miércoles, 18 de noviembre de 2015

Náufragos


Sobre la mesa, las conchas vacías de las ostras flotan a la deriva en lo que, horas antes, fue un arisco mar de algas y hielo picado. Junto a ellas bucea, del revés, una botella de champagne, ya inútil, en el fondo de la cubitera derretida. 
Frente a la chimenea, como si de un madero flotante se tratase, la mesa dónde todavía se aprecian restos del naufragio. Baja, robusta, salpicada de cera y envuelta, aún, en la tormentosa bruma de los deseos. 
Ecos de tempestad en el pasillo, prendas arrancadas con dedos de viento, gritos y lamentos, jadeos ahogados, súplicas anhelantes que se desdibujan bajo nubarrones preñados de oscuras pasiones. 
Olas de deseo baten con fiereza contra la piel, la arrastran al fondo de la locura ahogando cualquier atisbo de razón. Las mismas olas embravecidas que escriben, de su puño y letra, una historia de lujuria renglón a renglón. 
La oscuridad envuelve todo, sofoca, oprime, somete voluntad y carne. Imposible luchar, enfrentarse a esa fuerza que arrasa el espíritu combativo. Pelea desigual e inútil. 
La tormenta se cierne descarnada y perseverante, por momentos cruel y desatada, otros parece amainar y dar respiro al alma sometida. Son sólo instantes en que el cuerpo boquea ansioso y castigado, busca a ciegas dónde asirse y tomar aliento para alzar la mirada, enfrentarla al ojo del huracán, y cerrar de nuevo los ojos para abandonarse. 
Una dulce sonrisa se escapa de los labios, los gemidos se ahogan al sentir las tempestuosas manos que asemejan sargazos enredándose en la piel. Tiran y arrastran hacia el fondo deseado, hacia una luz cálida, distinta, llena de paz. 
Los cuerpos embarrancan en la orilla de las sábanas. Agotados, jadeantes, con la piel húmeda de sal y las bocas hambrientas de besos. Salivas dulces, cómplices miradas mientras las manos se convierten en dedos ciegos y ávidos de aprender, dedos que recorren cada marca escrita, cada renglón, cada sello. 
La tormenta ha dejado su historia en la piel, grabada con su oleaje, con la fiereza del deseo, con la furia desatada y feroz de la pasión. La calma que sucede al temporal les mece ahora, les acuna entre su propios brazos. La ronca voz de la tormenta es ahora pausada y profunda, llena sus oídos de nuevas palabras, de suaves y cálidos matices. 
Son náufragos.

Fot. Gilles Berquet
Le Festin Nu