Mañana, en cuanto amanezca, iré a visitar tu tumba, papá. Me han dicho que la hierba crece salvaje entre sus grietas y que jamás lucen flores frescas sobre ella. Nadie te visita. Mamá se marchó a su tierra y tú no tenías amigos. Decían que eras tan raro... Pero a mí nunca me extrañó. Pensaba que entonces tú eras un mago y que los magos eran siempre grandes solitarios.
Desde la quietud que guardan los relojes y con el silencio como faro y guía jugaremos a volar como los pájaros persiguiendo un himno antiguo, el que rige todas las mareas. Con la furia del aire en el plumaje y la paz de los colores ciegos, hechos uno con la sombra, lameremos viejas huellas y guardaremos las distancias.
Pues en la hora oscura, tal vez la más oscura, en pleno día, ocurrió esa cosa que no quiero siquiera intentar definir. En pleno día era noche, y esa cosa que no quiero todavía definir es una luz tranquila dentro de mí, y la llamaría alegría, alegría mansa. Estoy un poco desorientada como si me hubieran arrancado el corazón, y en lugar de él estuviera ahora la súbita ausencia, una ausencia casi palpable de lo que antes era un órgano bañado de oscuridad, de dolor. No estoy sintiendo nada. Pero es lo contrario del sopor. Es un modo más leve y más silencioso de existir.
Pero también estoy inquieta. Yo estaba organizada para consolarme de la angustia y del dolor. Pero cómo es que me arreglo con esa simple y tranquila alegría. Es que no estoy acostumbrada a no necesitar de mi propio consuelo. La palabra consuelo me llegó sin sentir, y no lo noté, y cuando fui a buscarla, ella se había transformado ya en carne y espíritu, ya no existía más como pensamiento.
Voy entonces a la ventana, está lloviendo mucho. Por hábito estoy buscando en la lluvia lo que en otro momento me serviría de consuelo. Pero no tengo dolor que consolar.
Ah, lo sé. Ahora estoy buscando en la lluvia una alegría tan grande que se torne aguda, y que me ponga en contacto con una agudeza que se parezca a la agudeza del dolor. Pero es una búsqueda inútil. Estoy frente a la ventana y sólo ocurre eso: veo con ojos benéficos la lluvia, y la lluvia me ve de acuerdo conmigo. Ambas estamos ocupadas en fluir. ¿Cuánto durará mi estado? Percibo que, con esta pregunta, estoy palpando mi pulso para sentir dónde está el latir dolorido de antes. Y veo que no está el latido de dolor.
Sólo eso: llueve y estoy mirando la lluvia. Qué simplicidad. Nunca creí que el mundo y yo llegáramos a este punto de acuerdo. La lluvia cae no porque me necesite, y yo la miro no porque necesite de ella. Pero nosotras estamos tan juntas como el agua de lluvia está ligada a la lluvia. Y no estoy agradeciendo nada. Si, después de nacer, no hubiera tomado involuntaria y forzadamente el camino que tomé, yo habría sido siempre lo que realmente estoy siendo: una campesina que está en un campo donde llueve. Sin siquiera dar las gracias a Dios o a la naturaleza. La lluvia tampoco da las gracias. No hay nada que agradecer por haberse transformado en otra. Soy una mujer, soy una persona, soy una atención, soy un cuerpo mirando por la ventana. Del mismo modo, la lluvia no está agradecida por no ser una piedra. Ella es la lluvia. Tal vez sea eso lo que se podría llamar estar vivo. No es más que esto, sólo esto: vivo. Y sólo vivo de una alegría mansa.
Con los años he ido aprendiendo que nadie tiene su momento, que no hay un tiempo por venir al que confiar las cosas y que todo lo que no se hace, se pierde para siempre.
No es la línea recta la que me atrae, dura, inflexible, creada por el hombre. La que me atrae es la curva libre y sensual. La curva que encuentro en las montañas de mi país, en la sinuosidad de sus ríos, en las nubes del cielo y en las olas del mar. De curvas está hecho el universo, el universo curvo de Einstein.
