Mnemosine Hospital
El edificio, oculto tras los cipreses, se ubicaba al final de una calle peatonal, en la parte alta de la ciudad. Nada en el edificio recordaba a un hospital. El suelo de roble decapado y los tonos celestes en las paredes imprimían una sensación de agradable ligereza.
La Doctora Bueno tenía su consulta en la segunda planta. Sobre su mesa, como único adorno, una bola azul de cristal.
-Verá, señor… nuestro hospital tiene un protocolo estricto con respecto a las extirpaciones totales de recuerdos… nunca las realizamos en primera instancia, lleva tiempo y primero ensayamos otros acercamientos menos drásticos.
-Pero yo necesito olvidarme de Ella ya… no lo soporto más, estoy sufriendo mucho.
-Ya veo. Pero debo ceñirme al procedimiento habitual. Objetivos parciales. Digamos el último año, o el tono de la voz, o el olor de su pelo. Dígame qué es lo que más le duele.
-Las mentiras, lo que más me duele, son las mentiras. Hágame olvidar por lo menos eso.
La Doctora Bueno sonrió con dulzura.
-Claro que sí. Somos especialistas en la extirpación de mentiras, es un tratamiento ambulatorio que no necesita cirugía, le extenderé unas recetas y le daré las instrucciones del procedimiento por escrito. Y si todo va bien en unos meses la haremos desaparecer de su mente por completo.
Salí del despacho y atravesé la sala de espera, donde otros dolientes crónicos y agudos aguardaban a que les erradicaran, exterminaran, desinfectaran, eliminaran y arrancaran de su vida a su padre, al 29 de diciembre, las humillaciones del colegio, un accidente, una agresión, un remordimiento, o aquella vez que dijeron que no, que dijeron que sí, que no dijeron nada.
Anduve sin rumbo y llegué al mirador bajo el cual el río describe una amplia curva. Recordé el mito: En el Hades, las almas de los difuntos podían beber del río Lete, para olvidar sus vidas anteriores, o del río Mnemosine, para recordarlas.
Con el dossier de la Doctora Bueno en la mano, me incliné sobre la barandilla.
La Doctora Bueno tenía su consulta en la segunda planta. Sobre su mesa, como único adorno, una bola azul de cristal.
-Verá, señor… nuestro hospital tiene un protocolo estricto con respecto a las extirpaciones totales de recuerdos… nunca las realizamos en primera instancia, lleva tiempo y primero ensayamos otros acercamientos menos drásticos.
-Pero yo necesito olvidarme de Ella ya… no lo soporto más, estoy sufriendo mucho.
-Ya veo. Pero debo ceñirme al procedimiento habitual. Objetivos parciales. Digamos el último año, o el tono de la voz, o el olor de su pelo. Dígame qué es lo que más le duele.
-Las mentiras, lo que más me duele, son las mentiras. Hágame olvidar por lo menos eso.
La Doctora Bueno sonrió con dulzura.
-Claro que sí. Somos especialistas en la extirpación de mentiras, es un tratamiento ambulatorio que no necesita cirugía, le extenderé unas recetas y le daré las instrucciones del procedimiento por escrito. Y si todo va bien en unos meses la haremos desaparecer de su mente por completo.
Salí del despacho y atravesé la sala de espera, donde otros dolientes crónicos y agudos aguardaban a que les erradicaran, exterminaran, desinfectaran, eliminaran y arrancaran de su vida a su padre, al 29 de diciembre, las humillaciones del colegio, un accidente, una agresión, un remordimiento, o aquella vez que dijeron que no, que dijeron que sí, que no dijeron nada.
Anduve sin rumbo y llegué al mirador bajo el cual el río describe una amplia curva. Recordé el mito: En el Hades, las almas de los difuntos podían beber del río Lete, para olvidar sus vidas anteriores, o del río Mnemosine, para recordarlas.
Con el dossier de la Doctora Bueno en la mano, me incliné sobre la barandilla.
Relato recogido del Taller de Relatos Cortos de la Biblioteca Municipal de Tabaiba.
Autor/a: Idadora
Fot. Dino Valls