Al final de la escalera
vi al perro bajar los mil y un escalones.
El viejo perro al que sacan a pasear con correa.
El viejo perro al que sacan a pasear a empujones
en el esplendor de la mañana invernal.
en el esplendor de la mañana invernal.
Tenía mis ojos, mis años que fueron, mis ojeras.
Tenía mi nombre escrito en su sucia correa;
con un final de ternura,
con un comienzo de ferocidad
con un comienzo de ferocidad
deslizaba su sombra entre los barrotes de cobre de la escalera.
Vi en sus ojos las luces de la isla de Elis
y las hordas de la seda
que hacen girar la inmensa ruleta nocturna.
que hacen girar la inmensa ruleta nocturna.
En sus apagados ojos
vi el centellear del apocalipsis
vi el centellear del apocalipsis
y mis deudas sin pagar y mi vida
(y, Dios, tenía mis años y mis lágrimas).
El viejo perro que sacan a pasear
en el esplendor de la última mañana invernal,
en el esplendor de la última mañana invernal,
empujado mil y un escalones, uno a uno,
hasta el final y más allá
de donde ya no hay
retorno alguno.