jueves, 19 de noviembre de 2015

Ellas


ELLAS

Súbitamente desperté en medio de la noche, con una presión en el pecho, o sea en medio del alma. Primero tuve la revelación en un sueño de que soy perseguido por una mujer flaca, de pelo largo y claro. Muy flaca y casi albina. Y luego recordé con claridad varios eventos durante el día de hoy: me crucé con una mujer joven, muy flaca, las piernas como palos, con un pantalón rojo, dos palos pintados de rojo, el pelo larguísimo y casi blanco. Nunca le ví la cara. El pelo siempre la ocultó. Pero también en el sueño soy informado que me persigue otra mujer, hermosa, de pelo oscuro, hermosísima, de ojos negros. Conozco la cara de esta mujer, la he visto muchas veces. En la calle, esperando el semáforo, entre la multitud de un concierto, doblando el pasillo de una guardia de hospital. Muchos ojos en otros rostros han sido sus ojos tristes y vitales que me han preguntado cosas sin mover los labios. Estoy acechado de cerca por dos mujeres, una clara y otra oscura, una anónima y la otra reconocible en mil caras de la ciudad pero única en esencia. ¿Quiénes son? Le doy vueltas y no acierto una respuesta. El sueño de hoy me dió una pista y eso me despertó en el acto: una de las dos es la muerte. ¿Pero, cuál? La rubia me inquieta físicamente, no veo su rostro, su pelo inusualmente blanco y sus patitas de palo de escoba me estremecen. No veo músculos que muevan esos huesos. Y su ropa roja destaca entre la multitud. La otra me preocupa más. O, mejor dicho, me preocupa de forma diferente. No puedo dejar de mirarla. Es decir, la veo en todas las caras bonitas que veo durante el día. Como un virus, ha clonado su ser en muchos y ahora está en todos lados. A esta no hay manera de describirla. Los ojos son su característica más sobresaliente. Son particularmente negros, como pozos profundos y húmedos. Han visto demasiado, han conocido las cosas antes de tiempo, probado la fruta mientras está verde. Y eso los ha marcado profundamente. La boca es estrecha, un beso podría ahogarla. Pero es a un beso a lo que invitan. La piel es pálida o clara clara. Y llama la atención que no tiene casi pliegues ni arrugas, el tejido está bien torneado, bien humectado. La cejas son casi altivas, livianas pero con carácter fuerte, están manteniendo a raya lo que otras partes de ese cuerpo invitan a acercarse. Dual. Contradictoria. Ombligo del mundo. ¿Qué decir del cabello? Me deja sin palabras. Suelto es irresistible. Invitan a las manos a desaparecer buscando algún tesoro, quizás el alma. Dos mujeres. Una de las dos me va a matar. Me está avisando que es mi ángel exterminador. Pero, si una es la muerte, la otra me está salvando la vida, está contrapesando la condena y la tortura de la idea del final. ¿Cómo saberlo? ¿Cómo estar seguro? Me incorporo en la cama, las primeras luces van vistiendo el cielo frío de la ciudad. Hay movimiento en la casa. Se abre la puerta del dormitorio y entra una mujer con el pelo trenzado, vestida de negro. Me trae un té, como a Juan Pablo I. Mientras lo tomo le miro la cara. Y me doy cuenta de que no eran dos las mujeres que me rondaban, sino tres. Una era la Muerte. Esta era la Muerte. 

Fot. William Mortensen
The Carmelite Nun, 1920