domingo, 7 de abril de 2019

Un buey contempla a los hombres


Un buey contempla a los hombres

Tan delicados (más que un arbusto) 
y corren y corren de un lado para otro, 
siempre olvidándose de algo. 
Ciertamente, les falta no sé qué atributo esencial, 
aunque a veces se muestran nobles y graves. 
Ah, terriblemente graves,
hasta siniestros. 
Infelices, se diría que no escuchan
ni el canto del aire ni los secretos del heno,
así como tampoco parecen percibir lo que es visible
y común para nosotros, en el espacio. 
Y se quedan tristes,
y en la huella de la tristeza llegan a la crueldad.
Toda su expresión vive en los ojos: 
y se pierde en un simple pestañeo, en una sombra.
Nada en su pelambre, 
en las extremidades de fragilidad inconcebible,
que poca montaña hay en ellas,
y cuánta sequedad y recovecos, 
qué imposibilidad de organizarse en formas calmas,
permanentes y necesarias. 
Tienen, tal vez, cierta gracia melancólica (un minuto) 
y con eso se hacen perdonar la agitación incómoda 
y el traslúcido vacío interior 
que los vuelve tan pobres y necesitados
de emitir sonidos absurdos y agónicos: 
deseo, amor, celos
(¿qué sabemos nosotros?), 
sonidos que se quiebran y caen en el campo
como piedras afligidas 
y queman el pasto y el agua,
y es difícil, después de esto, 
rumiar nuestra verdad.

Versión JM Montefogo