viernes, 11 de agosto de 2017

Primeros encuentros


Cada instante de nuestros encuentros
lo celebrábamos como una revelación,
solos en el universo mundo.
Tú eras más audaz y ligera que el ala de un pájaro,
bajabas la escalera como un torbellino
saltando los peldaños, y corriendo me llevabas
a través de húmedas lilas hasta tus predios,
al otro lado del espejo.

Cuando llegó la noche 
me fue otorgada la gracia, 
las puertas del altar se abrieron, 
y en la oscuridad resplandecía y se inclinaba 
lentamente tu desnudez.
Y, al despertar, “¡bendita seas!”–
dije, aun sabiendo que era irreverente mi bendición. 
Tú dormías, y para acariciar tus párpados 
con el azul del firmamento
las lilas se extendían hacia ti desde la mesa,
y, acariciados por el azul, 
tus párpados estaban serenos, y cálida tu mano.

En el cristal pulsaban los ríos,
humeaban las montañas, brillaba el mar,
tú sostenías en tu palma la esfera de cristal, 
dormida en el trono,
y –¡oh Dios santo!– tú eras mía.

Te despertaste y transformaste
el cotidiano vocabulario humano,
tu voz se colmó de vigor sonoro,
y la palabra "tú" desveló
su nuevo sentido y significado: "yo".

El mundo entero se transfiguró, 
incluso las cosas más simples 
–el jarro, la jofaina–, 
cuando se interpuso entre nosotros, 
como un centinela,
el agua laminada y dura.

Fuimos transportados quién sabe dónde.
A nuestro paso se abrieron, como espejismos,
ciudades surgidas por encanto,
la menta se extendía a nuestros pies,
los pájaros nos acompañaban por el camino,
los peces remontaban el río
y el firmamento se desplegó ante nuestros ojos...

Mientras el destino seguía nuestros pasos,
como un loco con una navaja en la mano.

Primeros encuentros