Un pueblo sin moscas quiere decir que es un pueblo limpio; un pueblo sin frailes revela que tiene buen sentido, y un pueblo sin carabineros indica que su estado no tiene fuerza; cosas todas que me parecen excelentes.
No me parece, dijo Austerlitz, que comprendamos las leyes que rigen el retorno del pasado, pero cada vez me parece más como si no hubiera tiempo, sino diversos espacios, imbricados entre sí, entre los que los vivos y los muertos, según el talante en que se encuentran, van de un lado a otro, y cuanto más lo pienso tanto más me parece que nosotros, los que todavía nos encontramos con vida, a los ojos de los muertos somos irreales y sólo a veces, en determinadas condiciones de luz y requisitos atmosféricos, resultamos visibles.
Hacer depender. No hace el numen el que lo dora, sino el que lo adora: el sagaz más quiere necesitados de si que agradecidos. Es robarle a la esperanza cortés fiar del agradecimiento villano, que lo que aquella es memoriosa es éste olvidadizo. Más se saca de la dependencia que de la cortesía: vuelve luego las espaldas a la fuente el satisfecho, y la naranja exprimida cae del oro al lodo. Acabada la dependencia, acaba la correspondencia, y con ella la estimación. Sea lección, y de prima en experiencia, entretenerla, no satisfacerla, conservando siempre en necesidad de si aun al coronado patrón; pero no se ha de llegar al exceso de callar para que yerre, ni hacer incurable el daño ajeno por el provecho propio.
Trasladémonos a una región solitaria; el horizonte se extiende indefinidamente, el cielo está limpio de nubes; ni el más ligero soplo del viento agita los árboles ni las plantas; no hay animales ni hombres ni aguas corrientes; el silencio más profundo reina en toda la extensión; este paisaje despierta graves pensamientos, invita al olvido de la voluntad y de sus miserias; pero esto mismo comunica a aquel paisaje solitario y silencioso cierto matiz de sublimidad. Pues como no ofrece a la voluntad, ávida siempre de desear y adquirir, objeto alguno favorable ni desfavorable, no queda más que el estado de contemplación pura, y el que no sea capaz de elevarse a ella sólo sentirá vacío y aburrimiento. La aptitud para soportar y amar la soledad es una medida de nuestro valor intelectual. El paraje descrito nos proporciona, pues, un ejemplo de sublimidad en grado inferior, en cuanto en ella el estado de conocimiento puro, con su calma y suficiencia, evoca como contraste el recuerdo de una voluntad agitada y miserable.
Arthur Schopenhauer, El mundo como voluntad y representación
Vivir es una especie de locura que la muerte comete. Porque en ellos vivimos, vivan los muertos. De repente las cosas no tienen por qué tener sentido. Me satisfago en ser. ¿Tú eres? Estoy seguro de que sí. El sinsentido de las cosas me provoca una sonrisa de complacencia. Todo, sin duda, debe de estar siendo lo que es. Hoy es un día de nada. Hoy es hora cero. ¿Existe por casualidad un número que no sea nada? ¿Qué es menos que cero? ¿Qué comienza en lo que nunca ha comenzado porque siempre era?, y ¿era antes de siempre? Me adhiero a esta ausencia vital y rejuvenezco por entero, al mismo tiempo contenido y total. Redondo sin principio ni fin, soy el punto antes del cero y del punto final. Camino sin parar del cero al infinito. Pero al mismo tiempo todo es tan fugaz. Siempre fui e inmediatamente dejaba de ser. El día transcurre a su aire y hay abismos de silencio en mí. La sombra de mi alma es el cuerpo.
