martes, 6 de noviembre de 2018

Una palabra de más


Nos convertíamos en mentiras a fuerza de pretender ser sinceros.
Nos apegábamos absurdamente a las palabras o a los juicios que pronunciábamos. Nos enardecíamos con lo que el otro decía de sí mismo para sacar de ello ventajas cuyo uso resultaba perverso.

Al lenguaje le gusta contradecir. Y no solo le gusta contradecir: el lenguaje nos vuelve impacientes por hablar. Busca el ascendiente. Su función es el dialogo, y el dialogo, digan lo que digan en nuestros días, es la guerra. Es una guerra verbal en lugar de un duelo físico.
A los cabecillas siempre les ha gustado, antes que cualquier otra cosa, el lenguaje.
Hasta la propia audición del lenguaje, que exige los ojos abiertos, es decir, que separan de todo lo que se siente.

Descubrimos un tiempo que no compartimos, que no vivimos juntos, cuya evocación nos hacía daño.
Empecé a querer tomar partido en todos los juicios que Nemie hacía de modo perentorio y que me parecían falsos. Se entremezclaban las indirectas vengativas, los interrogatorios celosos. La cólera nos provocaba por culpa de confesiones que nunca tendríamos que habernos hecho el uno al otro.

¿Quién escapa a la desgracia de una palabra de más?

Pascal Quignard
Vida secreta
Ed. Espasa, 2004

Fot. Valerie Galloway