Toda mujer, real de verdad,
posee un país secreto,
más real para ella
que este pálido mundo exterior:
a medianoche,
cuando la casa cae en silencio,
deja de lado la aguja o el libro
cuando la casa cae en silencio,
deja de lado la aguja o el libro
y lo visita en secreto.
Cerrando los ojos, improvisa,
imagina una verja de cinco barrotes
entre altos abedules:
entre altos abedules:
salta la barrera y toma posesión.
Luego corre, o vuela,
o bien cabalga un caballo
que acude a recibirla,
y viaja allí donde quiere;
sabe hacer que la hierba crezca,
que el lirio se entreabra al mirarlo
y que los peces coman de su mano;
ha fundado aldeas, plantado arboledas
y vaciado valles para que los arroyos fluyan,
fríos, hacia una bahía cerrada al mar.
Nunca me atreví a preguntar a mi amor
por el gobierno de su reino,
ni por su geografía,
ni la he seguido entre esos abedules,
o escalando esa verja
para espiarla en la niebla.
Y aún así, me ha prometido, cuando yo muera,
un pabellón al pie de su palacio,
en un claro en medio de la espesura,
donde crece la genciana y el alhelí
y donde a veces podremos encontrarnos.
País secreto
Fot. André de Dienes, 1940