En tierras de Suecia vivía una condesa
que era tan pálida y tan bella.
«¡Señor guarda, señor guarda, mi liga se soltó,
se soltó, se soltó!
¡Guarda, arrodíllate, pronto, y átamela!»
«Señora condesa, señora condesa, no me miréis así,
yo os sirvo por mi pan.
¡Vuestros pechos son blancos pero el hacha es fría,
es fría, es fría!
Dulce es el amor, pero amarga la muerte.»
El guarda escapó aquella misma noche.
Cabalgó monte abajo hasta que llegó al mar.
«¡Señor barquero, señor barquero, acógeme en tu barca,
en tu barca, en tu barca!
Barquero, tengo que ir hasta el fin del mar.»
Entre el gallo y la zorra brotó el amor.
«Oh, dorado, ¿me amas de verdad?»
y fina fue la noche, pero el alba llegó,
llegó, llegó:
todas sus plumas cuelgan del zarzal.
Balada del guardabosques y la condesa
Fot. Tessa Kuragi by Stefan Rappo
Variación I
Con la excusa de una liga
la condesa va y la lía
con un rudo leñador
que en ella ve una flor.
El pobreto ató, libó y amó,
mas por tocar el tallo
tuvo que huir a caballo:
la condesa se enfadó.
Ni barca ni remos bastaron,
ni el inmenso mar sirvió,
para que gallo galante escapara.
A la mañana siguiente,
desplumado apareció.
Variación II
De nata y amores,
así estaba hecha,
la dulce carne de la Condesa
Guarda que guarda
la flor traviesa,
que quiere darle la aviesa Condesa.
La liga que ata,
la ira desata.
Cuán grande es la mar,
Cuán lejos la barca!
Cuán pálida la faz,
que la soga del verdugo abarca.