lunes, 5 de mayo de 2008

Una cena



-Come como una niña pequeña.

Levantas los ojos hasta encontrarte los míos. Y allí ves el Capítulo Uno del Manual de Instrucciones: Es una sugerencia más vale que sí.

Imperceptiblemente se va transformando tu manera de masticar hasta convertirse en una mueca obscena. A eso se le llamaba comer con la boca abierta. Y el ruido era la propina.

Quiero confesar que cuando sentí que varias miradas de mesas vecinas se dirigían a la nuestra sentí el escalofrío de la vergüenza, pero sólo un momento.

El camarero respondió de inmediato a mi gesto preguntándome qué deseaba.

-¿Tiene un babero?

Y, más bajito, en tono cómplice, añadí: “Para la nena….”

Mis dedos, disimulados, ya nadaban en tu coño, Pero en aquel momento sintieron una nueva subida de la marea. Literalmente chorreabas.

Cogí el pañuelo que siempre llevo, de hilo blanco y limpio, y taponé esa fuente en la que se había convertido tu sexo.

Cuando llegó el camarero con el encargo, me levanté, me puse a tu espalada y, mientras hacía el lazo para sujetarte el babero, te susurré al oído: “Regálame tu vergüenza”

Volví a mi silla, a tu derecha, recuperé el pañuelo y ya no hice otra cosa que olerlo, dar algún sorbo de vino, y observar, casi divertido, como me regalabas tu ridículo.

Te amaba.

A la salida, ya mujer, ya objeto (me gusta que los otros hombres te tasen con su mirada), volví a dirigirme a tu oído.

-Lo has hecho muy bien, niña buena. ¿Querrás que te parta el culo como premio?

Pusiste la cara 86

Y yo era feliz.

Después vino el futuro.

Fot: DrSmo