lunes, 31 de julio de 2017

Al principio adoré


Al principio adoré. Lo que adoraba era humano. No personas; no totalidades, no seres denominados y delimitados. Sino signos. Parpadeos de ser que me impactaban, que me incendiaban. Fulguraciones que llegaban a mí: ¡Mira! Yo me abrasaba. Y el signo se retiraba. Desaparecía. Mientras yo ardía y me consumía entera. Lo que me sucedía, poderosamente lanzado desde un cuerpo humano, era la Belleza: había un rostro, en él estaban inscriptos, guardados, todos los misterios, yo estaba delante, presentía que había un más allá al que no tenía acceso, un allá sin límites, la mirada me oprimía, me impedía entrar, yo estaba afuera, en acecho animal. Un deseo buscaba su morada. Yo era ese deseo. Yo era la pregunta. Destino extraño de la pregunta: buscar, perseguir las respuestas que la calmen, que la anulen. Si algo la anima, la eleva, la incita a plantearse, es la impresión de que el otro está allí, muy cerca, existe, muy lejos, de que en algún lugar en el mundo, una vez cruzada la puerta, está la cara que promete, la respuesta por la cual uno continúa moviéndose, a causa de la cual uno no puede descansar, por amor a la cual uno se contiene de renunciar, de dejarse llevar; a muerte. ¡Qué desgracia, empero si la pregunta llegara a encontrar su respuesta! ¡Su fin!

Amar: conservar vivo: nombrar


Hélène Cixous
La llegada a la escritura
Editorial Amorrurtu, 2006
Trad. Irene Agoff

Transcurrir


Me dices que es absurdo el universo,
que la vida carece de sentido.
Pero no es un sentido lo que busco,
cualquier explicación o una promesa,
sino el estar aquí y a la deriva:
una simple botella que en la playa
aguarda la marea.
Sí, la palabra justa es abandono:
una dulce renuncia que me nombra
señor y dueño al fin de mi camino.
Queden hoy para otros
los afanes del mundo, y que mi mundo sea
la magia de esta casa
tomada en su quietud por la penumbra,
saber que nadie llegará
a interrumpir mi tarde,
que no habrá sobresaltos,
ni voces, ni horas fijas,
porque ahora es tan sólo transcurrir
mi gran tarea.


Razonable


La vida no es algo razonable. No podemos imaginarla unos años —a no ser que nos mintamos— como algo tranquilo, un diseño de arquitectura. La vida no es nada previsible ni complaciente. Se abate sobre nosotros como lo hará más tarde la muerte, es una cuestión de deseo y el deseo nos consagra a lo desgarrador y contradictorio. 

Christian Bobin
La más que viva
Ed. Libros Canto y Cuento, 2015

Fot. Rudhacharya

Huellas


En el lugar donde uno pone el pie queda la huella, la tierra guarda esa memoria. El cuerpo viaja, el recuerdo se queda. Uno se despide y no se va. La vida es el recuerdo de la muerte, y la muerte el recuerdo de la vida.

Humberto Ak’Abal
Kamoyoyik

Fot. Vaclav Chochola
Praga, 1971

Condiciones



El error [...] consiste en creer [...] que existen determinadas condiciones para la felicidad. Lo único que cuenta es la voluntad de ser feliz.

Albert Camus
Breviario de la dignidad humana
Ed. Plataforma Editorial, 2013
Trad. Elisenda Julibert

Canción para franquear la sombra


Un día nos veremos
al otro lado de la sombra del sueño.
Vendrán a ti mis ojos y mis manos
y estarás y estaremos
como si siempre hubiéramos estado
al otro lado de la sombra del sueño.

Canción para franquear la sombra

Charlotte, Arizona, 1988

El sueño


El sueño es como una partida de ajedrez conmigo mismo, pero sin reglas. El alfil hace de torre, el caballo avanza verticalmente, e incluso los peones pueden declararse reyes. Cada noche los tronos de la razón son usurpados por advenedizos y nouveaux riches. Y en cada despertar fingimos que el antiguo régimen ha sido restaurado.

Rafael Argullol
El cazador de instantes
Ed. Acantilado, 2007

Fot. John Baldessari
Kiss, Hair, Hands, 1986

Consideraciones



Considero valor cada forma de vida, la nieve, la fresa, la mosca.
Considero valor el reino mineral, el conjunto de las estrellas.
Considero valor el vino junto a la pasta, una sonrisa involuntaria,
el cansancio que no niegan dos viejos que se gustan.
Considero valor lo que mañana no valdrá nada y lo que hoy ya vale poco.
Considero valor todas las heridas.
Considero valor ahorrar agua, reparar zapatos, callar a tiempo,
socorrer a gritos, pedir permiso antes de sentarse, probar gratitud
sin recordar bien el porqué.
Considero valor poder saber dónde está el norte en una habitación
y el nombre del viento que seca la ropa.
Considero valor el viaje del vagabundo, la clausura del monje,
la paciencia del condenado sea cual sea su culpa.
Considero valor emplear el verbo amar y la hipótesis
que un creador existe.
Muchos de estos valores no los he conocido.

