domingo, 31 de marzo de 2019

Mi tiempo

 

VII

Morir sobre una piel.
Mirar las montañas por la ventana.
Cortar en carne y sangre lo que lleva el viento.
Éste es mi tiempo.

Tomaž Šalamun
De Balada para Metka Krašovec
Ed. Vaso Roto, 2013
Trad: Xavier Farré

Fot: Marianne Breslauer
A Working Girl at Leisure
Berlin, 1933

sábado, 30 de marzo de 2019

Abedules

 

ABEDULES

Cuando veo abedules oscilar a derecha
y a izquierda, ante una hilera de árboles más oscuros,
me complace pensar que un muchacho los mece.
Pero no es un muchacho quien los deja curvados,
sino las tempestades. A menudo hemos visto
los árboles cargados de hielo, en claros días
invernales, después de un aguacero.
Cuando sopla la brisa se les oye crujir,
se vuelven irisados cuando se resquebraja
su esmaltada corteza. Pronto el sol les arranca
sus conchas cristalinas, que mezcla con la nieve…
Esas pilas de conchas esparcidas diríase
que son la rota cúpula interior de los cielos.
La carga los doblega hacia los mustios
matorrales cercanos, pero nunca se quiebran,
aunque jamás podrán enderezarse solos:
durante muchos años las ramas de sus troncos
curvadas barrerán con sus hojas el suelo,
igual que arrodilladas doncellas con los sueltos
cabellos hacia atrás y secándose al sol.
Mas cuando la Verdad se me interpuso
en la forma de un hecho como la tempestad,
iba a decir que quizás un muchacho,
yendo a buscar las vacas, inclinaba los árboles…
Un muchacho que por vivir lejos del pueblo
sólo sabe jugar, en invierno o en verano,
a juegos que ha inventado para jugar él solo.
Ha domado los árboles de su padre uno a uno
pasando por encima de ellos tan a menudo
que nada les dejó de su tiesura.
A todos doblegó; no dejó ni uno solo
sin conquistar. Aprendió la manera
de no saltar de un árbol sin haber conseguido
doblarlo contra el suelo. Conservó el equilibrio
hasta llegar arriba, trepando con cuidado,
con la misma destreza que uno emplea al llenar
la copa hasta el borde, y aun arriba del borde.
Entonces, de un envión, disparaba los pies
hacia afuera y saltaba del aire hasta la tierra.

Yo fui también, antaño, un columpiador de árboles;
muy a menudo sueño en que volveré a serlo,
cuando me hallo cansado de mis meditaciones,
y la vida parece un bosque sin caminos
donde, al vagar por él, sentirnos en la cara
ardiente el cosquilleo de rotas telarañas,
y un ojo lagrimea a causa de una brizna,
y quisiera alejarme de la tierra algún tiempo,
para luego volver y empezar otra vez.
Que jamás el destino, comprendiéndome mal,
me otorgue la mitad de lo que anhelo
y me niegue el regreso. Nada hay, para el amor,
como la tierra; ignoro si existe mejor sitio.
Quisiera encaramarme a un abedul, trepar,
por las ramas oscuras del blanquecino tronco
y subir hacia el cielo, hasta que el abedul,
doblándose vencido, me volviese a la tierra.
Subir y regresar sería muy hermoso.
Pues hay cosas peores en la vida que ser
un columpiador de árboles.

Robert Frost

Traducción de Agustí Bartra

El árbol del mango


El Árbol de Mango
Para venir a poseerlo todo
no quieras poseer algo en nada.
San Juan De la Cruz

El árbol de mango
es inmortal
y no necesita de lo humano.
Forma umbríos claros
en lo denso del monte
y ahí perdura.
La palma
podrá sostener al mundo,
pero el mango
ha aceptado
la oscura llamada del bien.
Porque no quería tener
algo en nada
se ha ido:
más allá de las dunas azules,
entre madroños y píritus
de negra espina.
Allí
donde dos ríos se unen
como semblantes de soledad

Ígor Barreto

viernes, 29 de marzo de 2019

La dormeuse

 


La dormeuse

¿Qué secreto mi amiga quema bajo tu pecho?
¿A través de tu rostro huele el alma de una flor?
¿De qué vano alimento tu cándido calor
hace aquel puro brillo que te alumbra en tu lecho?

Sueños, respiración, abolido despecho...
Más fuerte eres que el llanto sosiego vencedor
cuando en tu pleno sueño redondez y temblor
de ese seno enemigo se alzan en acecho.

Mujer, montón dorado de sombras y de mimos
tu temible reposo tales dones retrata
lánguida cervatilla buscando los racimos.

Que a pesar de tu alma que el infierno encarcela
tu forma el vientre puro con el brazo recata
y mis ojos se abren mientras tu forma vela.

Paul Valéry
Versión de Jorge Rojas

Fot: s/d

jueves, 28 de marzo de 2019

Contradicciones


Esa tendencia a traicionar, a mentir y a ser perfectamente franca. A esconderte o a mostrarte mucho. Ese cuidado de cuidarte tanto para acabar narrando tu historia, tu verdad con pelos y señales a un desconocido. Esas ganas de huir, de salir corriendo cuando alguien muestra que empieza a conocerte, aunque no te reveles. Ese vértigo de quedarte. Esa indomable sed de alguien y de no estar con nadie. De envolver las caricias en palabras. Esas ganas de cambiar sin renunciar a nada. Esa hambre de imposibles. ¿Cómo pensar en esta confusión contradictoria? Es verdad y mentira, está bien y está mal, y no hay salida.

Héctor Abad Faciolince
Tratado de culinaria para mujeres tristes
Ed. Alfaguara, 2018

Fot. Saul Leiter
Inez, 1947

La rosa más roja se abre



¿Por qué viniste a perturbar mi decadencia?

