lunes, 9 de octubre de 2017

Un montón de ruinas


Era una mañana de verano. El mar extendía su azul infinito y, paulatinamente, el sol ascendía en la profunda serenidad celeste. Tras el largo sueño de la noche, las flores despertaban lozanas. Las rocas negras exhalaban vapor a causa del rocío, tornándose grises poco a poco; de vez en cuando, pequeñas lascas de arena se desprendían de ellas perezosamente. Hacia el oeste, entre unos picos, se erigía el antiguo monasterio. Semejante a una fortaleza, se encontraba por completo rodeado de zarzas, detrás de las cuales apuntaban las copas verdes de algunos chopos y castaños. Los puntiagudos tejados de tejas mugrientas, la parda cúpula de la iglesia, la muralla derruida e invadida en su abandono por las malas hierbas,  las rojas  hormigas que colonizaban cada rincón en largas procesiones -avanzando bajo el sol con enorme parsimonia-, el secular portalón de roble, las escaleras de piedra, rotas y desgastadas de tanto trasiego… Todo  hacía pensar que aquello era, más que una vivienda propiamente dicha, un montón de ruinas por las que andar curioseando.

Mihai Eminescu
Cezara
Ed. Ardicia, 2015
Trad. Doina Făgădaru

Fot. Claudia Feudi