Considero valores todas las heridas

Exactamente


Es imposible contar una cosa exactamente tal como ocurrió, porque lo que uno dice nunca puede ser exacto, siempre se deja algo, hay muchas partes, aspectos, contracorrientes, matices; demasiados detalles que podrían significar esto o aquello, demasiadas formas que no pueden ser totalmente descritas, demasiados aromas y sabores en el aire o en la lengua, demasiados colores.

Margaret Atwood
El cuento de la criada
Ed. Salamandra, 2017
Trad. Elsa Mateo

El silencio florece



El silencio florece
donde se abisma el tiempo.

Cada palabra
que no escribo

me hace
desaparecer
un poco mas.

Motivos de horizonte
Ed. Enkuadres, 2015

domingo, 30 de julio de 2017

Tengo dos hambres


Arriba, vivo en la escritura. Leo para vivir. Leí muy pronto: no comía, leía. Siempre “supe” sin saberlo, que me alimentaba de texto. Sin saberlo. O sin metáfora. Había poco sitio para la metáfora en mi existencia, un espacio muy restringido, que a menudo yo anulaba. Tengo dos hambres: una buena y una mala. O la misma sufrida de modo diferente. Tener hambre de libros era mi alegría y mi tormento. Libros, casi no tenía. No hay dinero, no hay libro. Roí en un año la biblioteca municipal. Yo mordisqueaba, y al mismo tiempo devoraba. Como con los pasteles de Jánuca: pequeño tesoro anual de diez pasteles de canela y jengibre. ¿Cómo conservarlos consumiéndolos? Suplicio: deseo y cálculo. Economía del tormento. Por la boca aprendí la crueldad de cada decisión, un mordisco, lo irreversible. Guardar no es gozar. Gozar y no gozar más. La escritura es mi padre, mi madre, mi nodriza amenazada.

Hélène Cixous
La llegada a la escritura
Editorial Amorrurtu, 2006
Trad. Irene Agoff

Paréntesis


Se pone el sol.
Cierra el paréntesis
de este día.
Se abre el de la noche.

Reunion Island

Lo inesperado


El hombre debe percibir que vive en un mundo que en cierto sentido es enigmático. Que en él suceden y pueden experimentarse cosas que permanecen inexplicables, y no tan sólo las cosas que acontecen dentro de lo que se espera. Lo inesperado y lo inaudito son propios de este mundo. Sólo entonces la vida es completa.

Carl Gustav Jung
Recuerdos, sueños, pensamientos
Ed. Seix Barral, 2001
Trad. María Rosa Borrás

Fot. Minu Sozi

Ahora mismo


Ahora mismo,
en algún lugar del planeta,
alguien estará amando a alguien.
Con fulminante ternura,
con rabiosa hambre,
dándose la salud
en esa confianza.
Se amarán con esa verdad
que sólo el tiempo
descubre en su tamaño.
En ese amor se expande el universo.
Yo viví algunas de sus explosiones.
La naturaleza permite,
en su exigüedad,
engañarnos
la revelación de traspasar al otro,
como si de verdad 
nos volviéramos
parte de un mismo animal agradecido.
Pero los sentidos 
esconden lo fundamental.
Con el amor progresa el desorden
más hermoso,
los cuerpos apenas pueden contenerse
en su alegría sencilla
de crecer
hasta difuminarse,
libres de las peores de sus miserias,
emancipados también del otro.
Los amantes no se hacen uno.
Se multiplican, mejores, a sí mismos.

Esa libertad que a tantos asusta
me llama con tu nombre.


De El inicio del mundo
Ed. Renacimiento, 2011

La precaución


No me gusta marcharme el último. Por eso siempre estoy pendiente de cuántos vamos quedando en la barra. Cuando veo que sólo dos, me vuelvo a casa. La tristeza de un bar solitario después de medianoche se la dejo a otro.
Acababa de marcharse el tercer cliente y, aparte de mí, sólo quedaba ya un gordo.
Entregué un billete al camarero.
—No tengo cambio ­—me dijo­—. ¿No tiene usted para cambiarme? ­—se dirigió al gordo.
Éste no contestó.
—Está borracho ­—le dije al camarero.
—Me parece que es algo peor que eso ­—dijo el camarero observando al gordo­—. Creo que está muerto, habrá que llamar a un médico.
Desde entonces me marcho cuando en la barra quedamos tres.
Toda precaución es poca.

