martes, 8 de agosto de 2017

La vida, los delitos que aun no había conocido


Frédérique no sólo estaba en una casa diferente durante la noche, sino que también, durante el día, en un aula diferente. A la mesa no nos sentábamos cerca, pero la podía ver. Y ella finalmente me miraba. Puede que también yo fuera interesante. Me gustaban los expresionistas alemanes y la vida, los delitos que aún no había conocido. Le conté que a los diez años había insultado a una madre superiora llamándola «vaca». Qué palabra más simple, me avergoncé de mi simplicidad cuando se lo conté. Fui expulsada del colegio. «Pida perdón», dijeron. No me disculpé. Frédérique se rió. Tuvo la amabilidad de preguntarme por qué lo había hecho. Y poco a poco empecé a hablarle de mí cuando tenía ocho años. Entonces jugaba con los chicos a la pelota y me metieron en un colegio lúgubre. En el fondo de un lúgubre corredor estaba la capilla. A la izquierda, una puerta. Dentro, una madre superiora, diáfana, delicada, que se hizo cargo de mí. Me acariciaba con sus manos ligeras y suaves y yo me sentaba al lado de ella como si fuese una amiga. Un día desapareció. En su lugar apareció una opulenta suiza del cantón de Uri. Ya se sabe, el nuevo poder odia a las favoritas del anterior. Un colegio es como un harén.


Ed. Tusquets, 2009
Trad. Juana Bignozzi