jueves, 4 de junio de 2015

Llorar con cuerpo

Llorar con ganas de llorar,
con hambre de llanto,
con todos los nombres de la tristeza,
con todos los ojos de la pena
atisbando lo más negro,
con lágrimas,
con todo el dolor,
con gritos, 
con fuerza.

Llorar gritando
todas las palabras, 
con cada poro de la piel,
con todos los adjetivos,
puntos, comas y exclamaciones,
llorar como se tiene que llorar,
hacia fuera,
entre la multitud
y con la mente obsesionada.

Llorar por el daño
de ese puñal bien visible
alzado por su mano
que recorre mis muslos y mi sexo
y los tiñe del azul más glacial
y más puro.

Llorar llorando.
Llorar entre sábanas limpias y sin un mal consuelo, llorar cuando
lo que tendría que hacer es bendecir su boca y su cuerpo 
lleno de goce y perfumes,
y cada uno de sus dedos
que tantas veces bailaron acompasados a mi vigilia,
con tanto gusto por lo lento.

Bendecir aun sin fe,
ni esperanza
o expectativa,
bendecir a los cuatro vientos
y, evocando su presencia,
parir un amor nuevo,
un rayo verde eterno
visible al mundo entero.
Y gritar el nuevo amor de los cuerpos viejos,
en una fiesta con música e invitados.
Reconocernos en un abrazo
que tenga nuestro nombre, nuestra historia,
nuestras caricias, nuestros anhelos,
perfectamente reconocible, nuestro.

Contrapunto a "Llorar sin cuerpo" de Anatomía de la intimidad