Alguien que haya leído el canto XXIV de la Ilíada – el encuentro nocturno entre Príamo y Aquiles- o el capítulo en que Aliosha Karamazov se arrodilla ante las estrellas, que haya leído el capítulo XX de Montaigne (Que philosopher c´est apprendre l´art de mourir) y el empleo que de éste hace Hamlet y que no se inmute, cuya aprehensión de su propia vida permanezca inalterable, que de alguna manera sutil pero radical no mire de modo distinto el cuarto en que se mueve o al que llama a su puerta, éste ha leído sólo con la ceguera de la mirada física. ¿Pueden leerse Ana Karenina o a Proust sin experimentar una flaqueza o una dimensión nuevas en el centro mismo de nuestra sensibilidad sexual?.
Nada hay más penoso que el instante que sucede a la emoción: el vacío que deja tras sí nos causa una mayor infelicidad que la privación misma del objeto cuyo deseo nos excitaba. Lo más difícil de soportar para un jugador no es haber perdido, sino dejar de jugar.
Madame de StaëlDe la influencia de las pasiones Ed. Berenice, 2007 Trad. David Marín Hernández
¿Qué que vine a hacer aquí? ¡La gran pregunta! ¿Y qué estuve haciendo allá? (…) Vienen aquí muchos, como vinimos nosotros, cargados con su yo, con toda su ausencia a cuestas (…) ¿Qué vine a hacer aquí? Vine a no saberme, vine a estar. Hago: leo, estudio, escribo, miro, estoy. Estoy en lo que hago, soy lo que hago. Estoy en lo que miro. Soy lo que miro. No estoy. Dejo de estar frente a mí misma (…) Quiero estar aquí. Por eso vine. Simplemente vine para querer estar donde estoy. Sorprendente respuesta, por inesperada. Lo que pensé que sería un adiós definitivo a este lugar resulta ser un encuentro. Un encuentro más allá de lo esperado, más allá de cualquier idea de encuentro o desencuentro.
Desde hace algunos, años vengo coleccionando las expresiones que en los distintos idiomas designan la acción de dejar de asistir voluntariamente a la escuela o el colegio: en español común de España a eso le llamamos hacer novillos o fumarse la clase. Hay además, algunas formas regionales: en Castilla, hacer pellas; en Navarra, hacer calva, hacer borota y también hacer pella; en Granada, hacer rabona; en Lucena, y no sé si en algún otro punto de la provincia de Córdoba, hacer falla; en Aragón, hacer pirola o —especialmente en Huesca— picarse la clase. En gallego, con asombrosa concisión, se usa un verbo específico: latar; en catalán, se usa tanto la expresión fer rodó, es decir, ‘hacer redondo’, como fer campana; y los vascos dicen piper egin, que significa ‘hacer pimientos’. Los argentinos, no contentos con hacerse la rabona, hablan también de hacerse la rata, los colombianos y peruanos de volarse de clase, y Alfonso Reyes, a quien también le interesó este tema, nos hizo saber en La experiencia literaria que los mejicanos del distrito federal llaman a eso irse de pinta o pintar venado ("deliciosa expresión que hace pensar en los dibujos rupestres", agrega el maestro), mientras que los de Monterrey dicen cuajarla o irse de cuaja.
En Francia y en el Canadá francófono, la expresión habitual es faire l’école buissonière, literalmente ‘hacer la escuela matorralosa’, aunque en los últimos tiempos parece que en Francia se prefiere secher le cours, ‘secar la clase’. En el Norte de Italia, andare in marina, irse a la marina’, o biggiare, y en otras zonas de Italia, marinare la scuola, y también fare vela, ‘hacer vela’, o fare sega, ‘hacer sierra’. Se nota que los italianos son gente festiva y de aire libre. En Alemania, bien blau machen (‘hacer azul’), bien schwänzen o bummeln, que significa ‘colear’, aunque en el Sur de Alemania se dice también stemmen. En Inglaterra, esa misma acción se indica con to play truand. En danés, pjakke. En ruso, progulivat, que viene a ser ‘pasar’; en croata, smuginuti sa casova, pobeci sa casova —ambos modismos significan ‘escaparse de las clases’— o brisari sa casova ‘borrarse de las clases’. En rumano, a chiuli. Los checos dicen chodit za skolu, esto es ‘ir detrás de la escuela’, los eslovacos chodit po za skolu, que viene a ser lo mismo, y los polacos wagarowac o isc na wagary. En los Estados Unidos eso es to play hooky (‘jugar ganchudo’). En japonés se dice sa-bo-ru.
