martes, 22 de agosto de 2017

No sé cómo llegó


Aún no sé cómo llegó 
a pesar de todos los años transcurridos.
Se sentó frente a mí.
Yo tejía una bufanda con agujas de metal blanco
o de un gris casi blanco
y me pidió que siguiera tejiendo.
Quería ver cómo movía las manos.
Nunca le pregunté, por temor quizá a la respuesta,
o porque estando con ella 
era tanto lo que teníamos que hablar,
tan sugestivo el silencio,
que ese detalle el por qué, el cómo
perdía importancia.
Lo único que recuerdo
y que se repite a diario
entre esfumado
entre nebuloso
es que las anémonas violetas 
que llenaban la jarra de plata
se marchitaron de pronto
y los pétalos blanquecinos lilas de ceniza
cayeron a la mesa,
al suelo.
Se levantó el velo
que le cubría el rostro
y sus ojos azules, negro de tan azules,
se clavaron en mis ojos.
Nunca más hablamos de ello,
pero cuando me dijo
después de haber recorrido toda la casa,
de haberse detenido en los rincones, 
en las colchas, en los espejos
"Yo soy tu soledad"
nos abrazamos entre llorando y riendo,
nos acariciamos la cabeza
y fue el momento más tierno del que tengo memoria.

Del Libro de la soledad

Greece, 1982