miércoles, 7 de junio de 2017

Vida encarrilada



No la echaron, pero de todas formas dejó el trabajo. Pensó que esto era lo mejor, ya que ella y Cottar habían previsto cambios para el futuro. Kath pensó que tal vez uno de esos cambios fuera un bebé. Tenía la impresión de que la vida, una vez se acababan los estudios consistía en una sucesión de nuevos exámenes que había que aprobar. El primer examen era casarse. Si una no lo había superado al cumplir los veinticinco años, ese examen habría sido, se mirara por donde se mirase, un fracaso. (Kath siempre firmaba como “la señora de Kent Mayberry” con una sensación de alivio y moderada euforia.) Luego venía lo de tener el primer bebé. Esperar un año antes de quedar embarazada era una buena idea. Esperar dos años era un poco más prudente de lo necesario. Y si pasaban tres años la gente comenzaba a extrañarse. Luego, antes o después, llegaba el segundo bebé. Después de eso, la progresión se volvía borrosa y era difícil estar segura de si una había llegado a dondequiera que fuera que estaba yendo.

Alice Munro
Yakarta
Incluido en El amor de una mujer generosa
Ed RBA, 2009
Trad. José Hamad