sábado, 1 de julio de 2017

El rapto


Existe un señuelo del tiempo amoroso (ese señuelo se llama: novela de amor). Creo (como todo el mundo) que el hecho amoroso es un «episodio», dotado de un comienzo (el flechazo) y de un fin (suicidio, abandono, desapego, retirada, convento, viaje, etc.). Sin embargo, no hago sino reconstruir la escena inicial durante la cual he sido raptado: es un a destiempo. Reconstruyo una imagen traumática, que vivo en el presente pero que conjugo (que hablo) en el pasado: «Lo vi, me sonrojé, palidecí ante su vista. Una turbación creció en mi alma perdida»: el flechazo se dice siempre en pasado simple: puesto que es a la vez pasado (reconstruido) y simple (puntual): es, por así decir: un inmediato anterior. La imagen concuerda bien con este señuelo, temporal: neta, sorprendida, enmarcada, es ya (todavía, siempre) un recuerdo (el sentido de la fotografía no es representar sino rememorar): cuando «reveo» la escena del rapto creo retrospectivamente un azar: esta escena tiene su magnificencia: no ceso de asombrarme de haber tenido esa oportunidad: encontrar lo que concuerda con mi deseo; o de haber tomado ese riesgo enorme: someterme de golpe a una imagen desconocida (y toda la escena reconstruida actúa como el montaje suntuoso de una ignorancia).

Roland Barthes
Fragmentos de un discurso amoroso
Ed. Siglo XXI, 2004
Trad. Eduardo Molina

Fot. Françoise Larouge