Soy vieja (era vieja hasta que llegaste);

la rosa más roja se abre

(qué ridículo, en esta época, en este lugar,
imposible, impropio, hasta ligeramente escandaloso),

la rosa más roja se abre;

(nadie puede detener, ninguna amenaza inmanente del aire,
ni siquiera el clima, que marchita nuestra fruta veraniega),

la rosa más roja se abre

(tienen que tomarlo en cuenta).

Por qué viniste

Diario


Este es mi diario
En sus páginas se esponja la ancha flor de
la muerte diluyéndose en savia ultraterrena y
abre el loto del amor, con la magia de una
extraña pupila clara frente a los horizontes.
Es mi diario. soy yo desconcertantemente
desnuda, rebelde contra todo lo establecido,
grande entre lo pequeño, pequeña ante el infinito..
soy yo...

Teresa Wills Montt
Lo que no se ha dicho
Ed. Nascimento, 1922

Lealtades


LEALTADES

Polvo amarillo
en el ala de un abejorro,
luces grises en los ojos
de una mujer que pregunta,
rojas ruinas a la luz cambiante
de los rescoldos del crepúsculo:
os tomo y amontono
los recuerdos.
La muerte ha de romperse las garras
en algunos de los que guardo.

Carl Sandburg

Coll: Katrien de Blauwer

Escalones


Por escalones de sueños y cansancios míos baja de tu irrealidad, baja y ven a substituir al mundo.

Fernando Pessoa

Fot: Paolo Roversi
Guinevere Van Seenus

miércoles, 27 de marzo de 2019

Y después se lo dijo


Ese insensato amor que le profeso sigue siendo para mí un insondable misterio. No sé por qué le quería hasta ese extremo de querer morir de su muerte. Hacía diez años que nos habíamos separado y cuando eso sucedió raramente pensaba en él, le quería, parece, para siempre y nada nuevo podría alcanzar ese amor. Yo había olvidado la muerte…
Él le telefoneó. Soy yo. Ella le reconoció por la voz. Él dijo: sólo quería oír tu voz. Ella dijo: soy yo, buenos días. Estaba intimidado... tenía miedo, como antes. Su voz, de repente, temblaba… Y después se lo dijo. Le dijo que era como antes, que todavía la amaba, que nunca podría dejar de amarla, que la amaría hasta la muerte.

Marguerite Duras
El amante
Ed. Tusquets, 2010
Trad. Ana María Moix

Fot. Francesca Woodman

Espejismo


Nos vemos a nosotros mismos como seres reales, pero quizá somos nuestro propio y engañoso espejismo.

Alejandro Dolina
Bar del Infierno
Ed. Planeta, 2005

Fot. Leandro Erlich

Palabras


19. EL MURO DE DICCIONARIOS ENTRE MI MADRE Y EL MUNDO SE HACE MÁS ALTO CADA AÑO.

A veces se sueltan páginas de los diccionarios y se arremolinan a sus pies, shalon, shalop, shallot, shallow, shalom, sham, shaman, shamble, como pétalos de una flor inmensa. Cuando era pequeña, yo creía que las páginas del suelo eran palabras que ella no podría volver a usar, y trataba de pegarlas en su sitio con cinta adhesiva, por miedo a que un día se quedara muda.

Nicole Krauss
La historia del amor

La vida alejada


Con nadie, en ningún momento, he sido capaz de superar esa distancia de soledad que afecta de entrada a todo lo que siento. Que lo transporta a una parte secreta donde se deposita. Nunca he logrado arrancar de su rincón a esta grieta de silencio mía en la que todo cae nada mas empezar. Sin embargo, el amor es eso: la vida secreta, la vida alejada y sagrada, la vida apartada de la sociedad. La vida apartada de la familia y de la sociedad porque recuerda la vida antes de la familia y de la sociedad, antes del dia, antes del lenguaje. Vida vivípara, en la sombra, sin voz, que ignora incluso el nacimiento.

Pascal Quignard 
Vida Secreta
Ed. Espasa Calpe, 2004
Trad. Encarna Castejón

Fot. Rodney Smith

martes, 26 de marzo de 2019

Gansos salvajes


No tienes que ser bueno.
No tienes que andar de rodillas
cien millas a través del desierto, arrepintiéndote.
Solo tienes que dejar que el suave animal de tu cuerpo
ame lo que ama.

Háblame de la desesperación, tuya, y te contaré la mía.
Mientras tanto, el mundo continúa.
Mientras tanto, el sol y los pálidos guijarros de la lluvia
se están moviendo a través de los paisajes,
sobre las praderas y los árboles espesos,
las montañas y los ríos.
Mientras tanto, los gansos salvajes, en lo alto del aire limpio y azul,
se dirigen a casa de nuevo.

Quienquiera que seas, no importa lo solitario que seas,
el mundo se ofrece a tu imaginación.
te llama como los gansos salvajes, ásperos e inquietos,
una y otra vez anunciando tu lugar
en la familia de las cosas.

Gansos salvajes
Trad. y ver. J. M. Montefogo

Fot. Mary Oliver raising a glass at her home, 
Pembroke Lodge, Richmond [1930s] 

Ya me hice alma


Ya me hice alma. Ya no estoy en mi cuerpo.
Escapé a mi prisión de huesos
pero me hastían los fantasmas
y otra vez me llaman los abismos.

Un fantasma enamorado ahuyenta más que un cadáver.
Pero tú no te asustaste sino que comprendiste
y juntos nos hemos arrojado como a un abismo
y el abismo desplegó unas alas blancas
y nos levantó sobre la niebla.

