-Creo -dijo Brown- que de niños estamos muchos más inclinados a ser fetichistas de una forma u otra. Recuerdo que me escondí en el guardarropa de mi madre y me extasiaba oliendo y tocando sus vestidos. Aún hoy no puedo resistir a una mujer que lleve un velo, un tul o unos adornos de plumas, porque despierta en mí las extrañas sensaciones que experimentaba en el guardarropa.
Mientras contaba aquello recordé que también yo, cuando contaba trece años, me escondí en el guardarropa de un joven, y por la misma razón. Él tenía veinticinco años y me trataba como a una chiquilla, pero yo estaba enamorada de él. Sentada a su lado en el coche en el que nos llevaba a dar largos paseos, el simple contacto de su pierna con la mía me producía el éxtasis. Por la noche me metía en la cama, apagaba la luz y sacaba una lata de leche condensada en la que había practicado un orificio. Me sentaba a oscuras chupando la leche dulce con una inexplicable sensación voluptuosa en todo el cuerpo. Pensé entonces que estar enamorada y sorber leche dulce guardaba relación. Lo recordé mucho tiempo después cuando probé el semen por primera vez.
Anaïs Nin
Delta de Venus
Fot. Nobuyoshi Araki