lunes, 26 de diciembre de 2016

Hablar del silencio


El dios que aparece en los libros creó al mundo a través de la palabra. ¿Qué hubiera sido capaz de crear si hubiera permanecido en silencio?

Si se persigue la extrema claridad, la nominación perfecta, se llega al silencio. Ese paraíso desolado.

Callarse. Hacer silencio. No son en absoluto comparables.

Una gramática del silencio. Una sintaxis del silencio. Lo imposible. Una serie de reglas en un territorio repleto de vacío. Estalla de tan lleno.

Por escrito, el silencio es bidimensional. En el aire, el silencio tiene cuerpo, volumen. A veces llega a aturdir.

No es tan importante lo que somos capaces de decir. La verdad se construye en lo que somos capaces de oír.

1952. Cage compone 4´ 33´´. El intérprete no debe tocar ni una sola nota. La palabra “tacet” indica que hay que hacer silencio. Tres movimientos: el pianista que estrena la obra marca la duración de cada uno de ellos cerrando y abriendo la tapa del piano. Todo eso dura cuatro minutos y treinta tres segundos.  El público está desconcertado. Algunos, incluso, se enfurecen. Van a tardar en descubrir lo que Cage les ha ofrecido: recuperar aquellos sonidos del mundo que la música hubiera hecho desaparecer.

Hay quien sostiene que el silencio pertenece a la esfera del lenguaje. Podría decirse todo lo contrario: el lenguaje como un intento de liberación fallido; la libertad estaba en el lugar que se quiso abandonar.

El silencio es una forma  discursiva que no admite refutación.

El silencio no es ambiguo; es complejo. La ambigüedad está en el lenguaje. En esa insistencia tan humana de usar un martillo para sacar un tornillo.

El lenguaje es una religión. Es necesario creer en él para encontrarle sentido. La fe es su única condición de existencia.

Lo implícito. Ese supuesto híbrido que camina entre el lenguaje y el silencio.

El hacer silencio es condición indispensable para escuchar. Lo uno implica a lo otro. Una verdad desatendida.

Eugenia Almeida

Publicado originalmente en Docta – Revista de Psicoanálisis
Año 13 N° 11 – Primavera 2015

Fot. Olga Vlasova