Sławomir Mrożek
La precaución
De: La mosca
Ed. Acantilado, 2005
Trad. Joanna Albín

Fot, Ralph Gibson, 1970

Instrucciones



Pósese justo frente a la persona que se quiere amar. Mírela a los ojos, sonría delicadamente, no exagere. Haga lento el abrir y cerrar de ojos: baje lentamente los párpados, súbalos de igual forma. Así durante todo el procedimiento.

Tome lentamente su cara y acérquela a la propia; inmediatamente verá la fusión de labios. Con suavidad, abra la boca y mezcle las lenguas, manteniendo las manos sobre la cara. Luego de algunos segundos sentirá una reacción química que liberará energía calórica, pero no se precipite, prosiga con las instrucciones. Tranquilamente aparte las manos de la cara del ser amado, deslizándolas suavemente por los hombros hacia abajo, hasta llegar a la espalda.

Abrazar fuerte.

Continúe con los procedimientos anteriores, verá que no experimentará ninguna dificultad para realizar estos pasos al mismo tiempo. Relaje las piernas y los brazos, sosténgase de pie sobre la persona que se quiere amar, verá que es el mejor soporte posible.

Apague o disminuya la luz, el ambiente será más tranquilo. 

Aproxímese a una cama, preferentemente hecha sólo de sábanas. No se preocupe por las almohadas, sus propios torsos cumplirán esa función perfectamente. 

No se apresure, póngase, despacio, en posición horizontal, guíe al amado a ponerse en la misma posición, de manera que los dos queden acostados y de costado, mirándose una vez más. 

No deje nunca de abrazar.

En silencio, recuéstese sobre el torso ajeno y déjese reposar un buen rato. La oscuridad le dará una sensación muy pacífica de la realidad y limitando la visión y el oído, podrá disfrutar de los sentidos que suelen dejarse relegados: el tacto, el olor, el gusto. Mantenga el abrazo, pero no se quede dormido, el sueño bien podrá experimentarse despierto.

Admirar todo lo que guste, deleitarse con las más inocentes excusas, detener el tiempo mientras se ve a la persona amada hacer algo tan simple como hablar, fruncir el ceño o jugar infantil y tiernamente con un peluche.

Agregue dulzura a gusto. Añada sonrisas, payasadas y bromas (las lágrimas no hacen mal si están medidas en proporción y están bien batidas con amor), regalos insignificantes como un beso en un momento inesperado o un papel escrito a las apuradas. Pueden ser valorados más que una joya.

Consejo: las caricias y besos extras a lo largo de todo el procedimiento producirá un mejor efecto y mejor resultado. No olvide las miradas.
Secreto: Esta receta es especial para noches de lluvia; el sonido de las gotas rompiendo el silencio conforma una atmósfera imperdible.

Instrucciones para amar

Fot. Steven Meisel

Si


Si usted me quiere en su vida,
usted me pondrá en ella. 
Yo no debería estar 
peleando por un puesto.


Gota a gota


Callarse gota a gota
desleírse
en el cauce más dúctil del silencio.

Motivos de horizonte
Ed. Enkuadres, 2015

Fot. Zdzisław Beksinski

Tan frágil el tórax


Tan frágil el tórax
y, sin embargo,
han de picar el hielo para
poder hallarme.

Carta




Querido pequeño ser:

Quiero contarle algo extremadamente placentero e inesperado que me pasó: hace tres días me acosté con el pequeño Bost. Naturalmente fui yo quien lo propuso, el deseo era de ambos y durante el día manteníamos serias conversaciones mientras que las noches se hacían intolerablemente pesadas. Una noche lluviosa, en una granja de Tignes, estábamos tumbados de espaldas a diez centímetros uno del otro y nos estuvimos observando más de una hora, alargando con diversos pretextos el momento de ir a dormir. Al final me puse a reír tontamente mirándolo y él me dijo: “¿De que se ríe?”. Y le contesté: “Me estaba preguntando qué cara pondría si le propusiera acostarse conmigo”. Y replicó: “Yo estaba pensando que usted pensaba que tenía ganas de besarla y no me atrevía”. Remoloneamos aún un cuarto de hora más antes de que se atreviera a besarme. Le sorprendió muchísimo que le dijera que siempre había sentido muchísima ternura por él y anoche acabó por confesarme que hacía tiempo que me amaba. Le he tomado mucho cariño. Estamos pasando unos días idílicos y unas noches apasionadas. Me parece una cosa preciosa e intensa, pero es leve y tiene un lugar muy determinado en mi vida: la feliz consecuencia de una relación que siempre me había sido grata. Hasta la vista querido pequeño ser; el sábado estaré en el andén y si no estoy en el andén estaré en la cantina. Tengo ganas de pasar unas interminables semanas a solas contigo.