Y estamos tendidos juntos, no en la cama
sino en la niebla que apenas nos sostiene.
Soy un fantasma. Ya no se quiebra mi cuerpo
pero tú estás viva y temo por ti.

Otra vez revolotea el cuervo fúnebre
en espera de carne fresca, como en el campo de batalla.
El último intento de ser feliz.
El último intento de amar.

Yevgueni Yevtushenko

Fot: Robert Frank

lunes, 25 de marzo de 2019

After Dark


Kaoru fuma mientras escucha la música. Al relajarse, el cansancio ha aflorado a su rostro.

-Hay algo que quiero preguntarte desde hace un rato –dice Mari-. ¿Por qué el hotel se llama Alphaville?
-¡Uf! ¡Vete a saber! Eso habrá sido cosa del jefe. En un love-ho el nombre es lo de menos. Total, un love-ho es un lugar donde las parejas van a hacerlo y, mientras haya una cama y un baño, la verdad es que puede llamarse como le dé la gana. Con que tenga un nombre, basta. ¿Por qué lo preguntas?
-Porque una de mis películas favoritas se llama Alphaville. Es de Jean-Luc Godard.
-No me suena de nada.
-Es una película francesa bastante antigua. De los años sesenta.
-Pues el jefe debió de sacarlo de ahí. Cuando lo vea se lo preguntaré. ¿Y qué significa eso de Alphaville?
-Es el nombre de una ciudad imaginaria del futuro –dice Mari-. Una ciudad que está en la Vía Láctea.
-O sea, que es una película de ciencia ficción. Como La guerra de las galaxias.
-No, no tiene nada que ver. Ésta no tiene efectos especiales, ni acción… Es un poco difícil de explicar. Es una película conceptual. En blanco y negro, con muchos diálogos. Una de esas de arte y ensayo.
-¿Una película conceptual? ¿Y eso qué es?
-Mira, por ejemplo, en Alphaville, a las personas que lloran las arrestan y las ejecutan en público.
-¿Y eso por qué?
-Porque en Alphaville no está permitido tener sentimientos profundos. No existen cosas como el amor. Tampoco existen las contradicciones ni la ironía. Allí todas las cosas se procesan mediante la aplicación de las matemáticas.
Kaoru frunce el entrecejo.
-¿Ironía?
-Es cuando una persona se observa a sí misma, o algo que está relacionado con ella, con mirada objetiva, o también desde el punto de vista contrario, y encuentra su vertiente cómica.
Kaoru reflexiona un poco sobre la explicación de Mari.
-No acabo de entenderlo. Pero, bueno. ¿En Alphaville existía el sexo?
-Sí, el sexo sí existía.
-¿Un sexo que no necesitaba ni ironía ni amor?
-Sí.
Kaoru ríe divertida.
-Pues, entonces, el nombre le va al pelo a un love-ho.

Haruki Murakami
After Dark
Ed. Tusquets, 2008
Trad. Lourdes Porta

Fotograma de Jean-Luc Godard, Alphaville, 1965

Un deseo

Un deseo

De una hora construí una cabaña
y me senté como un hindú
inmune en el viento del tiempo
De un cabello hice una senda
y caminé y ambos
roca y desierto se volvieron
mi espacio y mi camino
Con el dolor por piel
no sentí heridas
Un agradable poder maduró
como una nuez y se abrió dentro de mí
Allí donde antes hubo ira
se distendió el mundo entero
hacia el mediodía tranquilo
Mi rostro en la roca mi nombre
en el árbol más silvestre
Mi carne el brezal
de un clima pacífico

May Swenson
Trad: Rosa Lentini y Susan Schreibman

Fot: Basil Langton
May Swenson en la colonia Macdowell, 1957

domingo, 24 de marzo de 2019

Biografía


BIOGRAFÍA

No cojas la cuchara con la mano izquierda.
No pongas los codos en la mesa. 
Dobla bien la servilleta. 
Eso, para empezar.  

Extraiga la raíz cuadrada de tres mil trescientos trece. 
¿Dónde está Tanganika? ¿Qué año nació Cervantes?
Le pondré un cero en conducta si habla con su compañero. 
Eso, para seguir.  

¿Le parece a usted correcto que un ingeniero haga versos?
La cultura es un adorno y el negocio es el negocio. 
Si sigues con esa chica, te cerraremos las puertas. 
Eso, para vivir.  

No seas tan loco. Sé educado. Sé correcto. 
No bebas. No fumes. No tosas. No respires. 
¡Ay sí, no respirar! Dar el no a todos los nos. 
Y descansar: morir.  




Viajar


Prefacio al Infinito Viajar

por Claudio Magris

1 El prefacio es una especie de maleta, un neceser que forma parte del viaje; al partir, cuando se meten dentro las pocas cosas previsiblemente indispensables olvidando siempre algo esencial; durante el camino, cuando se va recogiendo lo que se quiere llevar a casa; al regresar, cuando se abre el equipaje y no se encuentran las cosas que nos habían parecido más importantes y aparecen en cambio objetos que no se recuerda haber metido dentro. Lo mismo sucede con la escritura; algo que mientras se viajaba y se vivía parecía fundamental, se ha desvanecido, en el papel ya no está, en tanto que toma cuerpo imperiosamente y se impone como esencial algo que en la vida —en el viaje de la vida— apenas habíamos notado.



