lunes, 15 de abril de 2019

Dolor exquisito


I

Conocí el dolor exquisito el verano del año 2009. Entre el viernes 9 y el domingo 11 de enero. Antes de las diez de la noche.

Es un dolor agudo, intenso, determinante. También es un dolor que se gasta de tanto usarlo. Un poco como el amor. Van de la mano, por cierto. De eso iba Dolor exquisito, una obra de teatro que vi, con certeza, entre el 9 y el 11 de enero de 2009. 
La dirigía Emilio García Wehbi. 
(Parecía) diseñada especialmente para mí: Kawaii y très chic. Es decir, linda, elegante, repetitiva, japonesa y francesita, irónica y un poco cruel.

A la salida, en una mesita improvisada por la compañía, compré un libro bien cuidado, una especie de catálogo del montaje. La portada era, sigue siendo, roja y blanca. Sencilla y geométrica. Muestra un globo con forma de corazón al centro. Desinflado. El globo. Decía, aún dice, «Libreta de apuntes». Habla del proceso creativo de la puesta en escena. 

En esa libreta de apuntes todos sufren mejor que yo. El dolor los ha definido. Ya saben quiénes son: sus contornos son inconfundibles, llevan las facciones de la persona que son y de la que serán. Pienso en ese momento que yo aún no llego a ser. Que no he encontrado mi rostro, uno hecho por mí misma. Que llevo una cara que me dieron, la primera que encontré.

En la libreta de García Wehbi se define dolor exquisito como un dolor intenso y bien localizado, un dolor que, por exquisito, nos gusta y nos deleita.

No es verdad que el verano de 2009 conociera el dolor exquisito. Solo conocí el concepto. Y me propuse encontrarlo.

Mónica Drouilly Hurtado
Dolor exquisito (frag.)