domingo, 12 de abril de 2020

Hurgando en la herida

No son números, son personas.

Es el nuevo mantra que se va abriendo paso entre el periodismo que nos "informa" sobre la evolución de la "pandemia" provocada por el COVID-19. Y se recurre a la frase atribuida al malvado Stalin: un muerto es una tragedia, un millón, una estadística.



Lo que me pregunto a estas alturas es el papel del gobernante: ¿ha de gobernar poniendo el acento en el individuo, o ha de poner el acento en la sociedad en su conjunto? ¿la dirección de su actuación ha de obedecer más a la gestión de la tragedia que conlleva cada muerte o a la gestión de una estadística terrible? ¿ha de intentar salvar al árbol o ha de procurar salvar al bosque? 

No me gustaría estar en situación de tener que decidirlo, pero pienso que un gobierno ha de tener al bosque como objetivo número uno a salvar y, paralelamente, hacer lo posible para atender a los árboles que, inevitablemente, irán cayendo.

Desde el principio esto que estamos viviendo ha tenido todos los ingredientes para convertirse en un reality show macabro al que la "información" ha hincado el diente de una manera obscena. Sólo nos faltan imágenes de "las mejores muertes del día" o el top ten de las agonías diarias.

Son personas. Sí. Son personas. Los demás también, eh, que a veces parece que se nos olvida.
Ayer leía en "El País" el caso de un piso en Alcobendas (no será el único, seguro), de tres habitaciones y de 40 metros cuadrados en el que viven tres familias, una por habitación, sumando un total de 10 personas, cada familia recluida, desde hace semanas, en su propia habitación. Sin balcón para el aplauso de las 20.00h. Los tres cabezas de familia eran jornaleros de la construcción, viviendo al día, cobrando por trabajo realizado, en negro y sin factura. No era una situación envidiable, pero les permitía cubrir las necesidades más perentorias. Hoy no tienen nada. Esa nada que significa nada. Dependen de que un voluntario de la Cruz Roja les lleve unas bolsas con comida. El artículo se ilustra con una fotografía donde se ve el hábitat en el que una de esas familias está sobreviviendo a estas semanas de confinamiento: una habitación con una litera de dos camas de un metro de ancho. En una duermen la pareja de adultos, en la otra, la pareja de niños (de unos 10 o 12 años).


En otro artículo donde se informa de la creación de UCIs "de campaña", se ve la siguiente imagen:



¿Los gobiernos no deberían también poner algo de atención y gasto en la creación de una red de "pisos de campaña"?

Esta es la tragedia, el caso individual, las personas, las cuatro del piso o la que ni se ve en la UCI de campaña.

Si nos vamos al otro lado, al de la estadística, lo que vemos es:

España: Contagiados: 0.34% de la población. Fallecidos: 0.03% de la población. Parados inducidos por el confinamiento: 6.38% de la población. En esta última estadística no se tienen en cuenta los casos más sangrantes, los que trabajaban en la economía sumergida y se han quedado sin protección alguna, que se estima entre el 2 y el 4% de la población, lo que hace un total de parados inducidos por el confinamiento de entre el 8 y el 10% de la población. Se mire como se mire, es mucho coste un 9% para un problema del 0.03%. Y sí, ese 0.03% son personas. En lo que insisto es en que el 9% también.

Y ya si nos ponemos las gafas que nos permiten analizar el problema desde un punto de vista geopolítico, vemos cosas curiosas:

En China, origen geográfico del problema y país que ha servido de ejemplo y referencia para las medidas a adoptar, los fallecidos, según las cifras oficiales, representan el 0,0002% de la población, o lo que es lo mismo, 2 por millón de habitantes. Se puede imaginar que la cifra real puede ser el doble, el triple o multiplicarlo por 10, en todo caso es insignificante desde un punto de vista estadístico, aunque trágico a nivel personal.

Si hay un país que ya está saliendo beneficiado de todo esto, es China. Es quien nos está exportando todo lo que necesitamos ahora y es el que pasará esta crisis sin apenas rasguños en su maquinaria productiva. El llamado mundo occidental las pasará canutas con los billones y billones de deuda que se necesitarán para paliar el desastre producido ¡ojo!, no por la enfermedad, sino por el remedio, por el confinamiento, por la paralización absoluta de la actividad social y económica ajena a lo estrictamente sanitario.
Da que pensar el hecho de que la receta venga de quien mejor va a salir parado si se aplica.
China no confinó el país. China confinó una ciudad, o dos, o las que sean.

Aquí no, aquí confinamos a toda una nación. La misma receta para una ciudad como Madrid o Barcelona que para un pueblo de Soria o Lérida.

Sigo con especial interés el caso de Suecia, único país occidental que ha optado por desoír a la OMS y seguir la teoría de la inmunidad de grupo. De momento el coste en vidas humanas está siendo parecido al de sus vecinos que sí han optado por seguir las reglas del confinameinto, el número de casos por millón de habitantes es prácticamente idéntico al de Noruega o Dinamarca, por citar dos países de su ámbito cultural y con formas de vida social equiparables que sí han optado por el cierre de país. O sea, el mismo perjuicio, pero a un coste social y económico infinitamente menor. Veremos cómo evoluciona la cosa, pero ya llevamos semanas con el problema, no es una primera impresión.

Quien quiera consultar datos exhaustivos y fiables, actualizados en tiempo real de la evolución de la epidemia a nivel mundial, por países, puede consultar aquí.

Cuenta hoy John Carlin en su artículo en La Vanguardia: "Me acuerdo de que después de que muriera mi padre, cuando yo tenía 17 años, me chocaba que el mundo siguiera igual. Volví a casa del hospital y por la ventana del coche veía a gente riéndose en las terrazas de los pubs. ¿Qué les pasaba? ¿No se daban cuenta de que había llegado el fin del mundo? Pues no."

Y termina con una frase que da que pensar: "que se iluminen los gobernantes del mundo, para que volvamos pronto a la apática normalidad en la que los individuos se mueren y el mundo sigue igual."