sábado, 10 de diciembre de 2016

Sombra, luz


Me abismo en la hondura. Recuerdo la primera vez que supe de la Sombra. Fue en aquella casa primera, grande y destartalada. En la alcoba había unas cortinas que de noche temblaban sin motivo y en las que yo veía, medroso, figuras imprecisas e indescriptibles. O en el gran desván, al que nunca me gustaba subir. Pero también en aquella casa supe lo que era la luz: en la yuca del patio empedrado, en la gran pila en la que nos bañábamos en verano, en el jilguero que dejé escapar de la jaula, en un cuaderno que compré en secreto y que no sabía para qué, porque lo abría a solas en el soleado corredor, tumbado sobre un colchón de hojas de maíz, que crujía dulcemente. No sabía qué escribir aún en aquel cuaderno porque me vaciaba la soledad y el silencio de la hora de la siesta, que había que guardar religiosamente; o porque la palabra todavía no se me había revelado. Pero en aquel momento descubrí la luz y era como si la luz, que descendía del Monte Urba, escribiera por mí palabras de luz en aquel cuaderno. Algunas noches subía al templo para robar algunas de las flores de su jardín para el altarcito que había instalado debajo de la escalera, o para escuchar el sonido de la lechuza en la torre.

Antonio Colinas   Memorias del estanque
Ed. Siruela, 2016

Fot. Kansuke Yamamoto