A veces (y no trates
de restarle importancia
diciendo que no ocurre con frecuencia)
se te quiebra la vara con que mides,
se te extravía la brújula
y ya no entiendes nada.
El día se convierte en una sucesión
de hechos incoherentes, de funciones
que vas desempeñando por inercia y por hábito.
Y lo vives. Y dictas el oficio
a quienes corresponde. Y das la clase
lo mismo a los alumnos inscritos que al oyente.
Y en la noche redactas el texto que la imprenta
devorará mañana.
Y vigilas (oh, sólo por encima)
la marcha de la casa, la perfecta
coordinación de múltiples programas,
porque el hijo mayor ya viste de etiqueta
para ir de chambelán a un baile de quince años
y el menor quiere ser futbolista y el de en medio
tiene un póster del Che junto a su tocadiscos.
Y repasas las cuentas del gasto y reflexionas,
junto a la cocinera, sobre el costo
de la vida y el ars magna combinatoria
del que surge el menú posible y cotidiano.
Y aún tienes voluntad para desmaquillarte
y ponerte la crema nutritiva y aún leer
algunas líneas antes de consumir la lámpara.
Y ya en la oscuridad, en el umbral del sueño,
echas de menos lo que se ha perdido:
el diamante de más precio,
la carta de marear,
el libro con cien preguntas básicas
(y sus correspondientes respuestas)
para un diálogo elemental
siquiera con la Esfinge.
Y tienes la penosa sensación
de que en el crucigrama se deslizó una errata
que lo hace irresoluble.
Y deletreas el nombre del Caos.
Y no puedes dormir si no destapas
el frasco de pastillas y si no tragas una
en la que se condensa,
químicamente pura,
la ordenación del mundo.
Valium 10
De: En la Tierra de en medio
Ed. FCE, 2006
Fot. Yasuhiro Ishimoto
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