lunes, 30 de noviembre de 2015

No es igual


No es igual a cuando te gusta algo
-una imagen, una música, un fragmento-
y te estremece de gusto.
Es más como una desazón en las encías.
Cuanto más aprietas la carne que late, menos duele.
Y sueltas y aprietas.
Y deseas aflojar para que duela.
Y vuelves a presionar.


Ray LaMontagne
Let It Be Me

martes, 24 de noviembre de 2015

La visita


Hoy me ha venido a visitar
la muerte en sueños.
Solo era una visita, 
me ha advertido,
aunque no sé
si uno debe fiarse
de lo que te diga la muerte.
Creo que sí.
¿Para qué va a engañarte?
Fue lo único que dijo.
Era una mujer,
nadie diría que fuera
quien decía que era.
Más bien alta,
pelo rojo, precioso,
llevaba una falda larga,
verde, blusa blanca,
sin mangas, sandalias planas.
Olía bien.
No podía ser de otra manera.
Me miraba y sonreía.
Despreocupada,
despreocupante.
Caminaba en círculo
alrededor mío.
Yo me iba girando
para tenerla siempre de cara.
De pronto me hizo un gesto,
cruzó los dedos,
inclinó hacia un lado la cabeza.
Y desapareció.
Lo peor de todo
es que me han quedado ganas
de que vuelva.

Pint. Balthus
La blusa blanca

jueves, 19 de noviembre de 2015

Ellas


ELLAS

Súbitamente desperté en medio de la noche, con una presión en el pecho, o sea en medio del alma. Primero tuve la revelación en un sueño de que soy perseguido por una mujer flaca, de pelo largo y claro. Muy flaca y casi albina. Y luego recordé con claridad varios eventos durante el día de hoy: me crucé con una mujer joven, muy flaca, las piernas como palos, con un pantalón rojo, dos palos pintados de rojo, el pelo larguísimo y casi blanco. Nunca le ví la cara. El pelo siempre la ocultó. Pero también en el sueño soy informado que me persigue otra mujer, hermosa, de pelo oscuro, hermosísima, de ojos negros. Conozco la cara de esta mujer, la he visto muchas veces. En la calle, esperando el semáforo, entre la multitud de un concierto, doblando el pasillo de una guardia de hospital. Muchos ojos en otros rostros han sido sus ojos tristes y vitales que me han preguntado cosas sin mover los labios. Estoy acechado de cerca por dos mujeres, una clara y otra oscura, una anónima y la otra reconocible en mil caras de la ciudad pero única en esencia. ¿Quiénes son? Le doy vueltas y no acierto una respuesta. El sueño de hoy me dió una pista y eso me despertó en el acto: una de las dos es la muerte. ¿Pero, cuál? La rubia me inquieta físicamente, no veo su rostro, su pelo inusualmente blanco y sus patitas de palo de escoba me estremecen. No veo músculos que muevan esos huesos. Y su ropa roja destaca entre la multitud. La otra me preocupa más. O, mejor dicho, me preocupa de forma diferente. No puedo dejar de mirarla. Es decir, la veo en todas las caras bonitas que veo durante el día. Como un virus, ha clonado su ser en muchos y ahora está en todos lados. A esta no hay manera de describirla. Los ojos son su característica más sobresaliente. Son particularmente negros, como pozos profundos y húmedos. Han visto demasiado, han conocido las cosas antes de tiempo, probado la fruta mientras está verde. Y eso los ha marcado profundamente. La boca es estrecha, un beso podría ahogarla. Pero es a un beso a lo que invitan. La piel es pálida o clara clara. Y llama la atención que no tiene casi pliegues ni arrugas, el tejido está bien torneado, bien humectado. La cejas son casi altivas, livianas pero con carácter fuerte, están manteniendo a raya lo que otras partes de ese cuerpo invitan a acercarse. Dual. Contradictoria. Ombligo del mundo. ¿Qué decir del cabello? Me deja sin palabras. Suelto es irresistible. Invitan a las manos a desaparecer buscando algún tesoro, quizás el alma. Dos mujeres. Una de las dos me va a matar. Me está avisando que es mi ángel exterminador. Pero, si una es la muerte, la otra me está salvando la vida, está contrapesando la condena y la tortura de la idea del final. ¿Cómo saberlo? ¿Cómo estar seguro? Me incorporo en la cama, las primeras luces van vistiendo el cielo frío de la ciudad. Hay movimiento en la casa. Se abre la puerta del dormitorio y entra una mujer con el pelo trenzado, vestida de negro. Me trae un té, como a Juan Pablo I. Mientras lo tomo le miro la cara. Y me doy cuenta de que no eran dos las mujeres que me rondaban, sino tres. Una era la Muerte. Esta era la Muerte. 

