Se me ha incrustado
como hielo en la roca
y me rompe desde dentro,
desde el primer beso
hasta la última caricia
convertida en sangre.
Y duele.
Duele cuando me lo arranco.
Cuando tiro de él,
apenas sin fuerzas
con las que levantarme.
Cuando reniego de los pasos que no di,
mientras se filtraba por cada uno de mis huecos
para invadirme en silencio.
No soporto pensar
en los días y en las noches que no corrí,
en los golpes que no esquivé,
en los gritos que se ahogaron
antes del llanto.
Y duele que vuelva a ser agua.
Que las heridas se abran
para expulsar las agujas
con las que me cosía la boca,
esta boca que ahora es sólo mía
y ha aprendido a gritar,
pese a que duele.