Entre una puerta y otra, está el olor. El olor no puede contarse y, no obstante, puede hacernos recordar lo que fuimos.
Lo que puede contarse empobrece la memoria.
Importa no contar, no reducir a anécdota esa presencia que anima lo que fuimos bajo lo que somos. Desnuda de recuerdos, la memoria es más.
Así pues, detenida. En un umbral o una esquina, ante un adoquín, entre los raíles del tranvía, ante un letrero encendido, o viendo caer la oscuridad entre las chimeneas. Para recuperar lo que fui. Detenida para recuperarlo. Ningún recuerdo. Antes del recuerdo, más allá de él. Escuchando, mirando, oliendo, quieta, muy quieta.
Dejar la compuerta apenas entreabierta, lo justo para que el corazón se duerma tranquilo con los recuerdos del amor, pero nada más: si se abriera del todo se apoderarían de él y lo destrozarían.