El viaje siempre recomienza, siempre ha de volver a empezar, como la existencia, y cada una de sus anotaciones es un prólogo; si el recorrido del mundo se transfiere a la escritura, éste se prolonga en el traslado de la realidad al papel —tomar apuntes, retocarlos, borrarlos parcialmente, reescribirlos, desplazarlos, variar su disposición. Montaje de las palabras y las imágenes, captadas desde la ventanilla del tren o cruzando una calle y doblando la esquina. Sólo con la muerte, recuerda Karl Rahner, gran teólogo del camino, cesa el status viagiatoris del hombre, su condición existencial de viajero. Viajar, pues, tiene que ver con la muerte, como bien sabían Baudelaire o Gadda, pero también es diferir la muerte, aplazar lo máximo posible la llegada, el encuentro con lo esencial, tal como el prefacio difiere de la verdadera lectura, el momento del balance definitivo y del juicio. Viajar no para llegar sino por viajar, para llegar lo más tarde posible, para no llegar posiblemente nunca.

2 El viaje, pues, como persuasión. Quizá haya sido sobre todo en los viajes donde he conocido la persuasión, en el sentido dado a esta palabra por Carlo Michelstaedter; esa vida autosuficiente, libre y colmada que Enrico, el personaje de mi novela Otro mar, persigue con autodestructivo y vano empecinamiento. La persuasión, la posesión presente de la propia vida, la capacidad de vivir el instante sin sacrificarlo al futuro, sin aniquilarlo en los proyectos y los programas, sin considerarlo simplemente un momento que se ha de hacer pasar pronto para alcanzar cualquier otra cosa. Casi siempre se tienen demasiadas razones para esperar que nuestra existencia pase lo más rápidamente posible, que el presente se convierta lo más deprisa posible en futuro, que el mañana llegue cuanto antes, porque se espera con ansia el diagnóstico del médico, el comienzo de las vacaciones, la ultimación de un libro, el resultado de una actividad o de una iniciativa, y así se vive no por vivir, sino para haber vivido ya, para estar más cerca de la muerte, para morir.

El viaje apremiante y apremiado, impuesto cada vez más frenéticamente por el trabajo y por su necesaria espectacularización —especialmente a ese mánager de sí mismo y del Espíritu que es el intelectual, énfasis y caricatura del mánager industrial—, es la negación de la persuasión, de la parada, del vagabundear; se parece más bien a la eyaculación precoz que Joseph Roth, retomando en su novela Los cien días un cotilleo sobre la materia referente a Napoleón, atribuye al Empereur, el cual más que hacer el amor quiere inmediatamente haberlo hecho, despachado y liquidado ya. El viaje del conferenciante, entre un aeropuerto y otro, entre un hotel y otro, no es diferente de este orgasmo agobiado.

Pero cuando yo viajaba por los vastos países danubianos o por los periféricos microcosmos, encaminándome en una dirección determinada, siempre dispuesto a hacer digresiones, paradas y desviaciones repentinas, vivía persuadido, como ante el mar; vivía sumergido en el presente, en esa suspensión del tiempo que se verifica al abandonarnos a su leve discurrir y a lo que la vida nos trae —como una botella abierta bajo el agua y rellenada por el fluir de las cosas, decía Goethe viajando por Italia. En un viaje vivido de tal manera, los lugares pasan a ser etapas y a la vez moradas del camino de la vida, paradas fugaces y raíces que inducen a sentirse en casa en el mundo. Está el viaje más allá de las columnas de Hércules y está el viaje mínimo de Pickwick, a los manantiales de Hampstead; o el de una habitación a otra en la propia casa, expedición no menos aventurada ni menos rica en encantos y riesgos. Los capitanes de altura de Fiume y Trieste que atravesaban los océanos llamaban burlonamente “capitan de cadin” (de palangana) a los que recorrían sólo pequeños trayectos entre Trieste e Istria o entre Fiume y las cercanas islas del Quarnero, pero también en ese golfo el bóreas provoca tempestades en las que se puede naufragar.

Asimismo, en los capítulos de este libro se va a las antípodas e incluso a los microcosmos de la Bisiacaria o a los nanocosmos de Ciceria, y el paso del viajero querría semejarse a la andadura de Laurence Sterne. Viajar sintiéndose siempre, a un tiempo, en lo desconocido y en casa, pero a sabiendas de que no se tiene, no se posee una casa. Quien viaja es siempre un callejeador, un extranjero, un huésped; duerme en habitaciones que antes y después de él albergarán a desconocidos, no posee la almohada en la que apoya la cabeza ni el techo que le resguarda. Y así comprende que nunca se puede poseer verdaderamente una casa, un espacio recortado en el infinito del universo, sino tan sólo detenerse en ella, por una noche o durante toda la vida, con respeto y gratitud. No por azar el viaje es ante todo un regreso y nos enseña a habitar más libre y poéticamente nuestra propia casa. Poéticamente vive el hombre en esta tierra, dice un verso de Hölderlin, pero sólo se sabe, como dice otro verso, que la salvación crece allá donde crece el peligro.

En el viaje, desconocidos entre gente desconocida, aprendemos en sentido fuerte a no ser Nadie, comprendemos concretamente que no somos Nadie. Y precisamente, en un lugar querido que se ha trocado casi físicamente en una parte o una prolongación de la propia persona, esto permite decir, haciéndole eco a don Quijote: aquí yo sé quién soy.

3 "¿Adónde os dirigís?“, se pregunta en Enrique de Ofterdingen, la gran novela de Novalis. "Siempre hacia casa”, es la respuesta. El suyo es uno de los grandes libros en los que el viaje aparece cual odisea o metáfora del viaje a través de la vida. Toda odisea pone el punto interrogativo en la posibilidad de atravesar el mundo haciendo de ello una experiencia real y formando así la propia personalidad. La pregunta es si Ulises —especialmente el moderno— vuelve finalmente a casa y, a pesar de las trágicas y absurdas peripecias, ha confirmado su identidad y encontrado o corroborado un sentido de la existencia o descubre tan sólo la posibilidad de formarse; o bien si pierde el significado de su vida y se pierde a sí mismo en el camino, disgregándose en vez de construirse el suyo.