Al parecer, todos los niños de todos los lugares del mundo se escapan de sus clases alguna vez, y no sólo esto, sino que han acuñado, para referirse a ese acto, expresiones que tienen en común su admirable sentido poético. El hecho de que individuos muy alejados y desconocidos entre sí, y, además, especialmente inocentes o primitivos, actúen del mismo modo en circunstancias semejantes prueba que esa entidad misteriosa llamada naturaleza humana, a pesar de todo, existe.
Miguel D'Ors, Virutas de taller, Los papeles del Sitio
G. Tartini: Concerto Grosso No.5 in E minor [transcription of the Sonata Op.1 No.5 by Giulio Meneghini]
En “El final de la imaginación”, esta activista (Arundhati Roy) describía su ideal de vida de esta manera: “Amar. Ser amado. No olvidar nunca la propia insignificancia. No acostumbrarse nunca a la violencia incalificable y a la vulgar incongruencia de la vida a tu alrededor. Buscar la alegría en los lugares más tristes. Perseguir la belleza hasta su guarida. No simplificar nunca lo complicado ni complicar lo sencillo. Respetar la firmeza y la decisión, pero nunca la fuerza. Por encima de todo, observar. Probar y aprender de los errores. No mirar nunca hacia otro lado. Y nunca, nunca olvidar."
Escribirte cartas que espero leas en la cima de alguna montaña es mi único consuelo. Despertarme con lágrimas y sin ti es mi único consuelo.
Me he vuelto más madura y quizá siga siendo una estúpida para contigo. Porque sigo odiándome. Veo el amanecer y recuerdo tu sonrisa. Porque la guardo en mi corazón. Y me odio por no poder desecharla, olvidarla y dejar que se vaya de mí la última esperanza.
Nunca he entendido muchas cosas de este mundo. Como el porqué alguien es capaz de amarte y dejar de hacerlo al punto que lo olvida todo. Cuando te dije que te amaría para siempre… yo aún mantengo mi promesa así se haya vuelto la peor de mis condenas.
Porque lo que verdaderamente duele no son los momentos malos sino recordar que también hubo buenos. Y te los agradezco.
Probablemente, siga escribiéndote. Espero me leas y algún día también te quites esa nueva negación cobarde y que lo admites, que admitas si aún me lees. Y que al menos eso nunca dejes de hacerlo.
Puede llegar a divertirte mi sufrimiento. Puede llegar a satisfacer tu morbo el leer incluso cuando escribo de alguien más.
No llames. No hasta que no tengas a nadie más dentro y me dejes a mí habitarte de nuevo, me dejes volver a hacerte mi hogar esperando no me eches de nuevo.
Mandó mi madre por uno de esos bollos, cortos y abultados, que llaman magdalenas, que parece que tienen por molde una valva de concha de peregrino. Y muy pronto, abrumado por el triste día que había pasado y por la perspectiva de otro tan melancólico por venir, me llevé a los labios unas cucharadas de té en el que había echado un trozo de magdalena. Pero en el mismo instante en que aquel trago, con las miga del bollo, tocó mi paladar, me estremecí, fija mi atención en algo extraordinario que ocurría en mi interior. Un placer delicioso me invadió, me aisló, sin noción de lo que lo causaba. Y él me convirtió las vicisitudes de la vida en indiferentes, sus desastres en inofensivos y su brevedad en ilusoria, todo del mismo modo que opera el amor, llenándose de una esencia preciosa; pero, mejor dicho, esa esencia no es que estuviera en mí, es que era yo mismo. Dejé de sentirme mediocre, contingente y mortal. ¿De dónde podría venirme aquella alegría tan fuerte? Me daba cuenta de que iba unida al sabor del té y del bollo, pero le excedía en, mucho, y no debía de ser de la misma naturaleza. ¿De dónde venía y qué significaba? ¿Cómo llegar a aprehenderlo? Bebo un segundo trago, que no me dice más que el primero; luego un tercero, que ya me dice un poco menos.