Fot. William Mortensen
The Carmelite Nun, 1920

miércoles, 18 de noviembre de 2015

Náufragos


Sobre la mesa, las conchas vacías de las ostras flotan a la deriva en lo que, horas antes, fue un arisco mar de algas y hielo picado. Junto a ellas bucea, del revés, una botella de champagne, ya inútil, en el fondo de la cubitera derretida. 
Frente a la chimenea, como si de un madero flotante se tratase, la mesa dónde todavía se aprecian restos del naufragio. Baja, robusta, salpicada de cera y envuelta, aún, en la tormentosa bruma de los deseos. 
Ecos de tempestad en el pasillo, prendas arrancadas con dedos de viento, gritos y lamentos, jadeos ahogados, súplicas anhelantes que se desdibujan bajo nubarrones preñados de oscuras pasiones. 
Olas de deseo baten con fiereza contra la piel, la arrastran al fondo de la locura ahogando cualquier atisbo de razón. Las mismas olas embravecidas que escriben, de su puño y letra, una historia de lujuria renglón a renglón. 
La oscuridad envuelve todo, sofoca, oprime, somete voluntad y carne. Imposible luchar, enfrentarse a esa fuerza que arrasa el espíritu combativo. Pelea desigual e inútil. 
La tormenta se cierne descarnada y perseverante, por momentos cruel y desatada, otros parece amainar y dar respiro al alma sometida. Son sólo instantes en que el cuerpo boquea ansioso y castigado, busca a ciegas dónde asirse y tomar aliento para alzar la mirada, enfrentarla al ojo del huracán, y cerrar de nuevo los ojos para abandonarse. 
Una dulce sonrisa se escapa de los labios, los gemidos se ahogan al sentir las tempestuosas manos que asemejan sargazos enredándose en la piel. Tiran y arrastran hacia el fondo deseado, hacia una luz cálida, distinta, llena de paz. 
Los cuerpos embarrancan en la orilla de las sábanas. Agotados, jadeantes, con la piel húmeda de sal y las bocas hambrientas de besos. Salivas dulces, cómplices miradas mientras las manos se convierten en dedos ciegos y ávidos de aprender, dedos que recorren cada marca escrita, cada renglón, cada sello. 
La tormenta ha dejado su historia en la piel, grabada con su oleaje, con la fiereza del deseo, con la furia desatada y feroz de la pasión. La calma que sucede al temporal les mece ahora, les acuna entre su propios brazos. La ronca voz de la tormenta es ahora pausada y profunda, llena sus oídos de nuevas palabras, de suaves y cálidos matices. 
Son náufragos.

Fot. Gilles Berquet
Le Festin Nu

miércoles, 11 de noviembre de 2015

Precisión

mañana.
(Del lat. vulg. [hora] *maneāna, [a hora] temprana).

1. f. Tiempo que transcurre desde que amanece hasta mediodía.
2. f. Espacio de tiempo desde la medianoche hasta el mediodía.
3. m. Tiempo futuro más o menos próximo.
4. adv. t. En el día que seguirá inmediatamente al de hoy.
5. adv. t. En tiempo venidero.
6. adv. t. Presto, o antes de mucho tiempo.

domingo, 8 de noviembre de 2015

La muda


¿Y qué fue de quien no regresa?