El sujeto en la visión clásica, aun extraviado frente al vértigo de las cosas, acaba por encontrarse a sí mismo en la confrontación con ese vértigo; atravesando el mundo —viajando en el mundo— descubre su propia verdad, esa verdad que al principio es tan sólo potencial y latente en él y que traduce en realidad a través de la confrontación con el mundo. El héroe de Novalis viaja por lejanías espaciales y temporales pero para llegar a casa, para encontrarse a sí mismo a través del viaje. En El principio esperanza Bloch dice que la Heimat, la patria, la casa natal que cada cual en su nostalgia cree ver en la infancia, se encuentra en cambio al final del viaje. Éste es circular; se parte de casa, se atraviesa el mundo y se vuelve a casa, si bien a una casa muy diferente de la que se dejó, porque ha adquirido significado gracias a la partida, a la escisión originaria. Ulises vuelve a Ítaca, pero Ítaca no sería tal si él no la hubiera abandonado para ir a la guerra de Troya, si no hubiese quebrado los vínculos entrañables e inmediatos con ella para poderla reencontrar con mayor autenticidad.

El Bildungsroman, la novela de formación que se plantea un problema central de la modernidad, es decir, que se pregunta si, y cómo, puede desarrollar el individuo su propia personalidad insertándose en el engranaje cada vez más complejo y “prosaico” de la sociedad, casi siempre es también —desde el Wilhelm Meister de Goethe al Enrique de Ofterdingende Novalis— una novela de peregrinación, de viaje. Pero pronto algo, en la relación del individuo con la totalidad que lo envuelve, se agrieta; en el automóvil de la sociedad moderna viajar se trueca además en un escapar, en un violento romper límites y vínculos. El viaje no sólo descubre la precariedad del mundo, sino también la del viajero, la labilidad del Yo individual que empieza —como intuye Nietzsche con despiadada claridad— a disgregar su identidad y su unidad, a convertirse en otro hombre, “más allá del hombre” según el significado más auténtico del término Übermensch, que no indica un superhombre, un individuo tradicional más dotado que los demás, sino un nuevo estadio antropológico, más allá de la individualidad clásica.

El viaje pasa a ser entonces un camino sin retorno hacia el descubrimiento de que no hay, no puede haber un retorno. Al viaje circular, tradicional, clásico, edípico y conservador de Joyce, cuyo Ulises vuelve a casa, le releva el viaje rectilíneo, nietzscheano de los personajes de Musil, un viaje que procede siempre hacia delante, hacia un malvado infinito, como una recta que avanza titubeando hacia la nada. Ítaca y más allá, como reza el título de un libro que he escrito; dos modalidades existenciales, trascendentales del viajar. En la segunda el sujeto, el Yo, el viajero, se lanza siempre hacia delante; en su proceder no se lleva a sí mismo, totalmente a sí mismo, sino que todas las veces aniquila su integral identidad anterior y se desprende de sí. “Lâchez tout”, salir de viaje, escribía Breton en 1922 exhortando al dépaysement.

El Yo de las páginas que siguen camina a veces, es más, a menudo, al borde de esta disolución, mira cómo la estela de la vida se desdibuja tras él, pero es un guerrillero que intenta resistirse a esa dispersión y llevarse consigo —fiel a todo, a pesar de todo— la vida entera, como una tortuga que viaja con su casa. Perdiéndose en el mundo y abandonándose al mundo se disgrega, pero al final también se reconoce y se reencuentra, como dice la parábola de Borges que elegí como epígrafe para mi Microcosmos: “Un hombre se propone la tarea de dibujar al mundo. A lo largo de los años, puebla un espacio con imágenes de provincias, de reinos, de montañas, de bahías de naves, de islas, de peces, de habitaciones, de instrumentos, de astros, de caballos y de personas. Poco antes de morir, descubre que ese paciente laberinto de líneas traza la imagen de su cara”.

4 No hay viaje sin que se crucen fronteras —políticas, lingüísticas, sociales, psicológicas, también las invisibles separaciones de un barrio de otro en la misma ciudad, las existentes entre las personas, las tortuosas que en nuestros infiernos nos cierran el paso. Traspasar las fronteras; también amarlas —por cuanto definen una realidad, una individualidad, le dan cuerpo salvándola así de lo indistinto— pero sin idolatrarlas, sin hacer de ellas ídolos que exigen sacrificios de sangre. Saberlas flexibles, provisionales y perecederas como un cuerpo humano, y por ello dignas de ser amadas; mortales en el sentido de que, al igual que los viajeros, están sujetas a la muerte, y no ocasión y causa de su muerte como lo han sido y lo son tantas veces.

Viajar no quiere decir solamente ir al otro lado de la frontera, sino también descubrir que siempre se está en el otro lado. En Verde agua, Marisa Madieri, recorriendo la historia del éxodo de los italianos de Fiume después de la Segunda Guerra Mundial en el momento de la revancha eslava que les obliga a huir, descubre los orígenes en parte eslavos de su familia, en aquel entonces vejada por los eslavos por ser italiana; esto es, descubre pertenecer al mundo por el que se sentía amenazada, y que es, al menos parcialmente, también el suyo.

