jueves, 24 de agosto de 2017

Bajo los árboles de mango


Caminaba bajo los árboles de mango, sin prisa, separando apenas los brazos de los muslos. Se inclinó al pasar y hundió el látigo en las tetas de la puerca parida, que gruñía en su lecho de fango. Después —totalmente erguido, con las piernas abiertas— arrancó una hoja al árbol de limón y empezó a morderla. El látigo, prensado entre el brazo y las costillas, se había apagado. Ahora el sol arañaba bruscamente sus polainas. 

El gordo lo miraba hechizado. Inclinó su peso, varias veces, sobre una y otra pierna, con el temblor angustioso de un niño que tuviera urgencia de defecar, hasta que al fin disparó el alerta:
—¡Leonor, Leonor, ya llegó la gran bestia!
La mujer se asomó por la ventana del comedor, miró el patio —tranquilo, solitario, con sus follajes entristecidos por la luz— y dijo sin interés:
—No hay nadie Gerardo. Estate quieto.

Héctor Rojas Herazo
En noviembre llega el arzobispo
Ed. Carpe Noctem, 2013

Collage Franz Falckenhaus