Marcel Proust, En busca del tiempo perdido Ed. Alianza, 2011 Trad. Pedro y Jaime Salinas
Nada comparable a tus manos, ni nada igual al oro-verde de tus ojos. Mi cuerpo se llena de ti por días y días. Eres el espejo de la noche. La luz violeta del relámpago. La humedad de la Tierra. El hueco de tus axilas es mi refugio. Toda mi alegría es sentir brotar la vida de tu fuente-flor que la mía guarda para llenar todos los caminos de mis nervios que son los tuyos, tus ojos, espadas verdes dentro de mi carne, ondas entre nuestras manos. Solo tú en el espacio lleno de sonidos. En la sombra y en la luz; tú te llamarás auxocromo, el que capta el color. Yo cromóforo, la que da el color. Tú eres todas las combinaciones de números. La vida. Mi deseo es entender la línea, la forma, el movimiento. Tú llenas y yo recibo. Tu palabra recorre todo el espacio y llega a mis células que son mis astros y va a las tuyas que son mi luz.
En aquel tiempo, los Solitarios aún eran amados. Así conocí la felicidad, en el frescor de los árboles. Embellecí mi vida con días que no había vivido.
Pascal Quignard, Albucius Ed. El cuenco de plata, 2010 Trad. Betina Keizman
Una rabia silenciosa se apoderaba entonces de Lej. Miraba solemnemente a los pájaros encerrados en las jaulas, mascullaba algo para sus adentros. Finalmente, después de un estudio prolongado, elegía al pájaro más robusto, lo ataba a su muñeca, y mezclaba los ingredientes más diversos para preparar pinturas pestilentes de distintos colores. Lej daba vuelta al pájaro y le pintaba las alas, la cola y el pecho con todos los tonos del arco iris hasta que su aspecto era más llamativo que un ramillete de flores silvestres.(...) El pájaro empezaba a piar y atraía a una bandada de su misma especie que revoloteaba inquieta sobre nuestras cabezas.(...) Lej me hacía una seña para que soltara al prisionero. Este se elevaba, dichoso y libre, como una mancha irisada contra el fondo de nubes, y se integraba en seguida en el seno de la bandada marrón que lo aguardaba. Los pájaros quedaban fugazmente desconcertados. El pájaro pintado describía círculos de un extremo de la bandada a otro, esforzándose en vano por convencer a sus congéneres de que era uno de ellos. Pero, deslumbrados por sus colores brillantes, los otros pájaros volaban alrededor de él sin convencerse. Cuanto más se obstinaba el pájaro pintado por incorporarse a la bandada, más le alejaban. No tardábamos en ver cómo una tras otra, todas las aves de la bandada protagonizaban un ataque feroz. Al cabo de poco tiempo la imagen multicolor se precipitaba a tierra. Cuando por fin encontrábamos el pájaro pintado, casi siempre estaba muerto.
Ruptura no es la palabra. Implica violencia, y lo nuestro fue más suave. Doloroso sí, pero suave. Son muchos años de querernos, y querernos bien. Digamos separación.
Mario Benedetti, Andamios
Yo se que estaré a salvo del olvido, pues viviré en su alma eternamente.
Alejandro Dolina
Reírse es la forma más preciosa de romperse, como queriendo decir ‘y qué le vamos a hacer’.
Jano tiene cien años y ha decidido sentarse bajo el níspero a contar los días, sin ceder a las tentaciones mundanas. Le parece una decisión juiciosa y adecuada a las circunstancias. No hará nada, dejará vagar sus pensamientos como nubes, más allá de las hojas.
Luigi Pintor, El níspero, 2001 Ed. Aleph Editores, 2012 Trad. Helena Águila Ruzola