Te beso tiernamente,
tu Castor.


Simone de Beauvoir (1945)

sábado, 29 de julio de 2017

Otra versión


Otra versión

Nuestros árboles son álamos pero la gente
los confunde con abedules,
piensan que somos personajes
de una novela rusa, igual que Kitty y Levin
que viven alegremente en el campo.
Los amigos de la ciudad miran cómo comen
juntos los pájaros y los conejos
sobre la nieve espesa y blanca.
(Tenemos inviernos rusos en Illinois,
aunque no haya trineos, hay comadrejas en lugar de lobos,
y ningún sirviente fiel nos hace el trabajo.)
En nuestra casa, como en una obra rusa,
vive un viejo, y es mi papá.
Él se deja ir año a año en cámara lenta,
y la tristeza nos queda atrapada dentro
como una manzana envenenada
que no sube ni baja.
Pero como las tres hermanas, hablamos rara vez
de lo que a la noche nos mantiene despiertas.
Igual que ellas, nos quejamos de las cosas
que en realidad no importan y hablamos
de los placeres y el futuro:
nos decimos mutuamente que a los sauces
este año el verde se les esfumó muy pronto.

Versión de Sandra Toro

Epitafio


Sabiendo que iba a morir, el joven Cadou dejó escrito para su tumba un breve epitafio que pidió a su familia que fuera considerado como sus "obras completas". Una petición irónica. Ese epitafio reza así: "Intenté sin éxito ser más muebles, pero ni eso me fue concedido. Así que he sido toda mi vida un mueble, lo cual, después de todo, no es poco si pensamos que lo demás es silencio ".

Enrique Vila-Matas
Bartleby y compañía

Nunca se sabe


Hay que ser cuidadoso al hablar.
Nunca se sabe.
Cada vez que decimos algo
pueden ser las últimas palabras.


Jacksonville, Florida. 1968

Transferencia


Para evitar molestos equívocos habría que tener siempre presente cómo opera la transferencia: para mí, tú no eres tú, eres lo que en ti inventa mi deseo. Y viceversa.

Abrazo


Quiero abrazarte salvajemente. Besarte hasta que te alejes de mi miedo como se aleja un pájaro del borde filoso de la noche. Pero ¿cómo decírtelo? Mi silencio es mi máscara. Mi dolor es el de un niño en la noche. Canto y tengo miedo. Te amo y tengo miedo y nunca te lo diré con mi voz verdadera, esta voz lenta y grave y triste. Por eso te escribo en un idioma que no conoces. Nunca me leerás y nunca sabrás de mi amor.

Alejandra Pizarnik

Fot. Daisuke Yokota

El rumor de las máquinas crecía


El rumor de las máquinas crecía
en la sala contigua: ya mi espera
de un adjetivo -o de tu cuerpo- no era
más que un intento de acortar el día.

La noche que llegaba y precedía
el viento del desierto, la certera
luz -o tus pies desnudos en la estera-
del ocaso, su tiempo suspendía.

No recuerdo el amor sino el deseo:
no la falta de fe, sino la esfera-
imagen confrontando su espejeo

con la textura blanca, verdadera
página -o tu cuerpo que aún releo-;
vasto ideograma de la primavera.

El rumor de las máquinas crecía...

Quién dice


¿Quién dice que se nos murió todo
Cuando se nos quebraron los ojos?
Todo despertó, todo comenzó.

Die Niemandsrose


Yo habito un dolor


"Yo habito un dolor”

No dejes el cuidado de gobernar tu corazón a esas ternuras parientas del otoño del que ellas toman su plácido aspecto y su afable agonía. El ojo es precoz para plegarse. El sufrimiento conoce pocas palabras. Prefiere acostarse sin carga: soñarás con el mañana y tu lecho te será leve. Soñarás que tu casa ya no tiene vidrios. Estás impaciente por unirte al viento, al viento que recorre un año en una noche. Otros cantarán la incorporación melodiosa, las carnes que sólo personifican la hechicería del reloj de arena. Condenarás la gratitud que se repite. Más tarde, te identificarás con algún gigante disgregado, señor de lo imposible.

Sin embargo.

No has hecho más que aumentar el peso de tu noche. Has vuelto a la pesca en las murallas, a la canícula sin verano. Estás furioso contra tu amor en el centro de una comprensión que enloquece. Piensa en la casa perfecta que nunca verás elevarse. ¿Para cuándo la cosecha del abismo? Pero has vaciado los ojos del león. Crees ver pasar la belleza por encima de las lavandas negras.

