jueves, 4 de julio de 2019

Primavera Portátil


Aquellos dos tenían una flamante primavera portátil.
Ah era muy divertido verlos cruzar la calle con aquel armatoste cubriéndolos como una pajarera o un enorme paraguas.

A veces resultaban francamente molestos. Como cuando viajaban en el subte por ejemplo, y le metían a uno un pedazo de octubre en las narices, sin pedirle disculpas para nada.

Otras veces en medio de una oficina pública, o en una exposición de filatelia, para dar otro ejemplo, se movían y hacían un incalificable desparramo de perfumes, glicinas, abejorros, pereza, cielos de no creer, o tontas palabritas que después iban y venían volando como moscas, hasta que se posaban muy orondas en algún portafolios.

Para colmo andaban contentísimos con su armatoste parecido a una campana o a una nube, y como hasta el mismísimo invierno se mostraba respetuoso y paciente frente a aquella absurda primavera portátil, los dos se creían que eran absolutamente inmortales.

Un buen día desaparecieron. Según se cree, al final de un verano, al armatoste le dio por seguir a una bandada de golondrinas que se dirigía hacia el norte, y naturalmente arrastró a aquellos dos como si se los llevara una cápsula géminis.
Otros en cambio dicen que el armatoste un día se esfumó, se derritió, se desarmó o algo así. Que entonces los dos sintieron frío y se miraron y se miraron largo tiempo, sin conocerse en absoluto. Y que tuvieron tanto miedo al verse así desnudos, extraños y mortales, que salieron corriendo, uno para un lado y otro para el otro, hasta que se perdieron nadie sabe dónde. 

Humberto Costantini
Primavera Portátil

Imagen: Walter Carone

Fuente: oceano-agridulce