Cuando yo era niño e iba a pasear por el Carso, en Trieste, la frontera que veía tan cerca era infranqueable —al menos hasta la ruptura entre Tito y Stalin y la normalización de las relaciones entre Italia y Yugoslavia— porque era el Telón de Acero, que dividía el mundo en dos. Detrás de esa frontera estaban lo desconocido y lo conocido. Lo desconocido porque allí comenzaba el inaccesible, ignoto, misterioso imperio de Stalin, el mundo del Este, tan a menudo ignorado, temido y despreciado. Lo conocido porque aquellas tierras, anexionadas por Yugoslavia al final de la guerra, habían formado parte de Italia. Yo había ido allí varias veces, formaban parte de mi existencia. Una misma realidad era a la vez misteriosa y familiar. Cuando regresé por primera vez, fue simultáneamente un viaje a lo conocido y a lo desconocido. Cada viaje implica más o menos una experiencia similar: alguien o algo que parecía estar cerca y ser bien conocido se revela extranjero e indescifrable, o bien un individuo, un paisaje, una cultura que considerábamos diferentes y ajenos se muestran afines y emparentados con nosotros. A las gentes de una orilla las de la orilla opuesta a menudo les parecen bárbaras, peligrosas y llenas de prejuicios hacia ellas. Pero si nos ponemos a ir de acá para allá en un puente, mezclándonos con las personas que transitan por él y pasando de una orilla a otra hasta no saber bien de qué parte o en qué país estamos, reencontramos la benevolencia hacia nosotros mismos y el placer del mundo. “¿Dónde está la frontera?”, pregunta Saramago en el confín entre España y Portugal a los peces que, en el mismo río, según se deslicen por una orilla u otra nadan ora en el Duero, ora en el Douro.

5 ¿Llamada de lo conocido o de lo desconocido? La salida de don Quijote querría ser el descubrimiento, la verificación y la confirmación de lo que se sabe, de la verdad leída en los libros de caballerías, de las leyes inmutables del amor y la lealtad, de la belleza de Dulcinea y la fuerza de los gigantes. También los judíos orientales que salen del gueto o del shtetl, de su aldea mísera pero familiar y regulada por el Libro, se aventuran hacia Occidente, entran en la Historia, creyendo encontrar siempre un mundo regido por las tablas de la Ley y, aún más, interpretando cada cosa, incluso la más desconcertante y antitética respecto a su visión, según los parámetros de la ley.

“Pero a campo raso llueve y nieva. Nieva historia”, como dice Yakov Bok, el mísero correveidile en busca de fortuna, en El reparador de Malamud. Don Quijote de la Mancha y el judío-oriental se encuentran cara a cara con lo ignoto, con la violencia, la brutalidad y la vulgaridad de una realidad para ellos desconocida y que intentan no admitir; pero precisamente su amorosa fidelidad a un orden conocido los obliga a percibir con mayor agudeza el desorden del mundo en que se aventuran. El viajero es un anarquista conservador, un conservador que descubre el caos del mundo porque para conmensurarlo usa un metro que desvela su fragilidad, su provisionalidad, su ambigüedad y su miseria. Como bien sabía Kafka, sin el sentido profundo de la ley no puede descubrirse su vertiginosa ausencia en la vida. Al salir de la cueva de Montesinos, don Quijote cuenta todas las maravillas y los encantamientos que ha visto, pero cuando Sancho le objeta que a su entender no son sino despropósitos, el hidalgo le responde: “Todo pudiera ser”.

Utopía y desencanto. Muchas cosas se vienen abajo, cuando se viaja; certidumbre, valores, sentimientos, expectativas que se van perdiendo por el camino —el camino es un maestro duro, pero también bueno. Otras cosas, otros valores y sentimientos se hallan, se encuentran, se recogen en él. Al igual que viajar, escribir significa desmontar, reajustar, volver a combinar; se viaja en la realidad como en un teatro, desplazando los vestidores, abriendo nuevos paisajes, perdiéndose en callejones y deteniéndose delante de falsas puertas dibujadas en la pared.

La realidad, tan a menudo impenetrable, de pronto cede, se cuartea; el viajero, dice Cees Noteboom, siente “las corrientes de aire que se filtran por las fisuras del edificio causal”. Lo real se revela probabilista, indeterminista, sujeto a repentinos colapsos cuánticos que hacen desaparecer algunos de sus elementos, engullidos, absorbidos en vórtices del espacio-tiempo, remolinos de la mortalidad de todas las cosas, pero también del imprevisible brote de nueva vida.

Viajar es una experiencia musiliana, confiada al sentido de las posibilidades más que al principio de realidad. Se descubren, como en unas excavaciones arqueológicas, otros estratos de lo real, las posibilidades concretas que no se han realizado materialmente pero existían y sobreviven en jirones olvidados por la carrera del tiempo, en brechas todavía abiertas, en estados fluctuantes aún. Viajar significa echar cuentas con la realidad pero también con sus alternativas, con sus vacíos; con la Historia y con otra historia u otras historias impedidas y destituidas por ella, mas no canceladas del todo.

Desde la Odisea, viaje y literatura aparecen estrechamente unidos; una análoga exploración, deconstrucción e identificación del mundo y del yo. La escritura sigue con la mudanza, empaqueta y deshace, arregla, desplaza vacíos y bultos, descubre —¿inventa?, ¿encuentra?— elementos que se le escapan al inventario e incluso a la percepción real, como si los pusiera bajo una lupa. También mi viajero danubiano habla de fisuras cortantes como cuchillas abiertas en los bastidores del teatro cotidiano, a través de las cuales espera que se filtre cuando menos un soplo o una pequeña corriente de la vida verdadera, celada por el biombo de lo real. Trascendencia de todo viajar que también cala en la carne, en el polvo, en la inmediatez del ahora que se cierne sobre nosotros y desbarata siempre, poco o mucho, las esperas. Basta cruzar la calle o el descansillo para desmentir la orgullosa garantía asegurada años atrás por el Spiegel de una sección titulada “Bestseller Service”, que prometía hablar sólo de libros de éxito de los que todos hablaban y se esperaba que se hablase: “Las sorpresas quedan excluidas”.