¿Qué es lo que te ha izado, una vez más, un poco más arriba sin convencerte?

No hay sitio puro.

René Char
De: “El poema pulverizado” (1945-1947)
Trad. Raúl Gustavo Aguirre

Adecuado


Al fondo del pasillo desembocó en una espaciosa cocina amueblada con armarios de aluminio cepillado que rodeaban una isla de basalto. La nevera estaba vacía, exceptuando una caja de bombones Debauve & Gallais y un envase pequeño de zumo de naranja Leader Price empezado. Lanzando una mirada circular vio una cafetera y se preparó un Nespresso. Olga era dulce, era dulce y amante, Olga le amaba, se repitió con una tristeza creciente al mismo tiempo que comprendía que ya nunca habría nada entre ellos, que nunca podría haber nada entre ellos, la vida te ofrece una oportunidad a veces, se dijo, pero cuando eres demasiado cobarde o indeciso para aprovecharla, la vida recoge sus cartas, hay un momento para hacer las cosas y para abrazar una felicidad posible, ese momento dura algunos días, a veces unas semanas e incluso unos meses, pero sólo se presenta una única vez, y si quieres rectificar más tarde es simplemente imposible, ya no queda sitio para la esperanza, la creencia y la fe, subsiste una resignación suave, una piedad recíproca y entristecida, la sensación inútil y justa de que podría haber ocurrido algo, de que sencillamente uno se ha mostrado indigno del don que le acaban de hacer. Se preparó un segundo café que disipó definitivamente las brumas del sueño, y luego pensó en dejarle una nota a Olga. «Debemos reflexionar», escribió, y luego tachó la fórmula y escribió: «Mereces algo mejor que yo.» Tachó también esta frase, escribió en su lugar: «Mi padre se está muriendo»; entonces se dio cuenta de que nunca había hablado de su padre con Olga y arrugó la hoja antes de tirarla al cubo de la basura.

Michel Houellebecq
El mapa y el territorio
Ed. Anagrama, 2011

Fot. Bastiaan Woudt
Unveil, From the series ‘Karawan’, 2016

Hilos invisibles


Los hilos invisibles
son los que trenzan
las cuerdas más resistentes

Fot. Masao Yamamoto

Escuchar


Escuchar es lo más peligroso, es saber, es estar enterado y estar al tanto, los oídos carecen de párpados que puedan cerrarse instintivamente a lo pronunciado, no pueden guardarse de lo que se presiente que va a escucharse, siempre es demasiado tarde.

Javier Marías
Corazón tan blanco
Ed. Alfaguara, 1992

Fot. Saul Leiter

Las cosas que no hacemos


Me gusta que no hagamos las cosas que no hacemos. Me gustan nuestros planes al despertar, cuando el día se sube a la cama como un gato de luz, y que no realizamos porque nos levantamos tarde por haberlos imaginado tanto. Me gusta la cosquilla que insinúan en nuestros músculos los ejercicios que enumeramos sin practicar, los gimnasios a los que nunca vamos, los hábitos saludables que invocamos como si, deseándolos, su resplandor nos alcanzase. Me gustan las guías de viaje que hojeas con esa atención que tanto te admiro, y cuyos monumentos, calles y museos no llegamos a pisar, fascinados frente a un café con leche. Me gustan los restaurantes a los que no acudimos, las luces de sus velas, el sabor por venir de sus platos. Me gusta cómo queda nuestra casa cuando la describimos con reformas, sus sorprendentes muebles, su ausencia de paredes, sus colores atrevidos. Me gustan las lenguas que quisiéramos hablar y soñamos con aprender el año próximo, mientras nos sonreímos bajo la ducha. Escucho de tus labios esos dulces idiomas hipotéticos, sus palabras me llenan de razones. Me gustan todos los propósitos, declarados o secretos, que incumplimos juntos. Eso es lo que prefiero de compartir la vida. La maravilla abierta en otra parte. Las cosas que no hacemos.

Hacerse el muerto
Ed. Páginas de Espuma, 2011



viernes, 28 de julio de 2017

Objetos perdidos


Perdí unas pocas diosas camino del sur al norte,
también muchos dioses camino de este a oeste.
Un par de estrellas se apagaron para siempre, ábrete, oh cielo.
Una isla, otra se me perdió en el mar.
Ni siquiera sé dónde dejé mis garras,
quién anda con mi piel,
quién habita mi caparazón.
Mis parientes se extinguieron cuando repté a tierra,
y sólo algún pequeño hueso dentro de mí celebra el aniversario.
He saltado fuera de mi piel, desparramado vértebras y piernas,
dejado mis sentidos muchas, muchas veces.
Hace tiempo que he guiñado mi tercer ojo a eso,
chasqueado mis aletas, encogido mis ramas.
Está perdido, se ha ido, está esparcido a los cuatro vientos.
Me sorprendo de cuán poco queda de mí:
un ser individual, por el momento del género humano,
que ayer simplemente perdió un paraguas en un tranvía.