Paolo Buonvino

La luz


Ten cuidado en quien confías.
Lucifer (el portador de la luz) fue ángel antes que diablo.
Midió su soberbia con la de Dios. Y perdió. Él la tenía más grande.

Paolo Buonvino

El perfil de una sombra

Mercedes Werner, Shadows and light

¿Quién vuelve cuando alguien regresa?

Vivaldi

sábado, 7 de noviembre de 2015

Les quatre de la matinada

Joan Margarit

“Les quatre de la matinada”

Udola el primer gos, i de seguida
hi ha un eco des d’un pati
i altres sonen alhora en un lladruc
ronc i sense cap ritme.
Borden, alçat el morro cap al cel.
Gossos, des d’on veniu?
Quin demà evoca aquest lladruc nocturn?
Aquesta nit us sento
bordant el somni de la meva filla
des del jaç, rodejats pels excrements
amb que marqueu el vostre territori
de cantonades, patis, carrerons.
Talment com jo estic fent amb els poemes,
des d’on udolo, udolo,
i marco el territori de la mort.

Joan Margarit

Traducción al castellano,
versión del propio autor.

Aúlla el primer perro, y enseguida
hay un eco en un patio, otros resuenan
a la vez en un único ladrido,
bronco y sin ritmo alguno.
Ladran, con sus hocicos hacia el cielo.
¿De dónde venís, perros? ¿Qué mañana
evocan los ladridos de la noche?
Oigo como ladráis al sueño de mi hija
desde el jergón, rodeados de excrementos
con los que señaláis un territorio
de callejones, patios, descampados.
Tal como vengo haciendo con mis poemas, 
desde donde aúllo, aúllo,
y marco el territorio de la muerte.

Delirio del incrédulo

María Zambrano

Bajo la flor, la rama;
sobre la flor, la estrella;
bajo la estrella, el viento.
¿Y más allá?
Más allá, ¿no recuerdas? , sólo la nada.
La nada, óyelo bien, mi alma:
duérmete, aduérmete en la nada.
[Si pudiera, pero hundirme… ]
Ceniza de aquel fuego, oquedad,
agua espesa y amarga:
el llanto hecho sudor;
la sangre que, en su huida, se lleva la palabra.
Y la carga vacía de un corazón sin marcha.
¿De verdad es que no hay nada? Hay la nada.
Y que no lo recuerdes. [Era tu gloria.]
Más allá del recuerdo, en el olvido, escucha
en el soplo de tu aliento.
Mira en tu pupila misma dentro,
en ese fuego que te abrasa, luz y agua.
Mas no puedo.
Ojos y oídos son ventanas.
Perdido entre mí mismo, no puedo buscar nada;
no llego hasta la nada.
Bajo la flor, la rama;
sobre la flor, la estrella;
bajo la estrella, el viento.
¿Y más allá?
Más allá, ¿no recuerdas? , sólo la nada.

