La nariz: el sentido del olfato está, por lo general, menos desarrollado en los seres humanos que en otros animales.
Aún huelo con fuerza los olores del cuerpo de mi amante. El olor a levadura de su sexo. El denso olorcillo en fermentación del pan que sube. Mi amante es una cocina donde guisan perdices. Visitaré su acre guarida de techos bajos y me alimentaré de ella. Tres días sin lavarse y está a punto y caliente. Sus faldas se apartan de ella, su aroma es un aro en torno a sus caderas.
Ya antes de llegar a la puerta de la casa mi nariz empieza a moverse nerviosamente, puedo olerla cruzando la entrada y acercándose a mí. Es un perfumador de sándalo y lúpulo. Quiero destaparla. Quiero apretar la cabeza contra el muro abierto de sus ingles. Está firme y madura, un oscuro compuesto de alfalfa para el ganado y Madonna del Incienso. Es incienso y mirra, penetrantes olores hermanos de la muerte y la fe.
Cuando sangra, los olores que conozco cambian de color. Durante eso días tiene hierro en el alma. Huele como un arma de fuego.
Mi amante está amartillada y lista para disparar. Lleva en la piel el olor de su presa. Me consume al estallar como una blanca nubecilla de humo oliendo a salitre. Al dispararme contra ella todo lo que quiero son las últimas espirales del deseo que van desde su base hasta lo que los médicos llaman los nervios olfativos.
Escrito en el cuerpo