Discurso en la oficina de objetos perdidos

Collage: Robin Isely

María


Un otoño me encontré por sorpresa con mi hija María en la acera delante de la relojería; estaba más delgada, pero no me costó nada reconocerla.

No recuerdo ya por qué estaba yo en la calle, pero tenía que tratarse de algo importante, porque fue después de que la barandilla de la escalera se hubiera roto, así que en realidad ya había dejado de salir a la calle. Pero fuera como fuera, me encontré con ella, y se me ocurrió pensar: Qué casualidad tan extraña que yo haya salido justamente hoy.

Pareció alegrarse de verme, porque dijo «padre» y me dio la mano. Ella era la que más me gustaba de mis hijos; cuando era pequeña decía a menudo que yo era el mejor padre del mundo. Y solía cantar para mí, por cierto bastante mal, pero no era culpa de ella, lo había heredado de su madre.

«María -dije-, eres realmente tú, tienes buen aspecto». «Sí, bebo orina y soy vegetariana», contestó.

Me eché a reír, hacía mucho que no me reía, imagínate, tenía una hija con sentido del humor, incluso con un humor un poco atrevido, quién lo diría. Fue un momento hermoso.

Pero me equivoqué, qué fastidio que uno nunca consiga quitarse las ilusiones de encima. Mi hija se quedó como embobada y con la mirada perdida. «Te estás burlando de mí -dijo-, Pero si yo te contara…». «Me pareció haberte oído decir orina», contesté. «Orina, sí, y me he convertido en otra persona». No lo dudé ni un momento, era lógico, debe de resultar imposible seguir siendo la misma persona antes y después de haber empezado a beber orina. «Bueno, bueno», dije en tono conciliador, y con ganas de hablar de otra cosa, tal vez de algo agradable nunca se sabe.

Entonces me fijé en que llevaba una alianza y le comenté: «Veo que te has casado». Ella miró el anillo. «Ah, lo llevo sólo para mantener a raya a los pesados». Eso sí que tendría que ser una broma, calculé rápidamente que por lo menos tendría unos cincuenta y cinco años, y tampoco era tan guapa. Así que volví a reírme por segunda vez en mucho tiempo, y en medio de la acera. «¿De qué te ríes?», preguntó. «Creo que me estoy haciendo mayor», contesté, cuando me di cuenta de que me había equivocado una vez más, «conque es así como se hace hoy en día». Ella no contestó, así que no sé, supongo y espero que mi hija no sea muy representativa de los nuevos tiempos.

Pero ¿por qué he tenido hijos como ella, por qué?

Nos quedamos un instante callados, pensé que ya era hora de despedirse, un encuentro inesperado no debe durar demasiado, pero justo en ese momento mi hija me preguntó si me encontraba bien. No sé lo que quiso preguntar, pero contesté la verdad, que lo único que me molestaba eran las piernas. «Ya no me obedecen, mis pasos son cada vez más cortos, y pronto no podré moverme».

No sé por qué le hablé tanto de mis piernas, y ciertamente resultó que no debería haberlo hecho. «Será la edad», dijo ella.

«Desde luego que es la edad -contesté-, ¿qué otra cosa iba a ser?». «Pero supongo que ya no necesitas usarlas tanto, ¿no?». «Si tú lo dices -contesté-, si tú lo dices».

Al menos captó la ironía, diré eso en su favor, y se irritó, pero no consigo misma, porque dijo: «Todo lo que digo está mal». No supe qué contestar a eso, ¿qué podría haber contestado? Me limité a sacudir la cabeza inexpresivamente, ya hay demasiadas palabras en circulación por el mundo, y el que habla mucho no puede mantener lo dicho.

«Bueno, tengo que seguir mi camino -dijo mi hija tras una pausa breve, pero lo suficientemente larga-, tengo que ir al herbolario antes de que cierren. Ya nos veremos». Y me dio la mano.

«Adiós, María», dije. Y se marchó.

Esa era mi hija. Sé que todo tiene su lógica inherente, pero no siempre resulta fácil descubrirla.

