Cuando mi dedo por descuido…
La figura refiere a todo discurso interior suscitado por un contacto furtivo con el cuerpo (y más precisamente la piel) del ser deseado.
Por descuido, el dedo de Werther toca el dedo de Carlota; sus pies, bajo la mesa, se encuentran. Werther podría abstraerse del sentido de esas casualidades; podría concentrarse corporalmente en esas endebles zonas de contacto y gozar de ese trozo de dedo o de pie inerte, de una manera fetichista, sin inquietarse por la respuesta (como Dios —es su etimología—, el Fetiche no responde). Pero precisamente Werther no es perverso, está enamorado: crea el sentido, siempre, en todas partes, de nada, y es el sentido el que lo hace estremecerse: está en el incendio del sentido. Todo contacto, para el enamorado, plantea la cuestión de la respuesta: se le pide a la piel que responda. Werther (Presiones de manos —inmenso expediente novelesco—, gesto tenue en el interior de la palma, rodilla que no se aparta, brazo extendido, como si tal cosa, a lo largo de un respaldo de diván, y sobre el cual la cabeza del otro va poco apoco a reposar, son la región paradisíaca de los signos sutiles y clandestinos: como una fiesta, no de los sentidos, sino del sentido).
Charlus toma el mentón del narrador y deja ascender sus dedos magnetizados hasta sus orejas, «como los dedos de un peluquero». Este gesto insignificante, que yo comienzo, lo continúa otra parte de mí; sin que nada, físicamente, lo interrumpa, se bifurca, pasa de la simple función al sentido deslumbrante, el de la demanda de amor. El sentido (el destino) electriza mi mano; voy a desgarrar el cuerpo opaco del otro, a obligarlo (ya sea que responda, o que se retire, o que deje hacer) a entrar en el juego del sentido: voy a hacerlo hablar.
En el campo amoroso no hay acting-out: ninguna pulsión, tal vez incluso ningún placer, nada más que signos, una actividad desprovista de habla: disponer, en cada ocasión furtiva, el sistema (el paradigma) de la pregunta y la respuesta.
Ed. Siglo XXI, 2004
Trad. Eduardo Molina