Vivir, viajar, escribir. Acaso hoy la narrativa más auténtica sea la que cuenta no a través de la invención y la ficción puras, sino a través de la toma directa de los hechos, de las cosas, de esas transformaciones locas y vertiginosas que, como dice Kapuscinski, impiden captar el mundo en su totalidad y ofrecer una síntesis de él, permitiendo capturar, como el reportero en la barahúnda de la batalla, sólo algunos fragmentos. Por lo demás, él mismo crea una literatura vitalísima zambulléndose en la realidad, plasmándola con rigurosa precisión, aferrando como un perro de caza sus detalles reveladores aún más huidizos y componiéndolo todo en un cuadro, fiel y a la vez reinventado, que es el retrato del mundo y del viaje a través del mundo. Quizá el viaje sea la expresión por excelencia de esa literatura, de esa narrativa “non fiction” teorizada por Truman Capote.

Claudio Magris
Ed. Anagrama
Trad: María Pilar García Colmenarejo

Fot: s/d

Bella


BELLA

Para descubrir la existencia de los extasiados filones
en las móviles profundidades de tu cuerpo
mis dedos son varitas mágicas.
Insólitas serpientes de la cólera
mis muebles se odian en mi dormitorio
y sus grandes batallas inmóviles recuerdan
las de nuestras manos las de nuestros labios
las de febriles vapores que brotan a medianoche en los puertos
las de mansiones que invisiblemente se rajan de alto en bajo
cuando los pasos de una mujer demasiado bella resuenan.
Ella era hermosa como el día.
Belleza es la corona ardiente
es el rumor que recorre el árbol
del corazón a la corteza por la albura.
Belleza es el esplendor de una boca que se pliega
herida por los remolinos de un lenguaje en excesivo amargo
como son todas las lenguas que pretender decir alguna cosa.
Ella era bella como un espejo
un deformante espejo donde se miran igualados por la común irrealidad
los que son feos y aquellos que poseen una insensata elegancia.
Los espejos se empañarán cuando sus labios hayan concluido
de dar en el espejito del bolso ese precario signo de vida
los espejos madurarán
porque madura cuanto se empaña.
Y en efecto.
es la muerte eterna quien –royendo cuerpos y rostros-
otorga a algunos ese encanto inolvidable
de las viejas cosas que han perdido el dorado Extremos de cordón roto
Troceados corazones Ojos perdidos Cortadas uñas.
Amo cuanto se deshace
maduros frutos que caen a tierra a tiempo de enmascarar
su fracaso en la noche.
Oh, inalterable blancura de las tenues aureolas.
Cuerpos destruidos Marchitos rostros.
Inseguras estatuas roídas por la lluvia y los hongos.
No amo sino vuestra forma devastada
pareja a cuanto el amor amengua y decolora.

Michel Leiris

Fot: Autorretrato de Man Ray

Lugares lejanos


Lugares lejanos

Los muertos de otros planetas vienen a residir aquí, esos que en otros lugares no hallaron espacio. Llegan silenciosos, lejos de los exigentes, de los eternos exigentes, vienen a retirarse para volver a morir, para volver a morir en calma.
Nadie aquí quiere la carta maestra. Nadie quiere ser la sombra de nadie. El vivo es el amigo del difunto y, si es necesario, será su padre o si lo prefiere su hijo. Todo igual, con una pizca de todo colmando la vida eterna.
El agua dócil nos envuelve. ¡Qué bellas las tardes antes de la sepultura! Olvido, olvido bajo las palmas.
Los espíritus nos guían, maravillan nuestros corazones y nuestra voluntad, nos muestran la grandeza tras la pequeñez, la grandeza.
Como consecuencia de nuestro abandono los espíritus nos sostienen, a veces como rinocerontes que cargan, intensos a veces, como para hacer gritar, locos a veces, como una danza sobre un hilo de chispas.
Hay que dejar de luchar. La prudencia, la experiencia, la sed de lo insensato así lo ordenan. Por el golfo, el mundo lejano.

Esta es la patria de los que no han hallado su patria, cabellos del alma flotando libremente.

Henri Michaux

Fot: Claude Cahun, Autorretrato

Eso dice


Dice que ella escondía sus pies entre las piernas de él. Sus pies helados como piedras frías y que allí se calentaban como en un horno donde se dora el pan. Dice que él le mordía los pies diciéndole que eran como pan dorado en el horno. Que dormía acurrucada, metiéndose dentro de él, perdida en la nada al sentir que se quebraba su carne, que se abría como un surco abierto por un clavo ardoroso, luego tibio, luego dulce, dando golpes duros contra su carne blanda; sumiéndose más, hasta el gemido. Pero que le había dolido más su muerte. Eso dice.

Juan Rulfo
Pedro Páramo

Fot. Edwin Bower Hesser, 1930

sábado, 23 de marzo de 2019

Se lleva su memoria


El que se va se lleva su memoria,
su modo de ser río, de ser aire,
de ser adiós y nunca.

Hasta que un día otro lo para, lo detiene
y lo reduce a voz, a piel, a superficie
ofrecida, entregada, mientras dentro de sí
la oculta soledad aguarda y tiembla.



Abuso de conciencia


152

ABUSO DE CONCIENCIA

Esta casa en que vivo se asemeja en todo a la mía: disposición de las habitaciones, olor del vestíbulo, muebles, luz oblicua por la mañana, atenuada a mediodía, solapada por la tarde; todo es igual, incluso los senderos y los árboles del jardín, y esa vieja puerta semiderruida y los adoquines del patio.

También las horas y los minutos del tiempo que pasa son semejantes a las horas y a los minutos de mi vida. En el momento en que giran a mi alrededor, me digo: “Parecen de veras. ¡Cómo se asemejan a las verdaderas horas que vivo en este momento!”

