las que me cosía la boca,
esta boca que ahora es sólo mía
y ha aprendido a gritar,
pese a que duele.


Variaciones - Nicanor Parra



Padre nuestro que estás en el cielo
Lleno de toda clase de problemas
Con el ceño fruncido
Como si fueras un hombre vulgar y corriente
No pienses más en nosotros.

Comprendemos que sufres
Porque no puedes arreglar las cosas.
Sabemos que el Demonio no te deja tranquilo
Desconstruyendo lo que tú construyes.

Él se ríe de ti
Pero nosotros lloramos contigo:
No te preocupes de sus risas diabólicas.

Padre nuestro que estás donde estás
Rodeado de ángeles desleales
Sinceramente: no sufras más por nosotros
Tienes que darte cuenta
De que los dioses no son infalibles
Y que nosotros perdonamos todo.

De La camisa de fuerza

Variación I

Señora mía que estás en el cuarto de baño
Leyendo la etiqueta del gel mientras estás sentada
Entornada la puerta
Como mujer corriente
Olvídate de mí.

Entiendo que tengas básicas necesidades
Y que obviarlas no puedas
Pero resultas patética
Mostrándote tan humana.

Me río de ti
Y voy en busca de Lilith:
Ella no es divina, solo súcubo nocturno.

Señora mía que estás donde estás
Prisionera de tu región abisal
Afirmaste que serías mi Diosa
Y aquí estás
En la taza sentada.
Sinceramente: no te perdono.

Variación: minúscula


Censura


Los hombres se sienten molestos no por las cosas que les suceden, sino por las ideas que tienen acerca de las cosas; por ejemplo: la muerte no es nada terrible, pues, si lo fuera, también a Sócrates se lo habría parecido; por la idea acerca de la muerte, que la muerte es terrible, resulta terrible la muerte. Cuando nos sintamos contrariados, molestos o apenados, nunca deberíamos censurar a los otros, sino a nosotros mismos, es decir, a nuestras ideas. Es actitud propia de hombres escasamente instruidos censurar a los otros por la mala disposición propia; es acción propia de quien ha comenzado a ser instruido, dirigir la censura a sí mismo; y es propio de aquel cuya instrucción ya se ha completado no censurar a los demás ni tampoco a sí mismo.

Epicteto
Enquiridión
Ed. José. J. De Olañeta
Trad. Agustín López y María Tabuyo

El Gusano del Olvido


Perderé todo esto, lo sé.
el rincón del odio donde te cultivo,
la esquina del deseo en donde insisto,
o la guarida inaccesible al desaliento
donde te amo contra todo pronóstico
o posible derrota.

El olvido deposita sus larvas
en la herida del tiempo,
allí crecen sus gusanos insaciables
devorando todo lo que se agita
en el espacio convulso de la memoria,
para dejar apenas tras su paso
un rastro diminuto de vulgar indiferencia.

Para convertirte a ti, orgulloso gigante,
alta luz de mis días,
poderoso nadador de mis noches,
en un recuerdo triste más.
Uno de tantos.


Espejo



El hombre no debe poder ver su propia cara. Eso es lo más terrible que hay. La naturaleza le ha concedido el don de no poder verla, así como el de no poder mirar a sus propios ojos. Sólo en el agua de los ríos y los lagos podía mirar su rostro. Y la postura, incluso, que tenía que adoptar era simbólica. Tenía que inclinarse, que rebajarse para cometer la ignominia de verse. El creador del espejo envenenó el alma humana.

Ed. Seix Barral, 2010
Edición y traducción de Ángel Crespo

Fot. Tatjana Adzibaba

lunes, 26 de junio de 2017

Vacuidad


Por la mañana,
al levantarse,
muchas cosas que hacer.

Por la noche,
al acostarse,
nada que recordar.

De pie


Me mantengo en pie,
dubitativa. 
Abajo me espera
la flor carnívora de tu amor. 
Me mantengo en pie,
desordenada.
Aguanto, me tengo,
separo mis piernas,
licuo, destilo, emano.
Caigo y anego 
tu amor, 
tu cauce,
tu boca voraz.

