viernes, 4 de agosto de 2017

Dilemas


Javier Messen no pensaba en ninguna de estas cosas, al menos voluntariamente, al menos cuando empezó esta historia.
Lo que sí hacía era mirar a su mujer a veces, con esa cara un poco idiota que delata enseguida que uno está de nuevo pensando algo que no sabe o no puede o no vale la pena contar al otro. Lo suyo no era en absoluto el esfuerzo nuestro cotidiano, de reprimir la pregunta que aquel año no conseguíamos ahuyentar de nuestras cabezas. La pregunta del millón: «¿Por qué, por qué nos tuvo que tocar justo a nosotros este lugar y esta época de mierda para ser jóvenes?». No, no, no. La primera y única vez que Javier Messen pensó esa pregunta no fue del todo para sí mismo, o al menos no hizo lo que todos nosotros, tragársela y de esa manera inaugurar el torturante rito de reprimirla y tener que disimularla después cada vez que volviera empecinadamente. Él la pronunció al mismo tiempo que la pensaba, más perplejo que indignado o harto, y su linda mujercita le dijo: «Javier, tengo náuseas».
Claro que eso había sido siete meses antes, cuando ella se acababa de enterar del resultado de los análisis y todo le daba leves náuseas. Nunca antojos; eso era notable: en casi nueve meses no había tenido un solo antojo. Ni dolores tampoco; solamente leves náuseas de tanto en tanto y esa cara de satisfecha y sonriente resignación a toda hora. ¿Eran para alegrarse, aquellos síntomas, o había que tomarlos como un signo preocupante más? De esa clase eran los dilemas de Javier Messen.

Nadar de noche
Ed. Alfaguara, 2002

Acuarela de Elicia Edijanto