Cuando amanece y ya no hay nadie
y está solo el cruel despertar
y los ojos se abren una vez más
para contemplar el fin del poema,
la tumba en que nada hay escrito
sino un secreto
entre el hombre y el hombre
y el cuerpo como un tambor en las sombras
como la flor de la ruina
donde los cuerpos hablan
y el agrimensor mide la ruina.
Leopoldo María Panero