N.C.

Leyendo

1930's

Saber


Qué incomprensible era todo, y que triste, en realidad, aunque fuese tan hermoso. No se sabía nada. Se vivía y se corría por la tierra y se cabalgaba atravesando los bosques, y ciertas cosas parecían muy estimulantes y prometedoras y nostálgicas: una estrella al anochecer, una campánula azul, el verdor de los juncos en el estanque, los ojos de una persona o una vaca. Y a veces se tenía la impresión de que algo nunca visto pero largamente deseado estaba a punto de suceder, que iba a caer un velo descubriéndolo todo; pero luego transcurría el momento sin que sucediera nada, la adivinanza seguía sin solución, el secreto encantamiento intacto y, al final, uno llegaba a viejo y tenía aspecto astuto... o sabio... y seguía quizá sin saber nada, pero todavía esperaba y escuchaba.

Hermann Hesse
Narciso y Goldmundo

Fot. André Kertész

Como hace cuarenta años


Como hace cuarenta años,
Palpitaciones y ruidos
De pasos, una casa y un jardín,
Una vela, la mirada miope,
Que no exige ni juramento,
Ni caución. Bullicio en la ciudad.

Amanece. Llueve y una oscura
Y empapada vid silvestre
Se enrolla a la pared, huérfana,

Como hace cuarenta años.

Versión de Javier Sicilia y Georges Voet

Fot. anónima del autor

Azar, religión y paranoia


Siempre se había negado a aceptar, con todo su ser, la idea de que el azar fuera el motor de lo que le sucedía, una danza de electrones sin coreógrafo, o una serie de combinaciones aleatorias. Para él, todo tenía que tener un sentido. Había vivido y explorado su vida según este postulado. Ahora bien, a partir de la idea de que existe un significado oculto en todo lo que sucede, caemos fatalmente en la idea de que también existe una intención. Cuando alguien intenta ver su vida como una trama, pronto ve también en ella la ejecución de esa trama, y acaba preguntándose quién la ha tramado. Esta intuición, que todos más o menos compartimos, más o menos vergonzosamente, alcanza su plenitud en dos sistemas de pensamiento: El de la fe religiosa y el de la Paranoia. Y Dick, por haber experimentado las dos dudaba cada vez más que existiera alguna diferencia entre ambas.

Emmanuel Carrère
Yo estoy vivo y vosotros estáis muertos; Philip K. Dick 1928-1982
Ed. Minotauro
Trad, Marcelo Tombetta

Fot. Marcela Paniak

Anónimo



Cuentan que George Bernard Shaw recibió en una ocasión una carta en la que habían escrito una sola palabra:

"Imbécil"

El escritor dijo sobre la misma al leerla:

"A lo largo de mi vida he recibido muchas cartas sin firma, es la primera vez que recibo una firma sin carta".


Fot. Agnes Martin
Milk River, 1963

Ese perro


Hundido en las arenas de lo inexplicable,
que tienen el color de la nieve dorada por la incuria,
trepando a lo incógnito,
ese perro
ve alzarse frente a él dolor en llamas.

Estupor, desvarío, temor
hay en sus ojos,
soledad en su testa,
decisión en su esfuerzo,
lucidez en su angustia,
resignación en su miseria y pequeñez,
amor en su trazado.

Ese perro
ya ve.
Ve y comprende. Es su dueño.

Miguel Munárriz

Fot. Francisco de Goya
Perro semihundido

Acércate


Acércate, muy despacio.
Ven, como rumor.
Quédate, como promesa.

Desayuno


Hoy me gustaría prepararte el desayuno.
Abrir el pan con semillas de alegría.
Sacar del amanecer
el zumo de una naranja.
Servirte el café en tu taza preferida.
Disponer, ordenadamente,
un poco de optimismo,
una buena ración de fuerza,
una pizca de confianza,
(no es bueno abusar si no se está acostumbrado),
Sintonizar la radio
en el canal de buenas noticias.
Doblar, cuidadosamente,
la servilleta en forma de corazón.
Esperar a que te presentes.
Y disfrutar del espectáculo
de verte contenta.

Buenos días.