Nunca le pregunté al destino
si me tocaba seguirte.
Simplemente me fui.
Me desnudé y te dije:
bajemos. Metámonos
más hondo en el infierno.
Hagamos ahí dentro, en lo obscuro,
el paraíso del placer.
Abre la puerta negra.
Hurga. Entra.
Desciende el misterioso abismo.
Y tu pasión fue mía. Y tu goce.
Luego te di mi alma y te dije:
haz de mi fuego el tuyo,
bebe de mí,
muere de amor conmigo.
Te haré mitad demonio y mitad santo.
Te saciaré con látigos y con cilicios.
Te ataré a la pilastra y al muro
y a la cruz del martirio
hasta que estalles.
Hasta que nazcas por dentro en mí
y en un instante sin fin te fugues
de la cárcel del cuerpo.
Y me arrojé contigo al precipicio.