Kjell Askildsen
María
Últimas notas de Thomas F. para la humanidad
Ed. Lengua de Trapo. 2003
Trad. Kirsti Baggethum y Asunción Lorenzo

Fot. Harry Callahan

Casa Brutale



la puerta
del acantilado
siempre estuvo

abierta al mar

Raíz abierta
Ed. Libros del Pez Espiral, 2015

Ángel desquiciado


El ser humano es un ángel que perdió el rumbo […]. Hubo un tiempo en que los hombres, todos ellos, fueron verdaderos ángeles, y entonces tenían la oportunidad de elegir entre el bien y el mal, con lo que era fácil ser un ángel. Y luego pasó algo. Algo fue mal o se rompió o fracasó. Y entonces se vieron ante la necesidad de una nueva elección, no entre el bien y el mal, sino entre el menor de dos males, y eso les desquició, y ahora eran hombres. 

Philip K. Dick
Gestarescala
Ed. Cátedra, 2016

Fot. Alicja Brodowicz

jueves, 27 de julio de 2017

La buhardilla

   
La buhardilla.

A base de esfuerzo y ahorro habían conseguido un mar en la buhardilla. Sólo los domingos lo visitaban, el resto de los días debían contentarse con oírlo bramar. En ocasiones, una mancha extensa y salina de humedad en el techo del salón delataba la existencia de un secreto compartido por todos los de la casa.
—Cuando consigamos nuevos ahorros —decían— compraremos gaviotas y peces voladores.
Y es que trataban a aquel mar casero como si fuera un árbol de Navidad hambriento de sorpresas. Pero nunca pensaron en subirle la maqueta, deslucida, de un transatlántico varado durante décadas en el mostrador de la agencia de viajes de un antiguo huésped:
—Con los barcos llegan los naufragios —advertían precavidos.
Sufrían privaciones con tal de mantenerla y palpitante aquella ilusión, pero no se quejaban.
—Un mar —decían— debe ser parte del destino de los hombres.
De vez en cuando abrían la puerta de la buhardilla, y lo miraban y también lo olían, cuidando siempre de que las olas no acabaran escaleras abajo. Pero sobre todas las cosas lo soñaban, y cada amanecer se intercambiaban sus sueños nunca repetidos.
Y sí alguno sufría de insomnio, se dedicaba a hojear catálogos de aves marinas, pensando cuáles de ellas irían mejor en los amaneceres de aquel mar cautivo. El albatros, quedaba eliminado a la primera: Excesivo —aseguraban—para un mar tan pequeño. Y volvían a remirar en los catálogos por si encontraban una especie de colibrí marino.
Sólo uno de ellos, proclive a las alarmas y a invocar infortunios, les prevenía:
—Cuidado, mucho cuidado —susurraba— pues de estar tanto tiempo encerrado es fácil que acabe por convertirse en un mar pálido, un mar de escaso azul y mucha ojera.
Entonces, subían todos, y, ante las aguas contenidas, derramaban unas cucharadas de tinta estilográfica. Y el mar azuleaba agradecido, salpicando con su espuma las paredes tapizadas de la vieja buhardilla.

Rafael Pérez Estrada
El muchacho amarillo
Ed. Plaza & Janés, 2000

Fot. Víctor M. Alonso

Etiqueta


Si hemos de perder los modales,
avísame,
me pondré de etiqueta.

Gratitud


Gracias aroma
azul,
fogata
encelo.
Gracias pelo
caballo
mandarino.
Gracias pudor
turquesa
embrujo
vela,
llamarada
quietud
azar
delirio.
Gracias a los racimos
a la tarde,
a la sed
al fervor
a las arrugas,
al silencio
a los senos
a la noche,
a la danza
a la lumbre
a la espesura.
Muchas gracias al humo
a los microbios,
al despertar
al cuerno
a la belleza,
a la esponja
a la duda
a la semilla
a la sangre
a los toros
a la siesta.
Gracias por la ebriedad,
por la vagancia,
por el aire
la piel
las alamedas,
por el absurdo de hoy
y de mañana,
desazón
avidez
calma
alegría,
nostalgia
desamor
ceniza
llanto.
Gracias a lo que nace,
a lo que muere,
a las uñas
las alas
las hormigas,
los reflejos
el viento
la rompiente,
el olvido
los granos
la locura.
Muchas gracias gusano.
Gracias huevo.
Gracias fango,
sonido.
Gracias piedra.
Muchas gracias por todo.
Muchas gracias.
Oliverio Girondo,
agradecido.

Ruled


Dame papel cuadriculado,
escribiré en diagonal.

Fot. Crysa Pagalou

Se miraron


Al cruzarse en la calle Preciados se miraron a los ojos y supieron en el acto que estaban hechos el uno para el otro. Pero ambos tenían prisa —él iba a visitar a un cliente, ella tenía hora en la peluquería— y, tras un instante de vacilación, cada cual siguió su rumbo.

Rubén Abella
Los ojos de los peces
Ed. Menoscuarto, 2010

Fot. Dennis Stock

Palabras poco usuales


Ludibrio, contumelia y vilipendio

Con significados de la familia del escarnio, el desprecio y la mofa.
Pero no hay sinónimos idénticos.