viernes, 6 de noviembre de 2015

Bola 8



Todas juraron escupir sobre mi tumba. Alguna ni siquiera esperó a que me muriera.
Es un paquete. Cuadrado. Ni pequeño ni grande. Cuadrado. Una paquete cuadrado envuelto en papel de regalo. Con ositos. Ositos con alas.
Pom pom: “Firme aquí”. Y he cerrado la puerta y me he sentado al filo del sofá a mirar el paquete cuadrado envuelto en papel de regalo con ositos con alas y un lazo rojo rojo de raso grande grande grande.
Lo miro por un lado y lo miro por el otro y lo miro por arriba y lo miro por abajo.
Tengo cuarenta y seis años, y estoy seguro de que no es una tarta.
No tiene remitente. Ninguna tarjetita. Ni siquiera una nota escrita a mano, sobre el estúpido papel de regalo con ositos mamones con alas. Sólo un ridículo y enorme y fantástico y rojo lazo rojo rojo grande grande.
Quiero abrirlo.
Quiero tirar con dos dedos de una punta del lazo y de la otra con los otros dos dedos.
Quiero rascar con las uñas el papel.
Quiero romper las solapas de cartón.
Y quiero mirar dentro.
“Cuando encuentre la luz, tú serás el primero en saberlo”. Eso me dijo, hace ya mucho Manuel Alejo el iluminado.
Creo que le vi, subir al autobús con tres niños de la mano y una india bengalí colgada del brazo, con el pelo muy negro y los ojos muy tordos. No tenía, buen aspecto, tras sus gafas de pasta, gruesas y negras.
Aunque él lo hubiera envuelto en algún tipo de papel reciclado, con el logo de alguna ong, y olería seguramente a mirto o especias mozárabes, quién sabe, si a mierda de ñu.
No es la luz.
No suena. Lo agito y no suena. Lo agito más y no suena más porque es que no suena y no suena y mi ceño se frunce y mi boca se aprieta y lo pongo otra vez sobre la mesa.
Ojalá fuera de mi padre. Pero mi padre está muerto, y eso hace prácticamente imposible que alguien corrija sus errores.
Si lo abro y es de Marta lloraré y será asqueroso y húmedo y me picará la cara y para qué, si Marta se casó con un dentista y tiene una pista de tenis para ella sola.
Si lo abro y es de Alicia lloraré y será también asqueroso e inútil y además lloraré sobre mojado y me iré a por chocolate a la nevera y apagaré todas las luces y me saldrán granos.
Si lo abro y es de la mujer topo, después de llorar abriré el cajón de la mesilla, le quitaré el seguro al Magnun y apretaré el gatillo. Han pintado el salón hace muy poco. Me gustaba ese color.
Si lo abro y es-Dios mío de Ana-Dios mío, de Ana-, me tiraré también al suelo. Me dejaré los dientes en el suelo y mis tripas resbalarán entre las juntas de las baldosas y cruzarán por debajo la puerta y caerán escalón por escalón hasta el portal y hasta la acera y hasta el cruce de Armitach con Pérez de Laguna donde un coche gama alta con las ruedas muy limpias las aplastará hasta convertirlas en un bonito cromo sobre el asfalto que la lluvia cuando llueva arrastrará hasta la autopista.
Tampoco es de Cecile. Todas juraron escupir sobre mi tumba. Alguna ni siquiera esperó a que me muriera.
En los últimos diez años me he mudado quince veces sin contar los hoteles, los bancos de los parques, ni las casas de putas.
Y no creo que esta ciudad sepa que existo.
¿Por qué no te relajas jimmy Boy-me digo- y te vas a mear y cuando vuelvas te haces un porro de los gordos, y piensas en cómo has llegado hasta aquí?
Yo quería tener una familia. Pagar una hipoteca. Celebrar el día de reyes.
La culpa es del tipo del espejo.
Me la sacudo y cuando vuelvo de mear, ahí está, claro, ¿dónde, si no?, encima de la mesa, con su puto lazo rojo.
Si fuera una bomba haría tic tac. Digo yo.
Si fuera un tomate haría…haría…
Un tomate no creo.
Si fuera un…necesito otra copa antes de abrirlo.
Slurp slurp slurp. Ahsssssssssssss…Toc.
A la mierda el lacito rojo rojo.
A la mierda los ositos con alitas.
A la mierda el papel de burbujitas.
¿Te conozco, maldito hijo de puta?, me pregunto en voz alta, con la bola ocho entre las manos, de una mesa de billar.

Historiadero

Seasick Steve

jueves, 5 de noviembre de 2015

Hombres

Michael Hoppé

Reconocimiento




a veces ocurre:
me quedo parado
en mitad del pasillo,
mirando fijamente
las baldosas del suelo,
sin reconocerlas,
ni reconocer en ellas
los
pasos
perdidos

David González, El resto del camino.


Le Trio Joubran


Norman Mailer

Norman Mailer, poco antes de morir, en 2007. Insuficiencia renal.

