viernes, 28 de abril de 2017

Miento y fumo


   Un hombre joven y pobre llamado Iruka amaba con toda la locura de su corazón a una muchacha, Chujo, rica y bella a más no poder. Puesto que era letrado, Iruka escribió a su amada una carta de amor cada día durante tres largos años sin fallar una sola vez. Al tercer año, se atrevió a sugerirle que le hiciera un signo durante la fiesta del bon. Pero la amada no respondió, ni siquiera lo miró, ni le mostró nunca el menor interés. Entonces el corazón de Iruka se cansó. Pensó hacerse monje, y lo hizo. Y pasó el tiempo...
   Una mañana de primavera, iba a buscar el agua a un pozo situado cerca de su ermita, cuando Iruka se encontró a Chujo por primera y última vez en su vida. Ella se echó a sus pies:
   —¡Iruka! —exclamó— ¡He caminado durante meses antes de encontrarte, y por fin te veo, admirable Iruka! Tu amor, del que dan testimonio mil cartas, ha terminado por tocarme el corazón.
   Al decir aquellas palabras, descubrió su rostro, hasta momento cubierto por un velo de seda, y era tanta su belleza que hacía palidecer la luz del día.
   —Soy tuya, Iruka, ahora te amo como me amabas tú entonces.
   Iruka le respondió:
   —Es demasiado tarde, Chujo, he cortado todos los lazos con esta clase de amor. Soy monje.
   Y sin una mirada, la dejó.
   Chujo, desesperada, se tiró al río y se ahogó.
   Enterado de la noticia, Iruka compuso este poema:

 No queda en la rama,
 la flor de cerezo,
 antes del verano muere.

Henri Brunel
Los más bellos cuentos zen
Ed. Olañeta, 2003

Fot. Rik Garrett 
Symbiosis