Por mi parte, si bien he suprimido en mi casa cualquier superficie de reflexión, cuando a pesar de todo el vidrio inevitable de una ventana se empeña en devolverme mi reflejo, veo en él a alguien que se me parece. ¡Sí, que se me parece mucho, lo reconozco!

¡Pero no se vaya a pretender que soy yo! ¡Vamos! Todo es falso aquí. Cuando me hayan devuelto mi casa y mi vida, entonces mi verdadero rostro.

JEAN TARDIEU

Julio Cortázar
Capítulo 152 de Rayuela


Fot: Édith Piaf por Maurice Chevalier en su camerino

La caducidad de los recuerdos


Quienes creen en la caducidad de los recuerdos 
y sus efectos, me aconsejan cicatrizar 
con cataplasmas de espera. 
Mientras, la quemazón de un dolor 
agudo me recuerda
que la posibilidad fue real por un momento,
que yo la perdí
y que me quiso una vez
no sé por cuánto tiempo.



viernes, 22 de marzo de 2019

Colofón


Colofón

Luz…
Cuando mis lágrimas te alcancen
la función de mis ojos
ya no será llorar,
sino ver.

León Felipe

Fot. Sky Ferreira

miércoles, 20 de marzo de 2019

Como un gorrión


1944 - 1948
¿En qué consiste el misterio de la infancia? 
En el niño hay una multitud de almas -él se las arranca fácilmente con la imaginación, y vive solo, pero es como si viviera con sus compañeros. 
El adulto es solitario. 
El niño vive como un gorrión, como una hebra.

Andrei Platonov
Diario

 Fot: Sabine Weiss

martes, 19 de marzo de 2019

No habrá noche


La leve guillotina de un minuto que cae
recorta una fracción de luz enrojecida.
No habrá noche. Tampoco aves oscuras.
Será siempre esta hora paciente, indefinida.
Sólo las cosas, los objetos pequeños de la casa,
su absorbida belleza, el pulso que transmiten,
su acaso extravagante sencillez,
te gobiernan y son cuanto tú sabes.
Te aplicas a olvidar y lo consigues.
No escucharás el sueño que perfore tu sien
como una avispa.

Andrés Neuman
 de La canción del antílope
Ed. Pre-textos

Fot: St Atom Heart Photography

domingo, 17 de marzo de 2019

Errar y volar


Errar y volar

Todos olvidan que Ícaro también ascendió. 
Es igual cuando el amor se acerca a su final, 
o cuando el matrimonio fracasa y todos dicen 
«ellos sabían que era un error», 
que «jamás funcionaría» todos dicen. 
Que ella era lo bastante mayor para comprender. 
Pero lo que vale la pena lo vale aunque esté mal hecho. 
Como estar ahí, en ese océano del verano 
al otro lado de la isla 
mientras el amor se apagaba en ella, 
las estrellas ardían con tanto exceso en esas noches 
que nadie pudo decirte que no perdurarían. 
Cada mañana, ella dormía en mi cama 
como una visitación, era su dulzura 
como antílope inmóvil en la niebla temprana. 
Cada tarde la veía volver a través 
del páramo ardiente, después de nadar, 
y veía la luz del mar a su espalda 
y el cielo enorme al otro lado del paisaje. 
La escuchaba hablar mientras almorzábamos. 
¿Cómo pueden decir que el matrimonio fracasó? 
Como aquellos que regresaron de Provenza 
(cuando aún era Provenza) 
y dijeron que era hermosa pero su comida grasienta. 
Creo que Ícaro no fracasó en su caída, 
se iba aproximando a la consumación de su triunfo. 

Jack Gilbert

viernes, 15 de marzo de 2019

Diccionario


DICCIONARIO

Abrí en amor; 
decía, 
blanco 
sobre negro: 
“sentimiento potente de afecto 
hacia ser humano 
o cosa querida 
e importante”; 
chequeé vida 
y la definición era: 
“estado de existencia de los seres humanos, 
animales 
y plantas 
que los distingue de los objetos 
inanimados”. 
Pensé en mundo 
y la entrada era: 
“Globo terráqueo”. 
Pasé las hojas hasta la D 
y me detuve en 
dolor. 

Tehila Hakimi
Trad: Gerardo Lewin

Fot: s/d

miércoles, 13 de marzo de 2019

Ciegos y sordos

 

El sol penetró en la habitación. Respiraba algo mejor. Y tan claramente creyó de pronto ver sus errores, que los amó. Sintió su espalda deslizándose despacio contra la basta sábana, unas minúsculas motas de polvo revoloteando cerca de la cama, y vio una extensa llanura, unos cuerpos tumbados y la nieve que les hacia de sudario; abrió la boca, pero ya no tenía fuerza para articular palabra. No podía decir nada. !Ah! De pronto tantas cosas que contar... Tantos detalles, tantas confidencias por hacer... Cerró los ojos. Nunca lo sabremos. Nacemos para no saber nada. Tendremos quince años, treinta, y nos habremos quedado solos, siempre, en compañía de los demás, y los habremos amado mucho, mucho, en voz baja. Nadie nunca ha sido niño, nadie. Nunca fuimos sino ciegos y sordos.

Éric Vuillard
Tristeza de la tierra / La otra historia de Búfalo Bill
Ed. Errata Naturae
Trad. Regina López Muñoz

Fot: s/d

martes, 12 de marzo de 2019

Epílogo

 

Epílogo I

Suenan miles de teléfonos. Atiendes. Del otro lado
es siempre ella: su delicada y funesta isla de pétalos.

Dolores Etchecopar
De Notas salvajes
Editorial Argonauta, 1989

Fot: s/d