Norman Mailer y la muerte.- (Extracto de entrevista con Fukiko Aoki)

Fukiko Aoki: Me mortifica preguntarle, pero, ¿piensa a veces en la muerte?
Norman Mailer: ¿En mi muerte?

FA: Sí.
NM: Por supuesto. Pero no tanto como cuando era joven.

FA: ¿Qué pensaba de eso cuando era joven?
NM: Bueno, en algún momento —no cuando era chico, quizá tendría ya 35 años, los años en que fumaba mucha marihuana— llegué a decidir que sin duda había un más allá y era emocionante y estaba lleno de aventuras y peligros y era difícil como la propia vida, y quizá más todavía. Creo que uno de los motivos de haber escrito el libro Noche de la Antigüedad, sobre Egipto, fue porque los egipcios creían tanto en el más allá, donde se tenía buen éxito o se fracasaba. Si fracasabas, morías de veras y si tenías buen éxito, pasabas al cielo y vivías para siempre. Bueno, yo no creo en nada de eso, sino en que estamos aquí como parte de una cadena continua del ser, por así decir, de modo que a partir de cómo vives una vida, ingresas en otra, y que lo mejor que te puede pasar es volver a nacer. Tengo una forma simple de pensar porque pienso que Dios, ella o él, se está esforzando y quizá obtenga buenos o malos resultados, porque también pienso que hay un diablo en los asuntos humanos. De modo que se trata de un pensamiento muy sencillo que me permite el beneficio intelectual de reconocer que la lástima por uno mismo es la peor enfermedad física. No hay nada peor que la lástima por uno mismo, porque corroe y envenena todo lo demás. Pero si uno consigue reducir esa lástima a niveles muy manejables, entonces te concede cierta ecuanimidad. Además tengo nueve hijos, y por lo tanto mucho que disfrutar.

FA: ¿No tiene miedo?

NM: Creo que no. Tengo curiosidad. Tengo mucha curiosidad de saber si mi idea de la muerte tiene algo de real [risas].

***

En 1980, Mailer apoyó al asesino condenado Jack Abbott en su petición de la libertad condicional, que le fue concedida. Lo ayudó, además, a publicar un libro titulado In the Belly of the Beast, una colección de sus cartas a Mailer en las que trataba de sus experiencias en la cárcel. No obstante, Abbott cometió un asesinato no mucho después de ser puesto en libertad y fue de nuevo encarcelado. Mailer fue objeto de algunas críticas por su papel en la liberación de Abbott, y en una entrevista de 1992 para el Buffalo News afirmó que su implicación con Abbott había sido:
«Otro episodio en mi vida en el que no puedo encontrar nada agradable ni nada de lo que sentirme orgulloso».

Geoff Zanelli

martes, 3 de noviembre de 2015

Estoy cansado

Hay discursos que me gustan independientemente de lo que dicen.
Y no es irrelevante,
Voy a poner la fotografía nº 37

Snippets of conversation, Mercedes Werner

Eso es lo que ha caído.

Y la música 26

De Victoria

Pues eso.

domingo, 1 de noviembre de 2015

Hambre


Llega a veces ese hambre,
como de no haber comido pan en la vida.
Acecha en el Metro con una pareja
entrelazándose las manos
a las nueve antes del mediodía,
domicilios conyugales,
viajes organizados en agencia
donde terceros, aparte del agente,
son multitud.
Y me pregunto cómo será,
lo mismo que me preguntaba con quince años,
malpensada como soy,
más trotada, más vivida, más generosa,
cómo, ¡cómo!,
es decir a alguien que le quieres
estando segura de encontrarle
mañana y al otro mes,
también al despertar. Buenos días.
Y basta con dejar caer los párpados,
para llenarse las tripas de golosinas,
y darse un baño de sándalo,
para olvidar el hambre de pan.
Porque hay un hambre atrasada
que no se olvida por desconocer.
Un hambre terrible
como de no haber comido pan en la vida 

Marta Bohemia

Jon Hopkins

Caminos








Stellan Karlsson

Frank Sinatra

No es un mensaje subliminal

Christopher Warren

Martin Phipps