sábado, 15 de diciembre de 2018

Instrumental


Por eso es tan difícil tener paciencia con personas como yo. En mi fachada hay dos puertas. En una se lee claramente: BUENA VIDA; en la otra, INFIERNO. Y no solo crucé la puerta oscura, sino que lo hice silbando, con toda la despreocupación del mundo, remangándome y con gran decisión. Me metí tranquilamente, como si fuera el mayor gilipollas del mundo, en el puto apocalipsis.
Antes, sentía esa vergüenza, asco o desprecio por mí mismo, y al notar aquellas emociones me las iba narrando mentalmente, les ponía imágenes y palabras, exploraba los motivos que había tras ellas, me permitía alimentarlas, juzgarlas, multiplicarlas. Entonces aprendí, lentamente, a quedarme quieto y fijarme en ellas con curiosidad, sin etiquetas, narraciones ni juicios. Advertía en qué parte del cuerpo se alojaban (siempre en el corazón o en el estómago), las observaba, experimentaba el dolor, me quedaba a su lado. Y os prometo que cuando haces eso, todo empieza a curarse. De forma lenta pero segura, empieza a curarse, disminuir, mitigarse.
Es espantoso e irónico saber que he pasado casi toda la vida huyendo de las cosas que me acabaron salvando (la sinceridad, la verdad, la realidad, el amor, la aceptación de quien soy) porque creía que me matarían.

Ed. Blackie Books, 2015
Trad. Ismael Attrache