Ludibrio es un vocablo procedente del latín ludibrĭum, es la burla maliciosa, hecha a alguien con insulto y desprecio, el escarnio pertinaz… la acción y las palabras puestas al servicio del maldiciente en perjuicio de alguien…

Roque Barcia Martí (1821-1885) fue un filósofo, lexicógrafo y político español, autor de Sinónimos castellanos, donde podemos encontrar los matices que diferencian los términos.

“…El ludibrio ofende
La contumelia se parece al desprecio.
El vilipendio, a denigración.
El ludibrio, a escarnio.
La contumelia nos convierte en nulidad.
El vilipendio, en vileza.
El ludibrio, en juguete.
Un ánimo esforzado, una conciencia entera, un espíritu valeroso, podrá soportar la contumelia; podrá tener lástima del vilipendio; difícilmente tendrá fuerzas para ser superior al ludibrio.
Recordaremos las relaciones anteriores.
La contumelia nos desprecia.
El vilipendio nos envilece.
El ludibrio juega con nosotros…”

Fot. Steven Klein
para L'Uomo Vogue, 1994

miércoles, 26 de julio de 2017

Autoayuda


Persuadido de que debía abandonar la inmensa pradera de la nicotina, leyó un libro de autoayuda, y para su sorpresa consiguió dejar de fumar. A los cuatro meses comprobó que había engordado siete kilos, de modo que compró un libro de dietas adelgazantes. Ingirió varios litros de agua de sirope y abandonó la perniciosa costumbre de mezclar grasa con hidratos de carbono. A los nueve meses se diría que su figura se había estilizado tanto como agriado su carácter. Pasó un período de inestabilidad emocional, que sació mascando chicles de clorofila y gominolas, lo que le ocasionó un intenso y prolongado meteorismo, que superó tras la lectura de un clásico de la gimnasia espiritual; aprendió a respirar a la manera de los yoguis; extirpó las últimas adherencias de su antigua y malsana vida —la leche, los huevos, el café— y decoró su apartamento de soltero según los principios del Feng Shui. Al cabo de dos años, era otro hombre. Una mañana se miró en el espejo y vio un rostro exento de toxinas, transparente, de mirada fanática. Para aliviar la tensión acumulada por tanta ascesis, adquirió un libro donde aprendió los principios del tantra sexual. Como quiera que su ánimo había adquirido una extremada sensibilidad psicosomática, se sometió a varios tratamientos que aliviaran su hipocondría: acupuntura, piedras sanadoras, chikung, santería cubana, reiki, chamanismo del Altiplano, campanas tibetanas, psicomagia y regresión prenatal. Hastiado de sí mismo, abandonado por sus amigos y sus concupiscentes compañeras de viajes iniciáticos, encontró consuelo en el diván de un psicoanalista, argentino quien al cabo de tres años le hizo saber que su ansiedad se debía a algo tan pedestre como un pecho exangüe que no sació su pulsión succionadora de bebé. Una tarde maldijo a su madre, entró en un bar, compró un paquete de Marlboro y pidió un whisky. Acodado en la barra, con la primera y tóxica calada de tabaco supo que la rueda de sus hábitos volvía a girar y ascendía hacia el techo, como los aros de humo que ya expulsaba con pericia de cowboy.

Ed. Demipage, 2008

Girl in Car, 1960

Nudos


No me aprecio a mí mismo.
No puedo apreciar a nadie que me aprecie.
Sólo puedo apreciar al que no me aprecia.
Aprecio a Jack,
porque no me aprecia.
Desprecio a Tom
porque no me desprecia.
Sólo una persona despreciable
puede apreciar a alguien
tan despreciable como yo.
No puedo querer a nadie
a quien yo desprecie.
Como quiero a Jack
no puedo creer que él me quiera.
¿Cómo puede demostrármelo?

Ed. Marbot, 2008

Walk

Dentro


Lleva a cuestas un silencio pegajoso en el que no se reconoce. En algunas paradas lo abre, abre el silencio como abriría un durazno, pero dentro no hay nada, no hay ninguna dulzura, no hay dentro.

Ángel Zapata
Materia oscura
Ed. Páginas de espuma, 2016

Fot. David Heath
The Art Institute, Chicago 1956 

La luna y el elefante rosa



He olvidado ya hace tiempo
la dócil lentitud de los molinos.

Mucho antes de la hora de los vagabundos,
y a través de arboledas heladas,
caminé largamente hacia la mansedumbre.

Busqué los prados donde pastan
los bueyes más antiguos.

Mi voz será como un paréntesis de duda.