La duración de nuestras pasiones depende tan poco de nosotros como la duración de nuestra vida.
La pasión a menudo convierte en loco al más sensato de los hombres, y a menudo también hace sensatos a los más locos.
Esas acciones grandiosas y espléndidas que deslumbran, según los políticos son efecto de grandes designios, pero por lo común tan solo son efecto del talante y de las pasiones. Así, la guerra de Augusto con Antonio, que se atribuye a la ambición de ambos por llegar a ser dueños del mundo, tal vez no fue más que una consecuencia de la envidia.
Las pasiones son los únicos oradores que siempre persuaden. Son como un arte de la naturaleza cuyas reglas son infalibles; y el hombre más romo cuando le domina la pasión persuade mejor que el más elocuente que carece de ella.
Las pasiones contienen una injusticia y un interés propio que hace que sea peligroso seguirlas, y que convenga desconfiar de ellas, incluso cuando parecen muy razonables.
Existe en el corazón humano una generación perpetua de pasiones, de tal manera que la ruina de una coincide casi siempre con el advenimiento de otra.
Las pasiones engendran a menudo otras que son sus contrarias: la avaricia produce a veces la prodigalidad, y la prodigalidad la avaricia; a menudo somos firmes por ser débiles, y audaces por cobardía.
La clemencia de los príncipes a menudo no es más que política para ganarse el afecto de los pueblos.
Esa clemencia, de la que se hace una virtud, a veces se practica por vanidad, otras por pereza, a menudo por miedo, y casi siempre por esas tres razones juntas.
"Reflexiones o sentencias y máximas morales"
Introducción, traducción y notas de Carlos Pujol
Ed. Planeta, 1984
Fot. livaniana
