lunes, 1 de octubre de 2018

Tenía pocos amigos


Tenía pocos amigos, pues padecía esa especie de insociabilidad que procede del exceso de tolerancia y comprensión. Sus gustos lo excluían de los grupos que se forman basándose en fobias. Si recelaba de la enconada anatomía de las multitudes, era sobre todo porque su curiosidad y su pasión ignoraban las fronteras y los clanes que lo convertían en un apátrida en su propio país. 
(…) Además, poseía una dulce timidez a la que se aferraba como a un vestigio infantil. Un ser humano era, a su juicio, tan vasto y tan rico que no había mayor vanidad en este mundo que mostrarse demasiado seguro de sí mismo frente a los demás, frente a lo desconocido y a las incertidumbres que representaba cada cual. Por un momento, temió perder esa pequeña timidez suya y sumarse al rebaño de los que le desprecian a uno si no los domina; pero, poniendo en ello una tenaz voluntad, supo conservarla como un oasis de su personalidad. 
Con haber recibido numerosas y profundas heridas, su carácter no se había endurecido en lo más mínimo; conservaba intacta su extrema sensibilidad, que, cual fenixiano cuerpo de seda, renacía más pura que nunca cada vez que alguien lo lastimaba y magullaba. En suma, por más que creyera razonablemente en sí mismo, procuraba no creerse demasiado, no asentir con demasiada facilidad a lo que pensaba, pues sabía cómo las palabras de nuestra mente gustan de aliviarnos y reconfortarnos al tiempo que nos engañan.

Martin Page
Cómo me convertí en un estúpido
Ed. Tusquets, 2002
Trad. Javier Albiñana

Fot. André de Dienes